
Hubo una época en la que John F. Kennedy, Winston Churchill y Richard Nixon, entre otros, pasaban sus vacaciones en Hialeah.
Mary Josephine Coughlin estuvo al lado de Al Capone hasta el último día de su vida. Fue su amada y venerada esposa, “Mae”, aunque la debilidad del gánster por las mujeres era un secreto a voces y resultaba habitual verlo por la calle con prostitutas y amantes. Jeanette DeMarco, una rubia que siempre iba acompañada de su hermano Vince como guardaespaldas, ocupó un lugar especial entre estas “mujeres ocasionales”. Capone y DeMarco se conocieron en el hipódromo de Hialeah, uno de los lugares predilectos del gánster, no solo por su afición a las apuestas, sino también porque era la galería de oligarcas y millonarios de Estados Unidos, donde le gustaba exhibirse con sus mejores trajes y sombreros fedora.
No está claro si la palabra Hialeah, que proviene del vocablo seminola Hyllakpohilli, significa highland prairie, beautiful prairie o simplemente pradera. Lo cierto es que ese paisaje atrajo al ganadero de Missouri James H. Bright, quien compró catorce mil acres para establecer allí su establo. Su proyecto fue creciendo: primero algunas casas, luego calles, una escuela y el establo más grande del país. Finalmente, el 10 de septiembre de 1925, Hialeah quedó inscrita oficialmente como ciudad.
El verdadero impulso llegó con el hipódromo, el Hialeah Race Track. Para su construcción, Bright donó ciento sesenta acres al inversionista neoyorquino Joseph Smoot y el 25 de enero de 1925 se inauguró el recinto ante dieciocho mil personas venidas de todo el mundo. El acceso, sin embargo, era un tormento. El ferrocarril de Henry Flagler —el Florida East Coast Railway— tardaría años en enlazar la zona, y la geografía seguía siendo tan recóndita y salvaje que algunos aseguraban que el hipódromo reposaba sobre nidos de serpientes. A ello se sumaba la batalla legal contra las apuestas, que eran consideradas ilícitas. Y luego vino el huracán de 1926, el más devastador de la historia local, que frenó el turismo y redujo a Miami a una lucha por sobrevivir.
Bright, insatisfecho con la gestión de Smoot, decidió que el hipódromo necesitaba nuevas manos para renacer. Eligió al magnate de Filadelfia Joseph E. Widener, quien imaginaba un recinto capaz de competir —o incluso superar— a los de Palm Beach y Kentucky. Encargó la remodelación al arquitecto Lester W. Geisler, que transformó el conjunto en un exuberante Mediterranean Revival: jardines impecables, vegetación exótica, palmeras imponentes y un lago central. Su sello personal fueron los flamencos traídos de Cuba, más tarde inmortalizados en la introducción de Miami Vice.
El nuevo Hialeah Race Track abrió en 1932 y se convirtió en el hipódromo más hermoso y prestigioso del mundo. Su resurgimiento colocó a Hialeah en el mapa nacional, devolviéndole el aura aristocrática que perseguía desde su fundación. El esplendor perduró durante los años cincuenta y sesenta, hasta que la ciudad fue eclipsándose poco a poco. Aun así, siguió albergando derbis de importancia hasta el 22 de mayo de 2001.
Hoy conserva buena parte de su estructura original y una melancolía difícil de imitar. El antiguo templo de apuestas es ahora Hialeah Park Casino, donde sobreviven las columnas, los jardines y el eco de una época en la que Hialeah fue, por unos años, el refugio estacional de los poderosos. Lo demás pertenece ya a ese territorio borroso donde la historia se mezcla con el mito.







