
El noir escandinavo ha logrado construir, en las últimas dos décadas, un sello propio: atmósferas frías, paisajes de una belleza inquietante y una melancolía que parece filtrarse hasta en los diálogos más triviales. The Åre Murders, la serie sueca disponible en Netflix, cumple con todos esos ingredientes, pero los repite con tanta obediencia que termina pareciendo un manual de instrucciones del género más que una propuesta fresca.
Ambientada en la pequeña localidad de Åre, una villa de esquí rodeada de montañas y silencio, la serie sigue a la detective Zara, una mujer de pasado turbulento que, con la intención de recluirse en un pueblo recóndito para distanciarse del conflicto que atraviesa en su entorno laboral, las circunstancias la terminan empujando a resolver una serie de asesinatos que perturban la aparente calma del lugar. Desde el primer episodio, el guion marca sus coordenadas: trauma, secretos familiares y un entorno que funciona casi como un personaje más, con su nieve perpetua y sus casas de madera donde todo parece estar oculto detrás de las cortinas.
Lo interesante —al menos en apariencia— es que la protagonista sea una mujer. En un panorama saturado de policías hombres solitarios, alcohólicos y en guerra con su propio pasado, uno esperaría que The Åre Murders ofreciera una variante, un matiz diferente a esa figura ya gastada. Pero la serie, paradójicamente, convierte a Zara en una réplica exacta del modelo masculino que pretendía renovar. No acata las órdenes de su superior, actúa por impulso, se enfrenta al sistema y vive al borde de la expulsión. En lugar de abrir una mirada distinta sobre la vulnerabilidad o la intuición, el personaje repite las mismas conductas autodestructivas de sus pares hombres, sin que el guion se atreva a problematizar esa similitud.
Esa falta de riesgo narrativo se nota en cada decisión de la serie. El ritmo, medido y casi clínico en los primeros tres episodios, logra construir una tensión contenida y visualmente hipnótica: las tomas aéreas del paisaje nevado, el contraste entre el blanco y los tonos apagados del interior, la banda sonora que apenas susurra. Sin embargo, cuando la historia da paso a una segunda trama —una nueva investigación que se desarrolla en los dos últimos capítulos— todo se diluye. El misterio se alarga innecesariamente, las motivaciones de los personajes se vuelven difusas y lo que antes era contención se transforma en monotonía. Con tres episodios, The Åre Murders habría sido una miniserie sólida; con cinco, se vuelve una historia repetitiva que pierde fuerza en su intento por mantener el suspenso.
The Åre Murders es una serie visualmente impecable, atmosférica y con momentos de auténtica tensión, pero prisionera de sus propios clichés. Quiso mostrarnos a una mujer policía fuera de lo común, y terminó dándonos una más del mismo molde. En un género que exige cada vez más matices, la nieve de Åre cubre demasiado: el paisaje deslumbra, pero el guion se congela en la superficie.








