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Los cinco tipos de escritores que todo buen literato latinoamericano ha encarnado alguna vez

El escritor heterosexual de clóset: Este tipo de escritor es rudo o más bien dice ser rudo por naturaleza. Algún escritor le cae mal, lo madrea o más bien dice que lo va a madrear en el próximo encuentro literario o lectura de poesía o congreso académico en el que se lo tope.

Se cree Roberto Bolaño resucitado. Es el más borracho, drogadicto, mujeriego, parrandero, jugador y malhablado de la fauna literaria o dice ser el más borracho, drogadicto, etcétera… Lo importante no es lo que verdaderamente es, sino lo que el mundo cree de su persona. Cuando uno se topa ante “un escritor heterosexual de clóset”, sólo puede expresar: “ah jijos, qué machote es este cuate. Hasta me da miedo”.

El escritor hípster: Es experto en cine, cómics, arte contemporáneo, arengas sobre ciencia ficción y terror, y música underground de Islandia de los años ochenta. Lee poquito y casi siempre a Tolkien o a J. K. Rowling o a Lovecraft. Aunque no la lea, piensa que toda literatura no escrita en español es una genialidad. Ama a los gatos porque le gusta el caché en una foto de El Buky a quien confundió con Julio Cortázar.

En ocasiones ya dejó de ser virgen. En ocasiones también ya terminó la preparatoria o la Universidad en alguna institución privada. Cuando se topa con La divina comedia, no deja de pensar: “Qué grande es Dante por haber asimilado el discurso fílmico de David Lynch y poder plasmarlo en esta chingonería que es El Infierno”.

El escritor pueblerino: Se toma a pie juntillas aquella máxima tolstoiana de “pinta tu aldea y pintarás al mundo”. Vive como si estuviera en Nueva York o París o Buenos Aires o la Ciudad de México, pero del siglo XIX. Quema libros suyos porque no se los quieren publicar en la Secretaría de Cultura de su municipio, donde casi siempre falta el agua. Critica los premios o becas que otros se ganan. Sólo cuando él es el galardonado entonces sí fue legal el concurso.

Está en pugna permanente por un puesto en la burocracia cultural de su localidad que le permita ganar 3 mil pesos quincenales. Presume su amistad con escritores o artistas que salen en CNN o publican en El País. “A ese gran escritor yo lo conozco y hasta el otro día se emborrachó en mi casa y me vomitó la alfombra y piropeó a mi vieja”, dice ufano ante los amigos que él ve como su público. Va a todos los eventos culturales de su ciudad y asegura, como buen personaje de Ibargüengoitia: “Modestia aparte, somos la Atenas de por aquí”.

El escritor vanguardista: Lleva a cabo recitales donde se encuera o se pinta de abejita. Grita como desquiciado y se pone a maldecir al gobierno en turno o a Vargas Llosa. Mezcla canciones de Maná con una palabrería reguetonera que él asegura es poesía… y de la buena.

Dice que va a revolucionar el arte. Tiene a Los detectives salvajes como su Biblia. Y como toda Biblia, no ha leído completo el libro y por eso no comprende que es una farsa.

Asegura que los versos pueden cambiar al mundo, aunque él mismo no se haya cambiado la playera desde los diecisiete años cuando el universo le reveló que tenía que ser poeta. Nada le sorprende porque no lee nada más que Bolaño. “Quiero ser poeta maldito”, dice en las tertulias literarias a las que asiste, mientras le da un sorbo brutal a su jugo de zanahoria mezclado con naranja y nopal, porque “el escritor vanguardista” es abstemio, vegetariano, defensor de los animales y de filiación fascista.

El escritor consagrado: Se burla de los cuatro tipos anteriores.

 

 

Ilustración: Insanethought

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