Novela negra hecha serie de televisión, un clásico tropical.
Se iba la primera mitad de la década de los ochenta, y Miami era la ciudad con la tasa de asesinatos más alta de Estados Unidos, el centro de operaciones de los cárteles de drogas y se poblaba de inmigrantes de los estratos sociales más bajos de Latinoamérica. Ya no era el balneario apacible de ancianos y tampoco el destino turístico de muchos: la gente prefería vacacionar en las Bahamas u otras islas del Caribe. El 28 de septiembre de 1984, sin embargo, se estrenó Miami Vice en las pantallas chicas, la serie que más temprano que tarde reinventó la ciudad y la salvó de seguir cayendo bajo.
Con un presupuesto de 1.3 millones de dólares por capítulo, esta serie creada por Anthony Yercovich y producida por Michael Mann, presentaba a dos policías encubiertos, James “Sonny” Crockett (Don Johnson) y Ricardo “Rico” Tubbs (Philip Michael Thomas) en su lucha contra las drogas, la prostitución y los negocios ilegales.
Si bien los protagonistas eran Crockett y Tubbs, era sobre Crockett en quien recaía más el peso de la acción: él entraba por delante cada vez que abrían una puerta, conducía el auto o la lancha cuando realizaban un operativo y era en general de quien más detalles conocíamos acerca de su vida.
Crockett era bebedor, mujeriego, rudo, violento, inestable, divorciado; es decir: un personaje cuyo perfil difiere poco al de un inspector del Hardboiled. Pero Yercovich y Mann apostaron por la vuelta de tuerca a lo clásico y pusieron a Crockett a vivir en un bote, lo vistieron de saco y pantalón blanco y camisetas sin mangas, lo calzaron con alpargatas sin medias, y siempre llevó un bronceado perfecto detrás de sus gafas Carrera, mientras iba al volante de su Ferrari negro.
Los capítulos de Miami Vice no estaban ambientados como suelen estar las historias noir en bares de mala muerte, trastiendas siniestras y callejones oscuros: se desarrollaban a plena luz del día, en mansiones, empinando cocktails, entre bikinis y piscinas, luciendo al máximo el esplendor Art Deco de Miami Beach, aunque el lumpen tuviera la misma naturaleza que aquel de los callejones oscuros.
Ante los ojos del mundo, Miami Vice le puso el sello de ciudad noir a Miami; no obstante, el género ya tenía presencia significativa en su literatura. Entre los años sesenta y setenta, John D. MacDonald y Charles Willeford escribieron obras que hoy son consideradas clásicas dentro del canon. Y otros, como Leslie Charteries, Brett Halliday y Douglas Fairburn, también nos dejaron libros notables.
Desde entonces el noir ha seguido consolidándose en las letras locales. No son pocos los autores afincados aquí quienes lo escriben, quizá Les Standiford -con la saga de John Deal-, y Carl Hiassen sean los más representativos, aunque hay muchos más. También hay grandes escritores como Tom Wolfe y Charlie Smith que, sin ser parte de este entorno, se han aventurado a pisar el terreno. Lo interesante es la cantidad de estas historias que tienen lo marginal del buen noir, del más puro Hardbolied, pero que se permiten esas licencias de glamour que solo ofrece Miami –que hizo suyas Miami Vice- con sus mansiones en Fisher Island, yates, los atardeceres a mar abierto en Biscayne Bay, daiquiris, y el skyline color aguamarina de Brickell. John Deal, el «investigador» en la saga de Standiford, es un personaje que viene del mundo del Real State, maneja un auto deportivo, y resulta fácil imaginarlo calzando las alpargatas de Crockett o vistiendo sus sacos blancos.
Hace unos meses se celebraron los treinta años de Miami Vice y en los medios de prensa circularon artículos que, desde distintos enfoques, decían lo mismo: «Miami Vice marcó un antes y un después en la historia de Miami». Este es un hecho innegable, pero no es más que un parafraseo de lo que en su momento plasmaron muy bien periodistas como David Rieff y T.D. Allman en sus libros Going to Miami y Miami, city of the future. Lo que no se le ha reconocido a Yercovich y Mann es el fabuloso aporte que hicieron a la literatura. Ellos crearon un noir con patente propia y pusieron nuevas reglas de juego sobre el tablero de nuestros narradores: las reglas de un noir en colores pastel.