Ver a Paul Auster en imagen, leyendo con su voz extraordinariamente grave algunos párrafos de su obra capital 4321, que debería llamarse Ferguson, según confiesa, no tiene precio. El escritor norteamericano, uno de los grandes, nos dejó hace muy pocos meses después de haber entrado, según él mismo confesó, en Cancerlandia, un país del que muchos no salen. Nos quedan sus obras y este documental extraordinario filmado por la alemana Sabini Lidi en donde el escritor habla de muchos aspectos de su vida, literarios y personales, porque todo acaba mezclándose.
Auster habla de su familia con un sentido del humor bastante negro: “Mi padre iba cambiando de versión cada vez que le preguntaba cómo murió mi abuelo: se cayó de un tejado cuando lo estaba reparando, murió en el campo de batalla en la Primera Guerra Mundial, tuvo un infarto. Con los años me enteré de que mi abuela mató a mi abuelo cuando vino a traerles unos regalos a sus hijos y le dijo que se subiera a una escalera a cambiar unas bombillas. Aprovechó ese momento para dispararle con un revolver. Tres tiros”. No perdonó sus infidelidades. Es probable que esa anécdota le llevara a Auster a escribir el ensayo Un país bañado en sangre con fotos de su yerno Spencer Ostrande sobre esa violencia que recorre el país desde su fundación.
Un Paul Auster distendido habla de porqué él y Siri Husvedt terminaron radicándose en Brooklyn. “No podíamos permitirnos vivir en Manhattan. La gente, entonces, se reía de los de Brooklyn, decían que hablaban mal, que eran unos paletos, como los de Nueva Jersey. Ahora son las zonas más de moda y cotizadas”. Y, sobre todo, de su obra, de ese 4321 que es casi su testamento literario por su descomunal ambición. “Debía haberse llamado Ferguson, porque quería contar con esos cuatro personajes con el mismo nombre la historia de mi país, de mi relación con él”.
Sentado en un butacón, de espaldas a su librería, en su apartamento de Brooklyn, habla de los hitos fundacionales de Estados Unidos: “Mi país fue fruto de un doble crimen: la esclavitud y el exterminio de la población nativa”. Y de su juventud, cuando iba a la universidad, y participaba en las manifestaciones contra la guerra de Vietnam. “Aquello fue una gran mentira y una atrocidad. Allí Estados Unidos perdió su inocencia y la guerra de Vietnam sigue pesando hoy en día”.
En un momento determinado el escritor de La ciudad de cristal habla de su forma de trabajo muy particular porque rehúye el ordenador: “Escribo a mano. Luego lo paso a máquina, porque me gusta el ruido que hacen las teclas golpeando el papel. Trabajo párrafo a párrafo, como si se tratara de una partitura musical, necesito verlo físicamente en la página. No siempre estoy sentado. A veces dejo el texto, paseo, doy vueltas por la casa, salgo a la calle, hasta que resuelvo lo que no me cuadra”. Hay máquinas de escribir en su casa, además de libros. El pintor Sam Messer, amigo personal de Auster, nos habla de ellas, nos muestra los retratos que hizo de los ruidosos y desfasados instrumentos de trabajo del escritor. Llegaron a publicar un delicioso libro titulado La historia de mi máquina de escribir. “Uno de los cuadros que más le gustaron a Paul es un retrato en el que aparece rodeado de las teclas que han huido de su máquina y lo rodean, como si fuera un prestidigitador”.
No tuvo unos inicios literarios fáciles. Su primera novela La ciudad de cristal fue rechazada diecisiete veces antes de ser publicada en 1985 por una pequeña editorial californiana. “Pero yo quería ser escritor, y vivir de ello”. Aparece Paul Auster firmando ejemplares de 4321 en una librería, la que es su obra capital. “Había escrito obras de autoficción, como Cuaderno de invierno. 4321 es otra cosa, aunque claro que estoy dentro de las cuatro partes, soy el muchacho que ve como su amigo es pulverizado por un rayo y cae a pocos metros”. El azar: uno de sus temas preferidos.
De vez en cuando lee, con su voz profunda, dicción perfecta, y aparecen imágenes de Brooklyn, de Manhattan desde Brooklyn, de los vagones de metro, de la estatua de la Libertad en donde eran clasificados todos los que llegaban al Nuevo Mundo y muchas veces cambiados de nombre cuando al funcionario le sonaba raro un apellido ruso o polaco.
No deja aparte su vida sentimental, y la de sus padres, que tanto le influyó. “El matrimonio de mis padres fue un perfecto desastre. Me alegré de que se separaran, que mi madre encontrara un hombre que la hiciera realmente feliz”. Y su vida de adolescente: “Era tímido e introvertido. Escribía poemas horrendos. Perseguíamos a las chicas”. De sus matrimonios, el primero con la escritora Lydia Davis que duró cuatro años: “Mi primer matrimonio fue desastroso, no fui feliz. Cuando conocí a Siri Hustvedt todo cambió. Coincidíamos en nuestros gustos literarios, musicales, cinematográficos. Es la mujer de mi vida. Llevo con ella casado más de 30 años. La quiero con locura. Es siempre mi primera lectora. Le dejo siempre mis textos para que opine”. Aquí el espectador puede contemplar al escritor profundamente enamorado de su pareja, una relación que ha sobrevivido a la lucha de egos.
El documental contiene las opiniones de su pareja sentimental y literaria con la que comparte el Premio Príncipe de Asturias. Siri Hustvedt habla de la sensibilidad de su marido, de su afición por la neurociencia, del machismo que la señala como la mujer de Paul Auster. “Me preguntan si me dedico a la neurociencia por indicación de mi marido. La sociedad sigue sin admitir a una mujer empoderada”.
Y el cine, porque el escritor fue cineasta, nos dejó algunas películas como Smoke, Blue in The Face, Lulu on the Bridge, La vida interior de Martin Frost, El país de las últimas cosas. No se dedicó más al cine por timidez, por no tener que bregar con un equipo de tantísimas personas que lo desbordarían.
Salen, en un pequeño apunte, el realizador alemán Wim Wenders y su esposa Donata, fotógrafa, que va a retratar a la ilustre pareja, prototipo del éxito y la felicidad. Hablan ambos de la apostura de ambos. Paul Auster bien podría haber sido un galán de Hollywood. “Pero yo siempre quise ser escritor. Mi padre me decía que terminaría viviendo en un albergue de beneficencia. Le digo que esté tranquilo: tengo casa”, ironiza. Wim Wenders, mientras el taxi los lleva al hogar de los Auster, se pregunta qué actor podría interpretarlo en una película de ficción. Con Donata acaban llegando a la conclusión de que sin duda Gregory Peck. Aunque ya no esté.
Este documento extraordinario, entre lo literario y humano, se filmó antes de que la tragedia, ese azar que cambia el curso de las vidas y al que tantas veces se refería en sus libros Paul Auster, sacudiera injustamente a la pareja y la sumiera en la desesperación más absoluta: la muerte accidental por sobredosis de drogas de su nieta de diez meses Ruby, por descuido de su padre toxicómano Daniel que se suicidó el 26 de abril de 2022. Paul Auster se despidió de sus lectores con Baumgartner, y moría el 30 de abril de este año.
Paul Auster es uno de los escritores más extraordinarios que ha dado la literatura norteamericana, un referente tanto ético como estético. Esta maravilla titulada Paul Auster, what if? la pueden ver en la web de Caixa Forum o en Filmin. Para amantes de la literatura y de ese escritor enorme.