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Parte 2. Miami (Un)plugged y la creación de una nueva identidad literaria en el sur de la Florida

Miami (Un)plugged. Crónicas y ensayos personales de una #CiudadMultiGutural, publicado por SED en 2016, es un ejemplo de la heterogeneidad que existe entre los autores del New Latino Boom en la Florida. El libro es una antología de 20 ensayos en español de escritores de diferentes países—cinco de Cuba; tres cada uno de la Argentina, Colombia, Puerto Rico y Venezuela; y uno cada uno de Chile, España y el Perú—y un ensayo en inglés del cubanoamericano Pablo Cartaya. Los dos editores de la colección, Hernán Vera Álvarez (Argentina 1977) y Pedro Medina León, han escogido el ensayo personal como el vehículo para explorar el nexo entre la ciudad de Miami y las nuevas generaciones de escritores en lengua española que se han establecido en el sur de la Florida. El trabajo presente no intenta analizar a los veinte escritores hispanohablantes debido al límite de espacio, de modo que se concentra en la relación entre algunos de los SEDeristas (con s) y el medio ambiente de Miami. Como se verá a lo largo del trabajo, uno de los aspectos más notables de la antología es que estos narradores no se consideran ni exiliados ni marginados en la ciudad multigutural de Miami, algo que los distingue de la gran mayoría de los autores cubanos que llegaron a la Florida durante las primeras décadas del período revolucionario.

El proceso de adaptación a una ciudad-estado que vive a caballo entre los Estados Unidos y América Latina no es necesariamente sencillo, pues cada inmigrante tiene que buscar o crear su vínculo particular con el 305. La necesidad de acomodarse a una nueva realidad social se ve desde el primer ensayo, “Dos coladas para Sonny Crockett,” del periodista y escritor Andrés Hernández Alende (Cuba 1953). Crockett es por supuesto el protagonista de la serie de televisión Miami Vice (1984-1989), la cual cambia por completo la imagen internacional de la ciudad. En vez de ser un paradise lost debido a la lacra del crimen y las drogas—la visión de Miami que se presenta en la famosa portada de la revista Time del 23 de noviembre de 1981—del día a la noche la ciudad se convierte en un lugar de moda lleno de mujeres atractivas, hombres elegantes y ropa vistosa, pero curiosamente esta transformación repentina también se debe a la lacra del crimen y las drogas.

Hernández Alende escribe acerca de Sonny Crockett porque después de pasar varios años como periodista en Nueva York, se da cuenta de que la ciudad que ve cada semana en Miami Vice presenta un contraste absoluto con la vida que tiene en la Gran Manzana: “En los crudos inviernos del norte . . . la vision en la pantalla del televisor de una ciudad cálida y soleada, a orillas de un océano azul diáfano, ofrecía un contraste tentador” (11). Un buen día Hernández Alende recibe una oferta de trabajo de El Nuevo Herald de Miami, y aunque al principio no le interesa mudarse para la Florida, cuando lo vuelven a llamar en medio del frío del invierno de Nueva York, cambia de idea y acepta el puesto. Un amigo le busca un efficiency en la Pequeña Habana—esa forma de vivienda tan típica entre los inmigrantes de Miami—pero a pesar de tener la dirección de la casa, Hernández Alende no sabe en qué parte de la ciudad queda y tampoco cómo llegar allí. Sin tener idea de dónde está, cuando llega a Miami en coche se baja de la carretera justamente en la Pequeña Habana por pura casualidad. Medio sonámbulo después de un viaje de dos días, para en un restaurante cubano en la esquina de la calle Primera del Southwest y la avenida 19, pero está tan fuera de lugar que le pregunta en inglés a la camarera en la ventana, “May I have a cup of coffee, please?” (16).

