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La procrastinación del escritor

En medio de la aceleración del mundo en que vivimos, nos hemos acostumbrado a la postergación. Muchas veces hemos terminado en medio de un entorno que no predica la recordada expresión latina carpe diem. Horacio, seguramente, estaría lamentándose de todo aquello. Sucede que en esta nueva manera de ver las cosas, el aprovechar el momento ha sido desterrado por la desidia, por el sinsabor de dejarlo todo para después, incluso en el plano de la literatura. De eso precisamente hablamos cuando nos referimos a la procrastinación.

En líneas generales, este trastorno del comportamiento afecta a muchas personas en el mundo y se manifiesta cuando se posterga sistemáticamente las actividades que se deben realizar. Se define como el hábito de eludir responsabilidades que son importantes en función de diversas distracciones. En tal sentido, el sujeto reemplaza sus tareas primordiales por otras que pueden ser irrelevantes. Generalmente, estas distracciones pueden llevarlo al placer que las responsabilidades primarias no pueden ofrecerle, quizá por desinterés, quizá por ansias de perfeccionamiento. En la literatura ocurre lo mismo.

Sobre este tema, la escritora estadounidense Megan Mcardle, en un artículo publicado en The Atlantic (febrero, 2014) afirma que “la mayoría de los escritores fueron niños que fácilmente, y casi automáticamente, sacaron 10 en literatura. A una edad muy temprana, cuando los maestros de gramática estaban luchando por inculcar la lección de que el esfuerzo era la llave principal para ser exitoso, estos futuros escribanos proveían la mentira obvia a la aseveración. Mientras otros leían acaloradamente, ellos estaban dos grados arriba en sus libros de trabajo. […] Sus talentos naturales los mantenían al tope de su clase”

La teoría de Mcardle es la que proponemos en este artículo. Al parecer, el tiempo se hace distendido, sobre todo para los escritores. Esta es una época de tentaciones, y evitar la postergación de la escritura misma requiere de un hábito muchas veces difícil de conseguir. Se trata de organización, de planificar, de ver la literatura no como un hobby sino como un acto principal dentro de nuestras actividades. Tal como lo decía Mario Vargas Llosa, al afirmar que solo con disciplina es posible sortear cualquier obstáculo, sobre todo en lo que se refiere a aspectos técnicos de la escritura.

Al igual que ocurre con los casos comunes de procrastinación, en el caso de la literatura en concreto, parece entregarse en el temor de no realizar un trabajo sobresaliente. Es decir, se trata de la espera por publicar la novela, el poemario o el ensayo que, al ser sometido a la crítica, salga airoso y se defienda por sí solo. Ese temor ante la incertidumbre, ante el despliegue a la luz, el salir de las sombras de creerse un Nobel, eso precisamente pudiera generar la procrastinación y preferir vivir en el anonimato antes de ser asesinado ante los ojos de los demás.

Algunas razones que promueven la procrastinación en los escritores son mencionadas en el blog de Valentina Truneanu. La escritora venezolana expone las “diez mejores formas de procrastinación”: leer manuales para escritores, investigar sobre épocas y personajes, leer blog de escritores, leer historias de éxito de otros escritores, participar en tertulias literarias, dejarse atrapar por las redes sociales, soñar con nuestro éxito rotundo, creernos un fracaso y considerar carreras alternativas, viajar para escribir, apadrinar a otro autor. Todo ello, bastante discutible, por cierto.

Lo cierto es que, normalmente, este problema suele pasar desapercibido. Si no lo advertimos, estaremos cayendo en el círculo vicioso de la publicación postergada a la eternidad. En realidad, se pierde mucho el tiempo pensando que se hace algo cuando en realidad no se hace nada. Y muchas veces, además, resulta difícil convencerse de lo contrario, sobre todo cuando nos enfrentamos al ego literario. Los escritores entienden esta afirmación.

En líneas generales, pareciera que la procrastinación literaria sobrepasa el control del escritor promedio. Su alcance y complejidad alcanza niveles considerables y muchas veces, por desconocimiento o por temor, dejamos de lado. El procrastinador siempre buscará subestimar el tiempo para realizar una tarea y buscará otras formas de reemplazarla. El reto entonces será buscar cómo remediarlo y aprovechar la máxima del carpe diem que parece haber quedado relegada en el pasado. En realidad, se trata de vencer el miedo a un perfeccionismo ficticio, ese que nos sumerge en lo mediocre, en lo irreal, en la fantasía de lo terrenal.

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