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Miami Blood

Sólo 24 horas después de que Trump firmara la construcción del muro fronterizo con México y anunciara la expulsión de los migrantes ilegales, yo me encontraba en una patrulla gringa. El conductor, rubio y alto, se esforzaba en demostrar su “americanismo”: escuchaba grunge, usaba lentes Ray-Ban y hacía que le repitiera cada una de mis preguntas subrayando mi estampa de extranjero.

Con la nueva administración en La Casa Blanca, en menos de una semana se soltaron los demonios del racismo en contra de todo lo que huela a hispano y árabe. Sin importar que vivas en Miami, ciudad con alma latina y chichis de silicona, el odio recorre las venas de América (ya ven que acá el continente es un país). Es cándido escuchar a cubanos, venezolanos, colombianos o guatemaltecos sentirse a salvo del embate discriminatorio en Estados Unidos: “¡Mal pedo que seas mexicano, compa!” Ignoran que para el racista gringo “México” empieza en Tijuana y acaba en La Patagonia. Todos los que viven dentro de ese territorio, tan exótico como maldito, tan seductor como despreciable, somos “mexicanos”.
¿Y el color de piel? Tampoco importa demasiado. Los prototipos Indio Fernández somos los más fáciles de identificar, pero los güeritos vende queso tampoco están inmunes. En cuanto algún individuo pronuncia “quiubo, paisa” o “asere qué bola” o “qué onda, güey” o “che boludo” o “¿qué más?”, ya valió Barny en calzones rosas. De inmediato se encienden los focos de alerta en edificios, plazas comerciales, bares. En Hooters, las chicas se cubren si ven un arquetipo hispano. La lógica es simple: como extranjero eres una mierda que este país desprecia.

Lo más peligroso de la maquinaria del odio es su simplicidad. Negro o blanco, bueno o malo, ciudadano o migrante. Se vuelve muy fácil elegir de qué lado estar. No necesitas pensar y la ignorancia siempre ha hermanado naciones. Miles de latinos se unieran a la vorágine del rencor durante las elecciones que terminaron por inaugurar oficialmente Mordor. Docenas de ocasiones escuché la plegaria del idiotismo: “Los migrantes son los culpables de la degradación del país”. Desde el chingado oaxaqueño, cuerpo de tamal con champurrado incluido, líder de “Mexicanos por Trump” hasta los combatientes de dictaduras sudamericanas criticaron a quienes, como ellos, llegaron a Estados Unidos en busca de oportunidades.

Mientras viajo en la patrulla pienso en lo miserable que ha de ser la vida de aquellos, que siendo hispanos o más particularmente mexicanos, se compran la idea de ser inferiores, humanos de tercera clase, escoria en cuyos genes revolotea la maldad y el mal gusto. Así se lo hago saber al gringo que conduce. Por supuesto, su respuesta es: “Sorry?” No seas mamón. Decido hablar entonces de la música que escuchamos. Blink 182 y luego Pearl Jam. ¡Fierro, pariente! Even flow, thoughts arrive like butterflies. Oh, he don’t know, so he chases them away, someday yet, he’ll begin his life again, life again, life again…
Cantamos juntos y entonces sonríe. El compa es de Kansas y vive en Miami. Reunió dinero para comprarse una nave en los saldos de la ciudad. La patrulla fue pintada con grasa de zapatos para borrar los escudos oficiales. Ahora anda chafireteando Uber. No le importa quién se suba. Latinos, asiáticos, árabes, anglosajones, todos son clientes a quienes recibe con una sonrisa. Ahí se encuentra el otro lado estadounidense por la que, durante el último siglo, millones han visto este suelo como la tierra prometida. Hay chingos de oportunidades para quien viene al jale, pero en el camino hay que respetar, entender, convivir con El Otro si de verdad quieres triunfar. Todos somos extranjeros en la Torre de Babel.

En esta Roma Posmoderna hay centenares de ciudadanos que te comparten su hogar. Gringos que se disculpan por su presidente y quieren aprender a decir: “nariz de perro gris”; musulmanes que te regalan sonrisas y té; haitanos que te invitan a jugar futbol y franceses que te brindan cerveza y tequila a mitad de la madrugada. Y en medio, argentinos, peruanos, puertorriqueños, cubanos, venezolanos, salvadoreños, hondureños y mexicanos que, en un minuto, se vuelven tus compadres. Y te ayudan y te enseñan y te curan y respaldan tus proyectos sin esperar nada a cambio en un Miami, y un país, con sangre incluyente.

Por eso es tan peligrosa la amenaza del odio que ha nacido en Washington. Puede acabar con este espacio de libertad y de respeto, donde homosexuales, negros, hispanos, católicos, protestantes, mulsulmanes, mujeres, hombres, anglosajones, han dejado de ser etiquetas, para reconocernos simple y llanamente como seres humanos. Posiblemente éste sea el logro más importante como civilización desde el término de la Segunda Guerra Mundial. Con todo lo alcanzado, que no es poco, el odio está a punto de colapsarnos como sociedad global. Por tanto, si usted cree que Trump es un Obama naranja, déjeme decirle que está bien pendejo. Ahora que si usted fue de los que votó por el innombrable, hágame el favor de ir a chingar a su madre pero de manera amorosa, porque yo no creo en la idea del enemigo.

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