Madeleine de Cubas es una escritora que conoce, valora y emplea el lenguaje con un arte que reúne la sencillez, la limpieza y la concisión. Como narradora, descubre el ritmo que le conviene a una historia para introducir al lector en un mundo dotado de vitalidad y color local, donde los personajes surgen y discurren adecuadamente definidos y acabados, a la vez que exhiben con nitidez los contrastes de sus respectivos entornos familiares, sociales, culturales, sentimentales y tejen una trama de destinos que nos conmueven con los valores, las pequeñas intrigas y los dramas humanos y cotidianos que encarnan y que se imponen a nuestra atención. Es dueña de la difícil capacidad de evocar con sutileza épocas desdibujadas en la memoria mediante trazos delicados pero bien definidos que perfilan parajes y recuerdos retenidos como vagas iluminaciones en la memoria. Emplea esta fina aptitud sin permitir que decaiga la atención y el interés del lector, quien pronto les cobra apego a sus personajes porque los percibe vivos como sus propios recuerdos. Este talento que despliega la autora en “Los Zapatos de Isidro” es un atributo de las obras que permanecen; gracias a él, consigue concertar el impacto visual, sonoro y físico de los parajes y espacios en que discurre la historia, junto con las múltiples sensaciones que destilan los vigorosos encuentros de los protagonistas y con la reminiscencia de lo “vivo lejano” de la mano de unos protagonistas instalados para siempre en un tiempo desaparecido y de pronto resurgido. No es tarea fácil de cumplir ésta de navegar de regreso en las aguas del tiempo en la búsqueda de mundos perdidos que encierran las claves de la vida y que, por esa razón, los escritores siempre han buscado recuperar.
La novela.
La novela “Los Zapatos de Isidro” claramente nos introduce en una época lejana, la de la infancia y la primera juventud en la vida de los personajes, y, de otra parte, en lo que respecta al espacio, nos lleva a los lugares en los que esos sujetos infantiles y sus familiares viven, trabajan o pasan sus vacaciones: Cali, Tumaco, El Morro. En estos escenarios descritos con trazos sutiles, nos enteramos de la conformación de las familias, de los rasgos sobresalientes de las personalidades de sus integrantes, de la cotidianidad de sus vidas, de sus maneras de conducirse y relacionarse entre sí, de los conflictos y episodios que les suceden y que conforman la cadena de contingencias, unas graciosas otras dramáticas, en las que se ven envueltos y que a la vez que desarrollan con interés y encadenamiento la historia, van definiendo sus destinos frente a nuestra mirada. Esta es una novela cuyo título adquiere sentido y se va afirmando a medida que se lee la historia, y con mayor razón, una vez que se ha leído en su totalidad. Los zapatos son de principio a fin el hilo conductor de la novela. Isidro, el protagonista, el hijo de una humilde familia de pescadores de la costa del Pacífico de Colombia, es un ser ingenuo, con el alma llena de música y de bondad. Un bailarín nato que en su juventud se destaca como figura importante de la salsa en Cali, ciudad considerada como la capital de este ritmo, sueña desde niño con tener un par de zapatos. Es innegable que los zapatos, además de que encarnan el sueño de Isidro, simbolizan también la ilusión y la esperanza del protagonista de remontarse sobre la carencia del más ordinario bien material que en varios momentos de su adolescencia y juventud cree alcanzar. Pero también esos zapatos, en las diferentes formas y usos con que aparecen en la historia, tienen otras significaciones: patentizan el sentido que tiene, dentro de la simplicidad de la existencia del personaje, conservar sin mengua una pretensión sencilla, y aparecen, así mismo, como un motivo de fondo en el momento del traspié que significa la pérdida del mundo de la inocencia, que resulta del doloroso engaño que sufre de parte de la amante perversa que lo envuelve en un cerco de amor traicionero al utilizarlo para fines egoístas y malévolos de su estirpe extraña al mundo ingenuo de Isidro.
Los valores que encarna la obra son los valores imperecederos de la vida, la inocencia de una edad que termina, los sueños que se cumplieron y llenaron de dicha nuestros primeros años, el amor presentido y descubierto casi sin comprenderlo, la experiencia dolorosa de separarse de las personas queridas, todo ello enraizado y detenido en el recuerdo y compelido a regresar con inextinguible aliento y lozanía.
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Juan Lara Franco es abogado, escritor, poeta y crítico literario de Bogotá, Colombia. Autor de los libros de poemas Sopor del Tiempo, Poemas de Solange, Las puertas ficticias, y Los días que son la vida y coautor con Alfredo Arango de la novela La perniciosa incertidumbre, Memorias de Fermín Donaire. Sus ensayos, críticas, reseñas de libros, artículos sobre escritores y traducciones han aparecido en revistas de literatura. Fundador y subdirector del Escarabajo Revista Literaria. Es miembro de la Editorial Puente Levadizo.