La novela Campus se adentra en los pasillos de la universidad para mostrarnos un mundo grotesco y profundamente humano, atravesado por precariedad, teatralidad y contradicciones. Su autor recurre a la sátira y la tragedia para retratar a profesores, estudiantes y académicos en un escenario que oscila entre lo ridículo y lo trascendente. En esta conversación, exploramos el origen de esa fascinación, la construcción de sus personajes y la mirada crítica que propone sobre la academia y sus excesos.
En Campus, la universidad aparece como un espacio grotesco y al mismo tiempo profundamente humano. ¿De dónde nace tu fascinación por retratar el mundo académico en clave de sátira y tragedia?
Mi fascinación viene de haber sobrevivido a la academia estadounidense. Ya llevaba 4 años en Estados Unidos y estaba terminando mi segunda maestría y era hora de decidir si saltaba al PhD (y entraba de lleno a la academia) o me embarcaba en escribir mi nueva novela… que, la verdad, ya se estaba escribiendo sola. Tanto la Universidad de Nueva York como Georgetown University, donde curse mis dos maestrías, estaban llenas de personajes interesantes, académicos pomposos y delirantes, los cuales me fascinaban ya que eran casi ficticios, así que tomaba notas de estos porque como dijo Joan Didion: “Writers are always selling someone out”. Entonces bueno, esa era la disyuntiva: o seguía estudiando y me volvía un académico o me lanzaba al precipicio de la literatura, sin ningún plan de vida, para poder terminar mi nueva novela. Justo en ese momento ocurrieron dos episodios muy violentos en departamentos de español de dos universidades de prestigio, lo cual confirmó lo que dice uno de los epígrafes de la novela: “¿Acaso no ha quedado demostrado que la mejor educación del mundo no enseña a aborrecer la fuerza, sino a utilizarla?” (Virginia Woolf). Luego de eso, no me costó decidirme: yo tenía que escribir una sofisticada e irónica provocación novelística y así ajustar cuentas con instituciones, personas y, ante todo, conmigo mismo, o con una versión de mí mismo que, menos mal, ya quedó en el pasado.
Javier La Rabia, el profesor muerto, es una figura que atraviesa toda la novela como mentor, fantasma y sombra peligrosa. ¿Cómo nació este personaje y qué significa dentro del relato?
Como todos mis personajes, Javier es un collage de muchas personas, historias, gossip y libros. Una de las cosas que hice, para escribir Campus, fue justamente leer novelas de campus. Tanto en inglés como en español. Leí más de 60, diría. Y no hay muchas en español; y si las hay, en su mayoría españolas. Todas las almas de Javier Marías, La velocidad de la luz y El vientre de la ballena y El inquilino de Javier Cercas, Carlota Fainberg y Beatus Ille de Antonio Muñoz Molina… y de tanto leer sobre la Guerra Civil, porque a los ibéricos les encanta hablar de eso, pues joder: me entraron ganas de escribir sobre eso en mi novela. Y así, además de esas lecturas, me inspiré en un profesor hispanista quien tuvo una depresión “académica” (así la llamaba) luego de pasar por Princeton. De todo eso salió mi personaje de Javier La Rabia, aquel hispanista que investiga la postmemoria de la guerra civil española cuando ese tema, en el mercado académico, se terminan por desvalorizar. De todas maneras, La Rabia es un personaje tristemente ridículo, pero valiente, casi quijotesco, ya que cree en las humanidades en una sociedad donde casi todo se está mercantilizando y por tanto deshumanizando.
El protagonista lleva el nombre de Salvador Allende, lo que inmediatamente carga al personaje de historia y política. ¿Qué buscabas provocar con esa elección tan contundente?
Justamente eso: provocar. Si la literatura, si los libros y la ficción, no provocan algo en el lector; pues se ha fracasado. Le puse Salvador Allende porque todos los chilenos somo hijos de Allende (el presidente que la CIA asesinó), así como tenemos algo de Allende (el mentiroso personaje de mi novela) ya que somo buenos para el chamullo, eso que en Chile es todo un arte: el mentir y estirar el lenguaje hasta que el mundo que inventamos (esa ficción que nos contamos a nosotros mismos) se vuelve el relato de nuestras vidas. Además de eso quería que este personaje fuera una sátira sobre los profesores latinoamericanos que estudian los traumas sociopolíticos de su país para instalarse en el sistema académico. Como si un profesor que estudia Venezuela se pusiera Nicolas Maduro. O uno de Brasil: Lula. Y así. Por último, el personaje de Salvador Allende es un dardo hacia todos mis colegas escritores de Chile que publican libros sobre la dictadura, aunque pensados para los lectores europeos y gringos. Eso que en Campus se llama la “pornostalgia”.
Tu novela mezcla registros distintos: lo pop, lo académico, lo íntimo y lo político. ¿Qué aporta ese cruce de lenguajes a la hora de narrar un mundo que muchas veces se toma demasiado en serio a sí mismo?
Una novela, o cierto tipo de novela que me interesa, tiene que contener varios lenguajes. O voces. Y era mi meta con Campus: mezclar lo pop, lo académico, lo íntimo y lo político. Quería que Campus fuera polifónica, a diferencia del mundo académico (por lo menos el de los departamentos de español y estudios latinoamericanos), donde se publican papers y libros que parecen tener un solo lenguaje: ese tono académico que, como bien dices, se toma demasiado en serio a sí mismo. De todas maneras, esto es propio de las novelas de campus. Una de mis favoritas es Pnin de Vladimir Nabokov, sobre un pobre catedrático ruso que soporta el choque de culturas y sufre el recelo de sus semejantes, aquellos que se toman demasiado en serio.
Campus muestra que la vida académica está atravesada por precariedad, competencia y cierta teatralidad. ¿Qué tan cerca de la realidad está tu sátira?
Lamentablemente, ahora que escribo esto, en medio del gobierno de Trump 2.0 y con las universidades gringas en proceso de volverse en escuelas de negocios (MBA), Campus se parece demasiado a la realidad. Triste pero cierto. Es más: hay gente que me escribe y me dice (con un tono a medio camino entre la risa y el llanto) que tal personaje, o tal episodio, se parecen bastante a la universidad donde trabajan. Pero bueno: también mi intención con Campus era resaltar y exagerar cierto aspecto carnavalesco de los departamentos de español en USA. Y algunos lectores han leído Campus y me han comentado que, por ejemplo, es verdad que el tenure track te lo pueden dar dependiendo de cuán bien o mal bailas salsa, o si al perrear tocas el suelo con el culo. Y cada vez que escucho cosas así me sale una risita y recuerdo eso de que jamás pertenecería a un club que admitiera como miembro a alguien como yo.