Dicen que aquellos países que no revisitan su historia están condenados a repetir los errores. Parece que lo del 1 de mayo es uno de esos casos. Todos sabemos que el 1 de mayo es mundialmente reconocido como el Día de Trabajo, mundialmente, menos en los Estados Unidos, lugar donde se sucedieron los eventos, más precisamente en la ciudad de Chicago.
Para no irnos por las ramas, explicando de manera rápida qué pasó. En 1886, un primero de mayo, los trabajadores se lanzan a una huelga masiva que termina con choques violentos entre policías y trabajadores, hay represión, hay tiros, hay bombas, hay muertos de ambos lados. Las represalias derivan en arrestos de activistas y organizadores de la marcha, hay juicios vergonzosos donde no hay evidencias, pero igualmente condenan a la horca a varios. Por supuesto que esos condenados eran todos extranjeros que traían ideas profanas como igualdad de pago y una jornada de ocho horas de trabajo, algo que se logró un par de años después.
Por muchos años el primero de mayo se celebró en Estados Unidos como un día para la reflexión, donde se recordaba a las víctimas de aquellos sucesos. El tema fue que cuando la Unión Soviética lo declara como día mundial del trabajo, a modo de avergonzar a su rival de la guerra fría, este país lo toma como un “feriado comunista”. Y esa es la verdadera razón por la cual se dejó de recordar ese día. El feriado del “Labor Day” ya se celebraba el primer lunes de septiembre para distanciarse de la carga política que traía la referencia ideológica con el rival proletario.
En la última década, el 1 de mayo ha tomado otra connotación, pero no por ello menos política. Los organizadores de las marchas pro reforma migratoria habían elegido, precisamente, el 1 de mayo para organizar una protesta masiva, como en aquellos tiempos de lucha por igualdad, por lograr hacerse escuchar ante una elite sorda y esquiva, pero también hipócrita, y hacerles saber que los inmigrantes, con o sin documentos, son la verdadera fuerza silenciosa que mueve a este país. Otra vez, desde Chicago, el llamado se hizo eco en el resto de la nación del norte, ya no solo para pedir por derechos laborales, sino por derechos humanos: que no se deporte inmigrantes sin una razón legítima, que no se separen familias por caprichos políticos, que los inmigrantes no sean el termómetro de una campaña presidencial despiadada y llena de rumores de corrupción.
La reforma migratoria perdió peso en el congreso. Nadie en el Capitolio quiere tomar esa piedra caliente que sigue estando latente, porque la economía de este país se mantiene gracias a las espaldas mojadas de los trabajadores en el campo, en las fábricas, en los restaurantes, en las empleadas domésticas, y en un sinnúmero de lugares donde se paga poco y se trabaja mucho.
El 1 de mayo sigue siendo una fecha emblemática, por los sucesos de 1886, pero también por lo que se muestra en la última década. La lucha por la igualdad, por salir a la luz, por tener un salario digno y derechos a servicios por los que se paga y no se pueden obtener. No podemos olvidar de dónde venimos, eso puede hacernos olvidar hacia dónde vamos. No podemos olvidar que el sacrificio de unos es la recompensa de otros. No podemos olvidar que la lucha continúa, para desterrar el racismo, la intolerancia, pero también la ignorancia de aquellos que prefieren odiar a comprender que este es un mundo diferente. No podemos olvidar que las ironías del 1 de mayo, no son más que un juego de ajedrez entre los que juegan al poder, donde se juega el destino aquellos que sostienen el tablero con las manos.
No olvidemos.