La brisa de verano traía el aroma de los tomates, la albahaca y la hierbabuena del jardín. Continuaba sentado en el columpio del porche de la casa observando el juego de baloncesto en el parque, al otro lado de la calle. Los adolescentes habían estado jugando por varias horas; parecían no cansarse, a pesar del calor y la humedad. Había salido a las cuatro y media con mi libro de H.P Lovecraft. Me había sentado en el columpio del porche con el ánimo de cambiar de aire, después de haber examinado las mayas de las ventanas, los rincones del interior de la casa y cada fisura en las paredes. No había dormido; había empezado a pasar más tiempo afuera que adentro de nuestro hogar; mis pensamientos se dirigían hacia aquel visitante y un dolor de cabeza pugnante se había apoderado de mi tranquilidad. Para Eva nada había cambiado. Se notaba tan tranquila como un trébol en una montaña. Según ella, yo había empezado a comportarme de una manera irracional desde que aquel animal entró a nuestra habitación mientras dormíamos al amanecer.
De todos los mamíferos en la tierra, los murciélagos son los únicos que tienen alas. Son de color habano, marrón, gris o negro. Su visión no es tan poderosa como la nuestra pero aquellos animales cuentan con un sistema de ultrasonido que les permite guiarse en la oscuridad. Controlan las plagas de insectos sin producir las consecuencias ambientales de los exterminadores; dispersan las semillas y polinizas las flores, y son esenciales para la regeneración de los bosques. Los asociamos con la magia, la muerte y la oscuridad. La cultura popular se ha encargado de alimentar nuestros miedos. Las brujas vuelan sobre su escoba con una manada de murciélagos detrás de ellas. Batman, no sería el héroe que conocemos, sino fuera por aquella experiencia traumática en su infancia con varios murciélagos en una cueva. En Drácula de Bram Stocker el vampiro y los murciélagos comparten la cualidad siniestra de alimentarse de sangre humana al caer la noche. En la película, The Lost Boys, dirigida por Joel Schumacher, una pandilla de vampiros vuela como murciélagos sobre Santa Cruz. En Nosferatu: a Symphony of Horror dirigida por el alemán M.F Murnau, el murciélago es la expresión animal de la perversidad del vampiro de Transilvania.
El cielo había empezado a adquirir una tonalidad púrpura. En cualquier momento la noche llegaría. El juego de baloncesto se había terminado y ahora la cancha estaba vacía. Solamente una pareja de estudiantes esperaba a que su French Poodle, con forma de nube, terminara de orinar bajo el tronco de un árbol inmenso. Los faros del parque emitían una luz pálida. Una manada de pájaros volaba sobre el edificio de la escuela de música diagonal a nuestra casa en Church Street.
-Llevas horas acá sentado.
Era la voz de Eva.
Volví mi mirada hacia ella.
Estaba parada al lado de la puerta. Lucía un vestido azul de lunares, y tenia un vaso de agua en la mano. Llevaba el pelo rizado y suelto a la altura de los hombros.
-Mira esos pájaros-dije señalando el firmamento.
-Van a descansar-dijo.
-Me pregunto dónde duermen.
-En algún árbol.
-Otros animales hasta ahora se despiertan.
-Hice sopa de cebolla-dijo.
-No tengo hambre.
-¿Estás pensando todavía en lo mismo?-dijo ella.
-Me duele la cabeza-dije.
-No pienses en eso -dijo ella.
-¿Por qué los defiendes?-dije.
-No los defiendo.
-Voy a comprar una trampa-dije.
-Eso es ilegal-afirmó.
-Llevo días sin dormir.
– Habla con el landlord.
-Ya lo hice. Le da igual.
-Llámalo de nuevo-dijo.
La primera vez que el murciélago entró en nuestra habitación lo hizo como un ladrón cuando dormíamos. Como si en mis sueños, una voz me hubiera dicho que algo andaba mal en la habitación, abrí los ojos y encontré aquel vampiro volando en zigzag muy cerca de las paredes y el techo. Con mi mente todavía intentando conectarse con este mundo encendí la luz de la lámpara de la mesa de noche. El visitante batia sus alas en el aire con naturalidad. En principio penséque era una mariposa, o un pájaro. Pero al ver aquellas alas extendidas como una sombrilla abierta comprendí. No era una mariposa ni ninguna ave. Me paré de la cama de un salto, agarré un zapato de Eva, y se lo lancé con toda mi fuerza,pero el zapato fue a dar contra la pared. Fue en aquel momento cuando Eva se despertó. Seguramente, porque había crecido en el campo, ella reconoció al animal en un instante: es un murciélago, dijo. Como si hubiera visto una simple hormiga se levantó, y del armario sacó una caja y una hoja de cartón. Cuando el animal descansó en el piso finalmente colocó la caja sobre él con delicadeza. Sin una gota de inseguridad deslizó la hoja bajo la caja. Levantó la caja sin quitar la hoja, abrió la ventana y lo dejó en libertad.
