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Leila Guerriero. Obsesión y paciencia

Isabel Uribe Moya

leila guerreroEn el caso del “Nuevo Periodismo” el olor a nuevo parece haber durado más de cincuenta años. Aún hoy, avanzado el siglo XXI, se habla de él y se pregunta por su futuro como si se tratara de una planta exótica descubierta ayer y a la vez en peligro de extinción.

El periodismo que nació con Truman Capote, Gay Talese y Thomas Wolfe, en el norte de América y con Gabriel García Márquez, Elena Poniatowska, Tomas Eloy Martínez, y tantos otros en el resto del continente, es el periodismo que se empeña en llamarse nuevo a pesar de tantas crónicas recorridas, a pesar de modernos apelativos como periodismo literario, narrativa periodística o simplemente crónica actual. Ese, es el periodismo que hace que hechos comunes y corrientes permanezcan vigentes porque son contados a través de una prosa impecable, el que convierte en universales los sucesos, testimonios y personajes locales al posar sobre ellos una mirada diferente, el que desafía a la inmediatez y a la brevedad, a la banalidad y al periodismo ligero.

Mucho se ha escrito, mucho se ha teorizado, mucho se ha discutido, pero lo cierto es que, de la mano de periodistas como Martín Caparros, Alberto Salcedo Ramos,  Juan Villoro o Julio Villanueva Chang, el término “nuevo periodismo”, aunque suene a viejo,  aún huele a nuevo.

Leila Guerriero hace parte de esta notoria lista de cronistas latinoamericanos que refrescan el panorama periodístico en estos tiempos. Nació en Junín, provincia de Buenos Aires, un año después de que Truman Capote publicara A sangre fría, y doce después de que García Márquez publicara por entregas, en el diario El Espectador, Relato de un náufrago.

Leila es delgada como una bailarina, viste ropa oscura y tiene una melena imponente, una sonrisa generosa y unas manos finas y largas adornadas por un único gran anillo. Desde que a los 21 años comenzó su camino por el periodismo, ha publicado cuatro libros: Frutos extraños (2009) una selección de sus artículos publicados durante los primeros ocho años de este milenio, Plano Americano (2013)  reúne veintiún perfiles de personajes de la cultura latinoamericana; Los suicidas del fin del mundo (2006) y Una historia sencilla  (2013) son libros monotemáticos resultado de largas investigaciones.

Fue, precisamente, el lanzamiento de Una historia sencilla el que  trajo a Leila a España nuevamente y el motivo de esta entrevista hecha en un hermoso salón del Palacio Linares, sede de la Casa de América en Madrid.

LA INCERTIDUMBRE DE LA REALIDAD

El proceso de creación de Una historia sencilla (publicado por Anagrama para España y toda Latinoamérica) comienza en una caja de recortes de prensa donde Leila encontró una nota del diario La Nación, que varios años atrás había guardado, sobre el Festival Nacional de Malambo en Laborde. Sí, un festival de un baile folklórico muy específico, en un pueblo muy pequeño en la mitad de la pampa argentina. Las palabras “campeón” y “gladiador” escritas en ese artículo fueron suficientes para despertar su atención.

¿Cómo llega un hecho tan específico y sin importancia aparente, más que para un grupo muy reducido de bailarines, a convertirse en un libro que atrapa al lector en sus 146 páginas?

Cuando yo fui a Laborde, creía que a mí me gustaba la historia del festival. Me parecía increíble un festival en el que el campeón, en el momento de recibir la corona, es aniquilado. El ganador no puede volver a presentarse profesionalmente en ninguna otra competencia ni en Laborde ni el mundo. Eso me parecía alucinante. Me parecía como ganar el premio Cervantes y que  la condición fuera que no puedes volver a escribir nunca más. Después apareció Rodolfo. Cuando lo vi bailar decidí que ya no iba a ser la historia del festival, sino la historia de ese hombre en el festival. Después de muchos encuentros con Rodolfo, muchas entrevistas y un mes y medio de estar escribiendo, me di cuenta de que no estaba escribiendo una crónica para la revista Gatopardo. Estaba escribiendo un libro. Me pareció que la historia era muy emocionante, que valía la pena y que tenía trascendencia y tocaba un universal muy fuerte: la historia de un hombre común que también es un tigre de bengala”.

