Ricardo Sumalavia
Los detectives ribeyrianos
Esta mañana salí muy temprano hacia el Instituto de Estudios Hispánicos, en París, y que se encuentra a pocos metros del Jardín de Luxemburgo. El cielo estaba algo nublado y una lluvia ligera caía sobre la ciudad. En una sala de este instituto se inició hace unas horas una Jornada de estudios sobre la obra de Julio Ramón Ribeyro. Como es lógico, eran más los especialistas que el público neófito. Lo que me agradan de estos eventos es que puedo reencontrarme con amigos. Algunos de ellos viven en París hace mucho, pero otros vienen desde Lima, como Jorge Coaguila y Daniel Titinger, que al parecer se han convertido en detectives salvajes. Ellos están realizando un periplo europeo en busca de información sobre Ribeyro. Coaguila escribirá -o escribe- la biografía y Titinger un perfil. Qué diferencia una de otra, sólo ellos lo saben. Lo divertido de todo esto es que ambos no sólo comparten datos mutuamente, entre ellos y con el público, sino que están a la caza de todo aquel que les pueda dar algún dato nuevo. Lo último que les acaba de suceder es haber conversado con la viuda de Ribeyro. Ahora mismo ambos están rumiando esta experiencia. Como también es lógico en estos eventos académicos, unos se escapan al hotel para hacer una siesta (Coaguila), otros se disciplinan para escuchar todas las ponencias (Titinger) y unos más se van a un café a tomar notas, mirar monótonamente la gente pasar y escribir estos textos (yo). Claro, estos detectives también me preguntaron si conocí en persona a Ribeyro. Conocer es decir mucho, les dije. Lo vi sólo una vez. En una de sus últimas presentaciones en Lima, en La Estación de Barranco. Yo llegué tarde y el lugar estaba por reventar. Escuché algo de lo que dijo, pero, por la distancia a la que me encontraba, era muy difícil seguir sus ideas. Al final del evento, me encontré con la escritora Patricia de Souza. Ella me dijo que me lo presentaría y que incluso podríamos invitarlo a cenar comida de la selva, ya que ella como yo tenemos orígenes amazónicos. La idea me pareció buena. Y bastó decirlo para que de pronto tuviéramos frente nuestro a Ribeyro, quien iba de salida. Patricia me lo presentó, le apreté la mano, y ella le explicó la propuesta. Ribeyro me miró y me dijo:
-Vamos a comer monos.
Y se echó a reír. Y se fue.
Este fue mi único contacto personal con él, les digo a los detectives ribeyrianos. Uno se decepcionó, el otro se divirtió.
Debo pagar el café y volver a esta jornada académica. El sol aparece, pero muy tímidamente; casi parece cielo limeño.