Más que un lugar físico para protegernos de las inclemencias del medio ambiente, un hogar es una idea o más especificadamente un sentimiento. No basta con dormir bajo un techo para llamar una casa, un hogar, si aquel sentimiento no existe en nuestro interior. Nos habíamos mudado a esta casa a principios del verano. La habíamos encontrado en Craiglist por un precio relativamente decente para dos estudiantes de postgrado. Era una casa antigua al norte de Iowa City, apartada del ruido del centro de la ciudad. La habitación y la sala estaban apartadas por una puerta corrediza de madera. La cocina era espaciosa y tenía tres ventanas por donde entraba la luz cada mañana. Los domingos nos gustaba desayunar en el porche mientras observábamos a los adolescentes jugar baloncesto al otro lado de la calle. Habíamos decorado el interior de la casa con un sofá azul que Eva había traído de su antigua vivienda; habíamos comprado varias lámparas estilo vintage en el Salvation Army, puesto cojines contra las paredes y colgado el cuadro de un paisaje escandinavo en la sala sobre el sofá. Compartíamos el sentimiento de estar construyendo un hogar juntos.
No sé por cuanto tiempo dormí sentado en el columpio del porche. Cuando abrí los ojos, el manto de la noche del Midwest arropaba Iowa City. La luna amarilla se escondía tras las nubes. Las chicharas gritaban. Mis pensamientos se dirigieron hacia aquel animal: sus huesos flexibles, delgados y ligeros; su orina blanca y lechosa; los cinco dedos y la única garra para sujetarse cuando se posa en las cortinas; sus dientes afilados y la lengua larga; las alas abiertas como un paraguas, la forma irregular y los cambios imprevisibles de dirección en su vuelo.
Me paré y entré a la casa.
Eva estaba recostada en el sofá leyendo el New Yorker.
-¿No tienes hambre?-dijo.
-No-dije.
Continúe a la cocina, abrí la nevera. Me serví un vaso de limonada. Pensé: viven en esta casa. Están en el ático. Bajan y suben detrás de las paredes. No es uno sino varios. Viven en una colonia. Llevan años viviendo en este lugar. Tal vez décadas. Me acerqué a la pared y coloqué mi oído contra ella con el animo de escucharlos. Encontré un silencio esperanzador. En ese momento Ada entró a la cocina.
-¿Escuchando a los vecinos?-dijo.
Volví mi mirada a ella.
-No -dije.
-No te ves bien.
-Trato de saber si hay una infestación.
-De qué hablas.
-Los murciélagos.
-Dale con la misma historia.
-¿Tienes weed?-dije.
-Pensaba que ya no consumías-dijo ella.
-¿Te queda? ¿Cómo es posible que estés tan tranquila? -dije.
-Tengo otras cosas en las que pensar.
-De todas maneras…-dije.
-¿Quieres que llame al landlord mañana?
-Sí, por favor, llámalo-dije.
-Me preocupa tu salud -dijo.
De su bolso que colgaba de la chapa de la puerta de la cocina, sacó una cajita con una barra de chocolate en su interior.
-Solo un trozo pequeño. Sino te va a dar ansiedad-dijo.
Tomé la caja y la observé: KIVA CANNABIS INFUSED CHCOLATE BAR.
-Gracias-dije.
Me observó como un doctor antes de salir de la habitación de un paciente en recuperación.
-Te quiero-dijo.
-Yo también. ¿No quieres un poco?-dije.
-Es lunes-dijo.
-Tienes razón-dije.
-Pero tú sí lo necesitas.
-Voy a ver televisión-dije.
-Hasta mañana-dijo y se retiro a la habitación.
Saqué la barra de chocolate de la caja, corté un trozo y me lo metí a la boca. Preparé té, me dirigí a la sala. Observé las paredes, el techo, el aire acondicionado en la ventana y la puerta corrediza. Mi cuerpo se empezó a sentir liviano. El ritmo del tiempo se hizo mas lento. Encendí el televisor. Sintonicé Curb your Enthusiasm. Me acomodé en el sofá. Me fui quedando dormido. Pero en mi cabeza seguían volando aquellos animales.