Rodolfo González Alcántara es bailarín de Malambo, no mide más de un metro con sesenta, su entrenamiento físico y mental es como el de un atleta olímpico, deja su alma en un baile de exigencia demencial que no dura más de 5 minutos. Rodolfo es profesor de baile en colegios urbanos, su familia es humilde, pero no de la humildad que se confunde con la marginalidad. Rodolfo es un hombre común pero que tiene un gran sueño, que no se resigna, que se enfrenta a la posibilidad de la frustración y el fracaso pero aun así continúa, que sobrevive y al mismo tiempo lucha por lo que quiere. El libro es la historia de un hombre común, fuera de lo común.

“La historia de Rodolfo era la historia de un hombre en el que se había agitado el más peligroso de los sentimientos: la esperanza.”  (pag.79)

Tres años de seguimiento y de entrevistas con familiares y amigos. Tres años de trabajo con la certeza de no conocer el final de la historia y la incertidumbre sobre si ese final determinaría su validez:  ¿Y Si Rodolfo no gana el campeonato?

El camino de la escritura de un libro de no ficción está lleno de dudas, sobre todo porque uno no puede forzar la realidad para que se transforme en lo que uno querría que fuera la realidad. La realidad es lo que es, y uno está ahí para mirar y transmitirla”. Así, claramente lo explico Leila  más tarde, en una conversación abierta al público entre ella y sus colegas Juan José Millas y Guillermo Altares.

Mucha gente maravillosa me ha dicho sobre los temas periodísticos que yo trato: ´Bueno, qué tema tan maravilloso para una novela´ y yo digo: Cuernos, si a mí me parece maravilloso porque es real. Rodolfo González Alcántara me parece increíble porque existe. No hace falta que yo le haga nada. ¿Qué le habría podido haber aportado yo?, ¿Transformarlo en un superhéroe volador?, ¿Inventarle una vida? No sé, a mí no se me ocurre. Seguro que a un escritor de ficción se le ocurren mil cosas”.

En algún momento, en el libro, usted se pregunta si esa historia sencilla realmente llegará a  interesarle a alguien. ¿Por qué se hace esa pregunta?

“Porque creo que la crónica latinoamericana ha insistido mucho en el otro lado de todo, en esta historia que es la de los rotos, los narcos…temas que me parecen interesantes, de los que he escrito y seguiré escribiendo, pero la pregunta es casi un guiño como a los colegas: estas historias no las estamos contando, será porque no le interesan a nadie? A lo mejor, esa es una posibilidad. A lo mejor sólo se venden dos ejemplares del libro y esa sería la respuesta. Entonces, las historias que le pueden pasar a cualquiera, las más cercanas, esas no las contamos, ¿por qué?, ¿porque no las sabemos contar?, ¿porque no sabemos mirar?, o ¿porque de verdad no nos interesan?”.

CURIOSA – OBSTINADA – INVISIBLE.

Leila Guerriero es curiosa y obstinada, eso se evidencia al leer su obra. Se percibe que sobrevive su esencia de “criatura un poco salvaje, bastante silvestre” como ella  se define en su infancia. La niña que se enamoró de la lectura cuando su padre le contaba un cuento, para luego señalarle en qué libro podía encontrarlo. La que descubrió las historietas de Mafalda en la mesilla de su madre y soñaba vivir como esa niña, en una gran ciudad. La que se perdía entre el gran archivo de comics coleccionados por sus abuelos. La jovencita que podía ver cuatro películas en un día, en los cines de Junín.

Leila es metódica, obsesiva. La curiosidad es su motor, la absoluta seguridad de que sólo ella puede saciar su infinita necesidad de saberlo todo.

Hay dos tipos de silencios en sus textos: Los que marca intencional y gráficamente, pero sobre todo, ese silencio que se devela presente en el trabajo previo a la escritura, esa manera de entrar en la vida del otro, pero mantenerse oculta para no interferir en su realidad, en su forma de ser. ¿Podría hablar de esos silencios?

“Para mí es muy importante el silencio en la página. La fragmentación implica que en los encadenamientos entre una cosa y otra hay un silencio importante que cuido mucho. En el fondo porque al montar una crónica o un texto periodístico, siento que hago lo mismo que un editor de video cuando edita un documental: Acá una escena, acá un fundido a negro, acá un trávelin, acá necesito montar la cámara en una grúa y que se vea todo desde arriba… no tan conscientemente, pero sí tengo una idea muy visual de los  textos. En eso se nota mi formación en el cine.

