Lo que fui, lo que soy: la memoria viva de Fito Páez

Hay libros que nacen para completar una obra. Otros, en cambio, para desnudarla. Infancia y juventud, el primero de los dos volúmenes autobiográficos de Fito Páez (y quizás el más potente), pertenece a esta segunda estirpe. En estas páginas hay una voz que se asoma al abismo de su pasado con honestidad brutal y una ternura a veces desarmante.

La ciudad de Rosario no es solo el telón de fondo. Es un personaje más. Fito escribe sobre sus primeros años como si caminara por las calles de su barrio con una cámara en la mano y un grabador en el bolsillo. La casa de sus abuelos, el colegio religioso, los amigos del barrio, los primeros discos, los primeros miedos. Todo late con una memoria precisa, visceral. “Hay algo de Rosario que todavía me duele”, escribe, y esa frase podría ser la columna vertebral de todo el libro.

En esas escenas iniciales —marcadas por una infancia sin madre, una abuela que lo cría, un padre cariñoso pero ausente por trabajo— aparece ya un niño que mira distinto, que escucha más, que siente con intensidad. “Nunca supe si mi madre me había querido”, confiesa. Y esa herida primera, esa ausencia fundacional, recorre cada página.

Lejos de cualquier tono épico o nostálgico, Fito cuenta su historia con una mezcla justa de crudeza y belleza. No idealiza ni su talento precoz ni la escena del rock argentino, que va descubriendo con hambre y torpeza. Su paso por la Escuela de Música, su descubrimiento del cine, las primeras bandas, los amores caóticos, los excesos, la pulsión por crear y destruir al mismo tiempo.

Hay momentos en los que el relato duele: la violencia familiar, los internados, la sensación de estar siempre al borde del derrumbe. Páez no escribe para justificarse. Tampoco para confesarse. Escribe para dejar constancia. Como quien necesita ordenar el caos del pasado para entender en qué momento exacto empezó a ser quien es.

Uno de los hilos más entrañables del libro es la aparición de sus ídolos: Spinetta, Charly, Baglietto. No como figuras mitológicas, sino como humanos: contradictorios, frágiles, luminosos. El Fito adolescente que logra conocer a Charly García, que lo admira y a la vez se ve reflejado en su locura creativa, es uno de los retratos más bellos del libro. No hay impostura en esa admiración: hay una línea directa entre lo que escucha y lo que sueña.

También hay humor. Un humor inteligente, ácido, que aparece en los momentos más insospechados. Como cuando cuenta su primer viaje a Buenos Aires o su relación con los representantes y productores musicales. Todo es narrado con el timing de un cronista que sabe reírse de sí mismo.

Aunque Infancia y juventud no es un libro “sobre música”, la música lo atraviesa todo. Está en las canciones que lo marcan, en los conciertos que lo transforman, en las primeras composiciones que le salen “como si ya estuvieran escritas”. Pero más que eso, está en el ritmo de la prosa. Fito escribe como toca el piano: con intensidad, con cambios de tempo, con silencios que dicen tanto como las notas.

Infancia y juventud  es un ejercicio de memoria brutalmente sincero. Y por eso mismo conmueve tanto.

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