Existe una controversia en las relaciones personales que nunca se ha zanjado e intuyo que jamás se resolverá. Y es la siguiente: ¿Los libros se prestan? Ese acto, a veces desinteresado, a veces con dolor, pone a prueba amistades y vínculos afectivos. Los más osados redoblan la apuesta y se preguntan: ¿Los libros prestados, se devuelven? Esta interrogante puede esconder solapadamente un delito o un incumplimiento, implícito en el hecho de prestar un libro por un tiempo no determinado. En ese tenso instante se dicen frases poco convincentes por parte del emisor y del receptor: “Leelo tranquilo”, “lo leo y te lo devuelvo”, “no tengo apuro”.
Nunca nos prestamos libros con @HVeraAlvarez. Pero un hermoso ejemplar de Bakakai, de Witold Gombrowizc y editado en 1986 por Tusquets, ha recorrido varias veces los pocos más de 7 000 kilómetros que separan Buenos Aires de Miami. Ese pasamanos funcionó como una vía alternativa de contacto, de intercambio epistolar, con breves palabras en las primeras hojas.
Desde hace años con @HVeraAlvarez tenemos a Witold Gombrowizc como un fetiche, del que husmeamos hasta los detalles más insignificante de su paso por Buenos Aires. Tomar un café en El Querandí del barrio porteño de San Telmo, donde la historia la cuentan las baldosas. Caminar por la zona del puerto, recorrer la señorial Avenida de Mayo. Siempre buscando algún atisbo de aquel escritor polaco que eligió a la Argentina para refugiarse de la Segunda Guerra Mundial. En 1939, un joven Gombrowicz con 35 años, llegó a la Argentina para asistir a un congreso de escritores. Ya con los pies en Buenos Aires, Gombrowicz no dudó en quedarse en ese país del fin del mundo, mientras Europa era invadida por el nazismo. El puerto y el bajo porteño fueron sus lugares. Mientras trabajaba en un banco escribió algunas de sus obras más destacadas, como Transatlántico y La seducción.
Luego de doce años, @HVeraAlvarez está de regreso y anda por las calles porteñas como si nunca se hubiese ido. Aquel ejemplar de Bakakai volvió a estar entre nosotros. Está algo maltrecho y sus hojas, amarillas, pero conserva esa mística viajera.