No existía el GPS en esa época, pero la camarera no tarda en ubicarlo en el espacio y el tiempo: “¿Qué tú quieres? . . . ¿Un café cubano?” (16). Hernández Alende le dice que sí, pero cuando le sirve el café en una tacita de plástico—como se hace en las ventanas de muchos restaurantes cubanos en Miami—él pide un vaso más grande por el cansancio que siente. La camarera entonces le pregunta si quiere una colada, un término que el periodista ni conoce, y tal vez por la confusión entre el café americano de Nueva York y el café cubano de Miami, después de terminar el primer vaso decide pedir otro. Como la camarera no puede creer que Hernández Alende quiera repetir un café tan fuerte, le pregunta sorprendida, “¿Va a tomarse dos coladas usted solo?” (17), pero él se bebe el segundo vaso sin pensarlo dos veces. El amigo llega al restaurante poco después, y los dos luego van al efficiency, que “era una habitación diminuta al fondo de una casa en la Pequeña Habana, un refugio minúsculo e incómodo, pero la ciudad era maravillosa” (17).

Dos días más tarde, Hernández Alende empieza a trabajar en El Nuevo Herald, pero todavía está más influenciado por Miami Vice que por la ciudad en sí. Como puede ver Miami Beach desde las antiguas oficinas del periódico, la primera semana decide ir a la Playa durante la hora del almuerzo, pero solo para visitar los sitios que veía en television y para caminar por la playa con la ropa de trabajo. Hernández Alende comenta que, “El sueño se había hecho realidad” al llegar a la ciudad de playas y palmas (18), pero el periodista seguirá como un extraño en Miami mientras mantenga la serie de televisión como su único punto de referencia personal. Se muda para Miami Beach porque era muy barato entonces—sería inconcebible encontrar un apartamento por solo $400 mensuales hoy en día—pero después de establecerse en la ciudad, todavía vive como si fuera uno de los actores del programa de televisión. Una noche, por ejemplo, estaciona el coche “junto al [Hotel] Clevelander y [s]e tom[a] una cerveza en la barra al aire libre, como había hecho el teniente Castillo, interpretado por Edward James Olmos” (19).

Hernández Alende se encuentra feliz en la ciudad porque “vivía en medio de los lugares y los colores de la serie, bajo el mismo sol” (19), pero con el tiempo deja de ser turista televisivo y se convierte en un habitante legítimo de Miami. Un año después de llegar a la ciudad, vuelve a la ventana del restaurante de la Pequeña Habana y por casualidad lo atiende la misma camarera, quien le pregunta si no era el cliente que se tomó dos coladas el año anterior. Hernández Alende ya entiende el aspecto cómico de una escena en la cual él mismo había sido el actor principal, un reconocimiento que le hace ver que ha cambiado por completo su relación con la ciudad: “Sonreí y asentí con la cabeza. En ese momento en que fui reconocido por la camarera, tuve la certeza de que la ciudad ya me había acogido como un residente más” (19). Ya no es un forastero en Miami, pues en ese instante entiende que se ha hecho parte de una ciudad auténtica que no siempre se parece al lugar de fantasía que veía en la televisión en Nueva York.

El proceso de adaptación de Hernández Alende es relativamente rápido porque llega a Miami con un trabajo fijo, pero ese no es el caso típico entre los escritores inmigrantes. El título del ensayo de Héctor Manuel Castro (Colombia 1977) subraya la dificultuad de adaptarse a una ciudad nueva y un ambiente que puede resultar hostil para el inmigrante recién llegado: “Un paraíso difícil de obtener.” En vez de seguir las imágenes ilusorias de Miami Vice, Castro—de solo veinticuatro años cuando llega a la ciudad—se deja llevar por la canción Mi primer millón del grupo miamense Bacilos: “Así llegué a Miami . . . con el convencimiento férreo que me convertiría en un famoso cantante, que trabajaría con Emilio Estefan, que haría conciertos por doquier, que desayunaría con Paulina Rubio y compraría una casa grande . . .” (27). Con la “mente ingenua e inmadura” de esa época (27), Castro alquila por teléfono el sofá en la sala en un apartamento de una habitación en Miami Beach por $500 mensuales—un reflejo del cambio en el costo de vida en la Playa—compartiendo con dos chicas que ni siquiera conoce.

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Muela

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