Rosa negra
Y una noche de crepúsculo
naciste tú
entre sábanas negras
bajo la luna sangrante,
un domingo de la séptima
estación del mes quinto
de la vía Laietana.
La gente no se percató
de tu existencia,
nadie vio tu especial
y enigmática belleza.
Sólo aquel viejo
de pelos largos
de traje holgado negro
percibió tu primera
bocanada.
Las cuerdas de su guitarra
te cuidaron y amamantaron
Hombre ciego, paciente,
vio tu incomparable
designio, tu inmemorable
linaje.
Hoy tú habitas
entre nosotros
y tus pétalos de carne
alimentan la Tierra
y las venas de estas
calles succionan
tu sangre
Tu disfraz aleja a muchos
los profetas y los chamanes
no te descifran.
Muchos te censuran
sin haberte escuchado
Muchos te rechazan
sin haberte tenido
Muchos te cubren
sin haberte mirado
Si aquellas canciones tuyas,
rosa irónica, incomprendida
escucharan y contemplaran
los humanos y las bestias
quedarían petrificados
Muchos te claman sus heridas
otros te llaman ante el dolor
muchos se visten como tú
pensando que te representan
y que eres símbolo de
tristeza.
Solo el viejo ciego de
pelos largos puede ver tu
real belleza,
solo El
quien te cobijó en un
tiempo de cal y cenizas,
de piedra áspera y sombría
puede recogerte nuevamente
y regresarte a donde perteneces
Pero viniste en el momento
justo porque por ti
Rosa de vida,
preparaste el camino a Shangri-La
Llegarán las épocas donde
veremos mejor, y la niebla
no nos ciegue más.
Cantaremos tus melodías
viéndote directamente a tus ojos
de luz, llegaremos a las puertas
para alabar tu eterna belleza.
HOY…
Una pelota rueda por la pista,
miles de pies en el camino
y yo vengo a ofrecerte
mi cariño.
El agua sigue su curso,
las olas chocan en la roca
y yo vengo a ofrecerte
mi palabra.
Las oraciones no bastaron,
el tiempo siguió el viaje
y el botón cercenó
el destino.
Una tarde de
pianos desafinados
en cuyo preciso melodrama
la voz
entrecortada y enmarañada
apagó el cielo y
comenzó el olvido.
Un velo negro, un país dormido
le pregunta al niño
la hora
en que se marchó el reloj
y sólo sus pasos quedaron en eco
El eco y el recuerdo de no recordar
me matan y estremecen el color del alma.
Sube y baja del pedestal del alba
y con alas en la cabeza
no puedo emprender el vuelo
del sabio que ama.
¿Adónde se fue la materia que fluye?
¿dónde está la calma del que ora?
y ¿para qué encendemos ahora
aquellas velas cuya cera queman
las horas interminables y serenas?
¿Para qué?
¿Para qué las huellas de la voz penitente
si los dedos de mi almacén marchitos están?
¿Para qué elevamos la mirada al infinito
si un nubarrón de latas y barro juegan
y chocan buscando las notas silentes?
Silentes los ojos que bajan,
la boca araña el aire que no escucha,
se siente el nervio entumecido
luego de millas de camino y
se vive en carne trémula
al testigo inerte.
La luz de un nuevo día encegueció
al que pensó que podía proferir
su ira y reducir su agonía
sin conocerte.
No se trata de que alumbres
un destino sin mirar:
tan vago e impersonal,
tan de otros y tan mezquino.
Una pelota rueda por la pista
y los pies caminan,
la pisan y la patean,
Tú también estás que te mueres
por patearla y reventarla,
como a una bolsa de papel inflada
o burbujas de plástico
listas para las yemas de tus dedos.
Recógela, límpiala, cuídala,
escribe en ella, hazla tuya,
deja tu nombre imborrable
en la superficie de su vida, de la tuya.
Una mano llena de vida la puso ahí para ti.
Hoy vengo a ofrecerte mi cariño
un pedazo de carbón
lo suficientemente seco para arder en
tu corazón.