Narrar el dolor: escritura testimonial y duelo migrante en Tus pequeñas huellas de Oswaldo Estrada

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La novela Tus pequeñas huellas (Suburbano, 2023) de Oswaldo Estrada constituye un argumento íntimo y doloroso; aborda una experiencia radicalmente silenciada: la pérdida perinatal. Lejos de circunscribirse a la simple expresión del dolor, la novela construye una poética del duelo que es, al mismo tiempo, una crítica a las condiciones institucionales y emocionales que atraviesan las vidas de los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos. Desde una mirada testimonial, que entrelaza memoria, cuerpo y lenguaje, el texto convierte el trauma en relato, la muerte en resistencia, y el dolor privado en denuncia social. Estrada inscribe el duelo en el registro de la literatura testimonial, situándolo en la experiencia del cuerpo migrante, y reflexiona sobre los dispositivos narrativos que hacen posible convertir la pérdida en escritura.

El duelo se transforma en narrativa: se trata de testimoniar lo indecible. El duelo perinatal —la pérdida de un hijo durante el embarazo o poco después del nacimiento— es una experiencia que desafía las categorías narrativas convencionales. La muerte de un hijo que aún no ha vivido plenamente plantea una tensión entre lo real y lo simbólico, entre lo biológico y lo emocional. En Tus pequeñas huellas, Oswaldo Estrada ofrece un testimonio ficcionalizado que responde a esa necesidad de narrar el vacío, de decir lo que el lenguaje común apenas puede contener. La novela está dividida en tres secciones, que alternan las voces de los dos protagonistas, Andrés y Marena, padres migrantes que pierden sucesivamente a dos hijos, un niño y una niña, ambos muertos en el parto o poco antes de nacer. La primera parte se centra en Andrés, cuya voz narrativa se articula desde la ternura y el desconcierto. Él recuerda, imagina y reconstruye la vida que no fue: “Y lo besa despacio. En las mejillas, sobre los ojos cerrados. Tocando sus dedos finos, sus muñecas diminutas. Y sus pies” (11). La evocación sensorial, el contacto con un cuerpo apenas formado, son el punto de partida de una escritura que busca preservar la existencia fugaz de ese hijo.

Este esfuerzo de “decir la pérdida” se inscribe dentro de lo que Leigh Gilmore llama “escritura testimonial íntima”, una modalidad narrativa donde lo personal se convierte en acto político. En este caso, el duelo privado adquiere una dimensión colectiva: el dolor de perder un hijo se entrelaza con la experiencia migrante, con la exclusión institucional y la vulnerabilidad estructural que enfrentan los personajes. La novela no ofrece una catarsis ni una resolución, sino un registro honesto del proceso de duelo como forma de existencia.

Uno de los logros más contundentes de la novela es su capacidad para mostrar que el duelo perinatal no ocurre en el vacío, sino en un entramado material, corporal y social. Los cuerpos migrantes sufren pérdidas silenciadas. Los protagonistas no sólo sufren la pérdida de sus hijos; lo hacen desde una posición de extranjería, precariedad y desplazamiento. Marena, periodista peruana en Nueva York, y Andrés, editor también migrante, enfrentan no solo el dolor, sino también el racismo estructural y la deshumanización del sistema médico estadounidense.

En una escena clave, el médico les informa con frialdad que no hay nada que hacer para salvar al bebé: “Podemos hacer una autopsia del bebé y la placenta si ustedes lo desean, pero no siempre hay una explicación médica en estos casos” (16). La asepsia del discurso médico contrasta violentamente con la emocionalidad de los padres. De este modo, se refuerza la distancia entre el saber institucional y la experiencia encarnada del sufrimiento. Este gesto de “nombrar sin nombrar” configura una violencia simbólica que atraviesa todo el texto.

La novela visibiliza una forma de sufrimiento migrante que suele ser ignorada por la literatura de denuncia: el dolor íntimo que ocurre en espacios domesticados, pero precarizados, en los márgenes de la legalidad, en habitaciones rentadas, en hospitales impersonales. En este sentido, Tus pequeñas huellas puede leerse también como una crítica a los límites del biopoder, que decide quién merece vivir, quién debe ser asistido, y cuánta vida es digna de duelo. Es conocido el sistema de salud estadounidense. En esta novela, se representa la situación precaria de las personas frente al sistema; y, en este caso, de migrantes.

