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Las editoriales y sus clientes

Piensen en la comida que menos les gusta. En mi caso es el hígado de res. Desde mi más tierna infancia lo detesto. Con el paso de los años he tenido que enfrentarme a su aroma y sabor, y siempre con el mismo resultado: arcadas.

Al día de hoy no hay nada que cambie mi gusto hacia él. Incluso en alguna ocasión llegué a imaginar una gran campaña publicitaria y de marketing para incentivar el consumo de hígado de res. Estoy convencido de que no lograría su objetivo conmigo. No pienso consumirlo porque simplemente no me gusta y punto.

Esta idea vuelve a mi cabeza mientras recorro Liber 16, la Feria Internacional del Libro, que se llevó a cabo en Barcelona del 12 al 14 de octubre. Observo los estands, escucho a los conferenciantes. En todo se percibe la preocupación por la incertidumbre del futuro: la economía en el espacio iberoamericano es cada vez más difícil, mientras que el mundo digital agita una industria ya de por sí frágil desde hace varios años. Sin embargo, se sigue publicando día tras día en ambos formatos.

Aunque existe compañerismo y una cierta camaradería de gremio, saben que son muchos y los lectores, pocos. Entonces vuelvo a mi anécdota del hígado. ¿Cómo quieren vender libros a un mercado que no lee? Por más promociones, campañas de marketing, ya sean presenciales o a través de redes sociales, si tocas a la puerta de alguien que no tiene gusto o por lo menos el hábito de la lectura, es imposible que ese no-lector te escuche o te tome en serio.

En todas las charlas se repite que los índices de lectura caen año con año en España y América Latina. Se mira Estados Unidos con esperanza, pero saben que no será suficiente.

¿Qué factores han llevado a esta situación? Podemos pensar en varios. Desde las administraciones públicas se desdeñan las campañas de fomento de la lectura: se ven como un gasto, o peor aún, como un peligro: una sociedad que lee siempre será más crítica a las decisiones del poder. Es cierto que existen campañas, pequeñas y grandes, pero por alguna razón, no se han visto los resultados (o quizá estén por llegar, espero). Por otro lado, los colegios intentan hacer un gran esfuerzo porque los chicos lean, pero el factor académico, como el cumplimiento de los currículums, crea una barrera entre los potenciales lectores y los libros.

Hace algunos años, una reconocida editora me dijo tajante que el objetivo de una editorial era vender libros, no promover la lectura. Lo mismo me han dicho un par de escritores. Ellos, ante todo, son artistas, a ellos no les corresponde ese papel (sí, así me lo dijeron). Pero, si casi nadie lee, ¿cómo pueden vender sus libros?

Quizá ha llegado el momento de que autores y editores bajen a las aceras y se acerquen al público potencial con una propuesta más novedosa y moderna, donde impere más el gusto por la lectura y donde no todo sea marketing. Si autores, editores, distribuidores y libreros quieren tener lectores (léase clientes) deberán empezar a cultivar para sembrar más adelante. Pensar en ello como una inversión. Porque el futuro, a este paso, no es muy alentador.

Tal vez ellos logren lo que los vendedores de hígado no pueden hacer conmigo. La diferencia es que el gusto y el hábito por la lectura puede conquistar a cualquiera. Porque la lectura no deja mal sabor de boca, tal vez un libro sí lo haga, por el dolor o la angustia que nos provoca, pero de eso algo se aprende.

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