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Morir y matar por Alá

El brutal asesinato de diez trabajadores del semanario satírico Charlie Hebdo, entre ellos su director Charb y tres de sus más prestigiosos dibujantes, Cabu, Wolinski y Tignous, y de dos policías que custodiaban la redacción de la revista, ha consternado a la sociedad occidental. Charlie Hebdo ejercía desde años su humor iconoclasta, disparaba con sus lápices contra todas las religiones, pero sólo incomodaba a los islamistas radicales. A través del humor, los dibujantes hacían reflexionar con sus viñetas sobre fenómenos tan escasamente humorísticos como el yihadismo. Los dardos de Charlie Hebdo no sólo eran contra Alá y su profeta Mahoma sino, sobre todo, contra los intolerantes que últimamente pretenden extender su fe a sangre y fuego por el planeta y son los que han silenciado finalmente la revista.

A la franquicia Al Qaeda le salen ahora competidores aventajados como Boko Haram, Al Shaba o el Estado Islámico. Ante ese tipo de terrorismo religioso que ordena matar y morir, porque el premio es el paraíso, la sociedad occidental se muestra perpleja. Esos terroristas son tan capaces de inmolarse en cualquier lugar público con un cinturón de dinamita enrollado a la cintura como degollar ante una cámara a su inerme prisionero sin un atisbo de piedad y con un absoluto desprecio por la vida ajena porque desprecian la propia. Difícilmente se le puede pedir empatía a un tipo que se inmola en nombre de Alá.

En algo estamos fallando en Europa cuando más de un millar de franceses han pasado a engrosar las filas del Estado Islámico que es más que una organización terrorista, es un ejército del terror que no respeta a sus prisioneros ni se rige por ninguna convención internacional. En algo estamos fallando cuando los tres asesinos de esos diez humoristas y dos policías franceses son parisinos, o cuando un tipo con exquisita educación y brillante expediente académico labrado en Alemania como Mohamed Atta es capaz de estrellarse con su avión secuestrado contra las Torres Gemelas. Estamos inmersos en una guerra de civilizaciones con el agravante de que el difuso enemigo lo tenemos dentro de nuestras fronteras, en el caballo de Troya, y ya sale de su vientre. Desde nuestra óptica racionalista no somos capaces de entender cómo se organizan en un segundo esos individuos para cometer una atrocidad ni cuáles son las razones de ese odio tan visceral que sienten contra una civilización que los ha acogido en su seno y les ha dado una vida mejor que la que tenían sus padres. La mayoría de los cinco millones de musulmanes que vive en Francia está perfectamente integrada, pero hay otros que no, que viven en guetos de pobreza y exclusión que son caldo de cultivo para los yihadistas. Los reclutadores ofrecen dinero, a ellos, a sus familias, y una vida placentera en el Más Allá al que irán muy pronto.

Sentimos el asesinato de los trabajadores de Charlie Hebdo y de los dos policías franceses porque son los nuestros, porque los han abatido en el paraíso Europa que lo está dejando de ser a marchas forzadas. Además, el asesinato es un atentado contra la libertad de expresión, contra las libertades que hemos construido en Europa y que les son ajenas a esos individuos que asesinan con espantosa frialdad y no temen a la muerte.

Nos odian y tienen sus oscuras razones para hacerlo. Nos odian por nuestra forma de vida, nuestra cultura, libertad que para ellos es sinónimo de libertinaje, y por lo que hemos hecho y hacemos en sus países. Nos odian porque dejamos que Israel siga diezmando a su antojo a la población palestina que no tiene dónde caer muerta porque no tiene tierra en donde hacerlo; porque hemos ido deponiendo, tras haber apoyado, siniestras dictaduras que hemos sustituido por el caos más absoluto en Libia, Irak o Siria, adónde van esos yihadistas europeos para vengarse de las afrentas, buscando una identidad que no consiguen en Europa. Mientras escribo esto puede que un dron activado desde un despacho muy lejano esté destruyendo un vehículo que recorre el desierto de Yemen asesinando a terroristas o inocentes, qué más da, de los que no tendrá que dar cuenta a nadie, de los que nadie se enterará salvo sus familiares y amigos. Hemos sembrado el caos, el apocalipsis en Oriente Medio, y estamos recogiendo sus dolorosos frutos.

Ellos matan por Alá; nosotros lo hacemos por el petróleo. Quizá estemos inmersos en la Tercera Guerra Mundial y ni nos damos cuenta y por eso nos lo recuerdan los bárbaros asesinando a los trabajadores de Charlie Hebdo. Humor o muerte, era el lema de Charb, el director de la publicación que ha vivido y muerto como un héroe, fiel a sus principios. Los civilizados eligieron el humor; sus verdugos, la muerte.

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