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Libros buenos, libros malos

Un día, mientras daba una clase sobre promoción de lectura, una alumna me preguntó cómo diferenciar los libros que consideramos de alta literatura de los que no lo son. En aquel momento no supe qué contestar, aunque creo haber encontrado una respuesta.

Cabe señalar que, como promotor de lectura, me he vuelto mucho más laxo que en otros tiempos. En el año 2003, cuando llegué a España, recuerdo que el libro de moda era El código Da Vinci de Dan Brown. Todos hablaban de él. Leí la primera página y comprendí que me enfrentaba a una novela de misterio con un tono muy parecido al Documento R de Irving Wallace, la cual leí y releí en la adolescencia. Sin embargo, la obra de Brown la cerré sin miramientos, no me interesó. No me ofrecía nada de lo que buscaba, como tampoco en los años siguientes las trilogías Millenium de Stieg Larsson o la muy comentada Cincuenta sombras de Grey de E. L. James.

Fue entonces cuando comprendí que la iniciación lectora es, sobre todo, heterogénea. Cada uno comienza de forma distinta, y he conocido a muchos buenos lectores que emprendieron su viaje lector a través de novelas de misterio, policíacas, negras o de terror y que con el paso del tiempo fueron refinando sus gustos hacia territorios más íntimos o intelectuales, integrando a su colección obras de Kafka, García Márquez o Coetzee.

Esto significa que estas primeras lecturas no son malas. En realidad ningún libro lo es. Porque una obra en sí misma siempre tiene un valor. Lo que se debe trabajar es el criterio del lector y, sobre todo, preguntarnos ¿qué leemos y para qué leemos? Quizá algunos dirán que para entretenerse. Sin embargo, a lo largo de los años, la respuesta que más he escuchado (y que yo mismo utilicé durante un tiempo) fue: para encontrar respuestas.

Y es aquí donde creo que hallé la diferencia entre unos libros y otros. Porque con el tiempo he comprendido que la lectura es un acto de interrogación continua. En lo personal, un gran libro es aquel que me provoca infinidad de preguntas, que me cuestiona mi ser, mi existencia, mi entorno. Libros que ofrecen diversas panorámicas, visiones cercanas o alejadas de nuestro pensamiento, pero que nos permiten indagar y, por lo tanto, descubrir cosas nuevas.

Un libro que se remite a contar una historia sin más intención que eso, me entretiene, sí. Y quizá en algún momento logre una cierta profundidad y me cuestione. Eso no está mal, pero no me es suficiente. Y si hablamos de libros de autores como Coelho o Bucay, que se erigen como autores dedicados a dar respuestas, pues simplemente no me acerco.

¿Qué hace que un lector dé ese salto desde las respuestas hacia las preguntas? no lo sé. Ni mucho menos considero que exista una fórmula para que alguien lo haga. Pues la lectura es, ante todo, un acto de libertad. Y cada quién decide lo que lee y para qué lee. Pues como dijo Borges, “el verbo leer no soporta el modo imperativo”.

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