Por otro lado si pienso, por ejemplo, en lo que implica hacer un perfil, muchas veces implica, más que estar hablando con alguien, estar en silencio. Observar a esa persona en su vida cotidiana hasta que ya no estás ahí. Es una especie de borramiento,  esa necesidad de estar pero no estar”.

Esta especie de “borramiento” lo explica con certera claridad en un texto que escribió hace  unos años para la revista El Malpensante: “… para poder ver no sólo hay que estar: para poder ver, sobre todo, hay que volverse invisible. Aplicar discreción hasta que duela, porque sólo cuando empezamos a ser superficies bruñidas en las que los otros ya no nos ven a nosotros, sino a su propia imagen reflejada, algunas cosas empiezan a pasar”. 

Esa particular discreción que la caracteriza en su rigor periodístico es la misma que le impide, en la mayoría de sus textos, escribir en primera persona. Lo subrayó así ante el público de Casa de América:

Me lo pensé mucho antes de escribir Una historia sencilla en primera persona, pero me di cuenta rápidamente de que había preguntas  que yo quería que el libro tuviera. Ese tipo de preguntas viscerales, retóricas, éticas que me hice  a mí misma y no le hice a Rodolfo. Por eso decidí desde el principio que yo estaría en el libro… Lo que me terminó de decidir es que a mí Rodolfo, por momentos, me desconcertaba muchísimo. Arriba del escenario era un King Kong, era un monstruo, era un tigre de bengala, era un animal salvaje, y cuando bajaba del escenario era una persona completamente opuesta. Para que todo esto no sonara como el capricho de un autor a mí me pareció importante que estuviera en primera persona, pero de todos modos manteniéndome como detrás de la puerta.

También hay algo que siento que da la primera persona, que es como la posibilidad de ser más efectista (esto en historias de no ficción, porque en ficción es otra cosa). En una historia de no ficción, un periodista puede echar mano de la primera persona para estar por delante de la historia, para decir: miren que valiente soy, que bravo soy, que inteligente soy, miren que fantástico que soy. Eso  a mí me produce mucho repelús”.

Al escucharla hablar o al leer reflexiones que usted misma ha escrito sobre su oficio periodístico y sobre usted como periodista, me llama la atención el hincapié que hace en ciertas carencias que podría llegar a tener.  Yo siento que finalmente esas carencias se han convertido en sus grandes fortalezas.

“Lo que pasa es que para mí esas no son carencias,  como que las enumero, pero en el fondo  las siento como cosas que me identifican. Tampoco las siento como virtudes. Creo que el hecho de no haber estudiado periodismo, sí me produjo un resultado, que es ser como esta cosa de: como por las dudas. Desde la primera nota, si todo el mundo se conformaba con hacer 15 preguntas yo hacía 85. Para una nota sobre determinado tema hago 40 entrevistas. Si  después voy a poder poner diez y los otros treinta se van a enojar… bueno, pues no importa. Sé que no puedo saberlo todo, pero yo tengo que  tener la sensación de que lo sé todo. Entonces eso que vos decís, a mí me funciona más bien como una especie de conciencia de lo que yo no puedo hacer. Yo no podría trabajar en periódicos porque no lo sabría hacer. Además hay algo más ahí, y es que a mí no sé si me gusta escribir. Me produce mucha incomodidad el hecho de la escritura, pero me gusta el resultado y para llegar a ese resultado  yo necesito tiempo y el periódico no me da ese tiempo.

La gente es un poco reacia a decir esas cosas porque parece que la lentitud o qué se yo, son cosas que van como en detrimento de cierta posibilidad de que uno sea mínimamente inteligente, pero yo no lo siento. Yo creo que hay gente que tiene una producción muy reposada, como Alan Pauls que es un escritor increíble, también es un tipo que se toma su tiempo para pensar. Para escribir una columna de 1000 caracteres necesita 3 días. Digo, yo soy así también”.

Seguir leyendo a Leila es indispensable para periodistas y no periodistas, para escritores y no escritores. Seguir leyendo a Leila es indispensable porque como ella bien dice: “La crónica narrativa es un periodismo necesario en un mundo tan complejo como este”.

Fotografía de autor: Keshava Liévano  

 

 

 

 

 

 

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