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Matías Ñu

Matías Ñu tiene los ojos rojos. El miedo le mantiene sujeto a la lámpara que cuelga del techo del salón, en su pequeño estudio de la Calle del Pez. No advierte el paso de las horas ni las bocanadas de viento que se abren paso a través de la ventana abierta y que le balancean como a un pelele. No teme caer al suelo, es mucho más que eso, es pavor frente al vacío que sacude a su sombra desde todos los ángulos y este terror le ha dejado sordo. Desde hace diez minutos no escucha el timbre de la puerta ni tras ella, las voces de los vecinos que gritan su nombre solicitando que les abra.

Matías Ñu tiene los ojos rojos y un nudo en la garganta. Desde la altura puede distinguir sin dificultad las hojas de papel esparcidas sobre su escritorio. Desplegadas, las ve volar y planear sobre la alfombra, deslizarse sobre la madera del piso y esconderse bajo los muebles. Tiene consciencia de estar sólo y sabe que el asesino puede atacarle en un instante.

El asesino más cruento del mundo ha logrado escapar justo en el momento en que iba a ser apresado, seguro que debe estar armado y muy nervioso. ¿Qué habrá sido de su víctima número 66, habrá conseguido escapar también o permanecerá inmóvil, con sus ojos muertos de espanto?, ¿y el inspector jefe, y el agente Ruíz?, ¿dónde se habrá metido la viejecita y su gato color canela? ¡¿Dónde están todos?!

 Matías Ñu tiene un presentimiento. Con un pequeño esfuerzo consigue saltar sobre la mesa del salón y alcanzar con sus brazos los estantes superiores de la librería. Los va vaciando de libros a los que hojea con premura antes de dejarlos caer de sus manos. Miles de páginas en blanco, bien encuadernadas, se van amontonando en el suelo a uno y otro lado de la mesa hasta que Matías, fuera de sí, aprieta los puños a sus sienes y lanza un alarido descarnado, ¡no están, se han ido!

Cuando Manolo, el bombero, irrumpe en la habitación con el hacha en la mano, encuentra a Matías llorando, sentado en el suelo y recostado sobre la pared, rodeado de libros.

 ¿Ha visto usted? – le pregunta Matías, tendiéndole uno de los libros – No están. Se han ido todos.

Manolo deja el hacha sobre la mesa y coge el libro. Observa que todas sus páginas están en blanco, y así ocurre con otros ejemplares que recoge del suelo, al igual que pueden comprobar los vecinos que han entrado en la habitación siguiendo los pasos del bombero.

Manolo se sienta junto a Matías y le pregunta si todo aquello tiene algún significado. Es incomprensible para todos, y se miran unos a otros por si alguno tiene la respuesta.

Matías Ñu se seca el sudor que corre por su frente pues le parece haber hallado la solución al enigma. Quizás, piensa, hayan decidido escribir su propia historia…

¿Es peligroso? – pregunta Vicenta, la vecina del segundo piso, que permanece de pié junto a la mesa, abrazada a uno de los libros. – Todos murmuran.

Matías inspira profundamente y clavándoles su mirada roja, les dice con voz pausada y ahogada en el desánimo:

“Sólo les puedo decir, que todos los personajes han huido y el asesino anda suelto”.

 

 

 

 

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