Por otro lado, la novela ofrece la temática de las maternalidades rotas: la memoria, el género y la resistencia. En la sección centrada en Marena, ofrece una perspectiva femenina del duelo que complejiza las dinámicas de género y cuidado. Marena no solo es madre, también es trabajadora, migrante, y portadora de una voz crítica. La experiencia del aborto se entrelaza con su vida profesional como periodista de temas migratorios. En uno de los pasajes más potentes, Marena entrevista a una madre guatemalteca amenazada de deportación: “Cuando se la pongan en el pecho sabrá usted que ya no puede vivir sin su criatura” (36). La frase resuena como eco trágico de lo que está por suceder: Marena perderá a su hija apenas horas después.

Aquí, la novela establece un paralelismo entre el despojo físico y el despojo legal, entre el cuerpo materno atravesado por la muerte y los cuerpos de las migrantes indocumentadas atravesados por el miedo. Esta doble violencia, la del aborto espontáneo y la del aparato migratorio, revela cómo la maternidad puede convertirse en un campo de disputa política. Sin embargo, lejos de caer en el estereotipo de la madre sufriente, Marena encarna una forma activa de resistencia emocional. Aun en el dolor, toma decisiones, sostiene la memoria, y canta a su hija con palabras que son tanto despedida como inscripción: “Te pareces a tu padre, hija. La misma nariz, los mismos labios gruesos” (43). Nombrar, comparar, recordar: en estos actos mínimos se cifra una política del afecto que no se rinde ante el olvido.

La escritura funciona, también, como archivo y ritual: el duelo atraviesa la vida de los protagonistas. Andrés escribe pequeñas notas a su hija muerta, Alma. Y más adelante a su hijo. Aquí, la función de la escritura alcanza su punto más alto: narrar ya no es solo recordar, sino también preservar, ritualizar, inscribir. “[…]y vi que estabas completa. Las manos largas de tu madre. Los bracitos perfectos, doblados sobre el pecho. Y una expresión de felicidad” (44). El gesto de nombrar al cuerpo muerto, de reconocerlo, de inscribirlo en una genealogía familiar, posee una dimensión reparadora.

Esta escena remite a lo que Diana Taylor denomina “archivo y repertorio”: los modos en que las culturas transmiten la memoria, ya sea a través del documento o del gesto encarnado. En Tus pequeñas huellas, la escritura testimonial funciona como un archivo vivo del sufrimiento, pero también como un gesto de transmisión afectiva. Las “pequeñas huellas” no son solo las marcas físicas de los pies de los hijos muertos; son también las huellas textuales de una narrativa que se niega al silencio. En este sentido, el libro propone una ética de la memoria íntima: el dolor se convierte en lenguaje, el trauma en texto, y la escritura en forma de permanencia. Como dice Gilmore, el testimonio no es solo un relato de lo que ocurrió, sino, también, un acto performativo que otorga sentido a lo ocurrido. En Tus pequeñas huellas, ese acto es doble: recordar a los hijos muertos y transformar su memoria en resistencia narrativa.

A pesar de la enorme tristeza trasmitida a lo largo de la novela, esas pérdidas no terminan de destruir la voluntad de los personajes, la voluntad de los migrantes. En el contexto fúnebre del COVID-19, y aun con la muerte desfilando en la memoria de Andrés y Marena, ellos emprenden la lucha de intentar ser padres otra vez. De este modo, el final constituye un ritual maravilloso, que otorga a la vida el sentido absoluto y pleno en un mundo caótico y sombrío.

Tus pequeñas huellas es una novela cargada de densidad simbólica, afectiva y política. Oswaldo Estrada logra articular una narrativa testimonial que no sólo denuncia el dolor de la pérdida perinatal, sino que lo inscribe en los contextos de exclusión, migración y resistencia que configuran la vida de millones de latinoamericanos en Estados Unidos. Al convertir el duelo en narrativa, y el cuerpo muerto en presencia simbólica, la novela produce una forma de literatura que no sólo emociona, sino que interpela.

Más allá del contenido temático, la obra destaca también por su estilo sobrio, y, por momentos, lírico, que evita la sentimentalización y apuesta por una estética del pudor. La alternancia de voces, el uso preciso de los objetos (ropa, cunas, cartas, mantas) como soportes de memoria, y el empleo de canciones como gesto ritual, contribuyen a construir un universo narrativo coherente y conmovedor. En tiempos donde la literatura testimonial recupera nuevas formas de representación, Tus pequeñas huellas se erige como una obra imprescindible, que recuerda que el dolor íntimo también merece ser escrito, leído y preservado. Porque esas pequeñas huellas —de los hijos, del duelo, de la escritura— son también las marcas que deja la vida al pasar, incluso cuando esta no llega a nacer.

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