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La mejor Navidad se pasa en Maracaibo

En diciembre del 2012 viajé con mi familia a Maracaibo, Venezuela, a disfrutar de la temporada navideña. Soy peruano, limeño, acostumbrado a pasar la noche buena en casa de los abuelos, con los padres, hermanos, tíos y primos comiendo a raudales y tomando chocolate caliente. Quizás por allí, algún pariente pone de vez en cuando un villancico en el reproductor para animar la velada, mientras se espera el arribo de la medianoche. Sin embargo, tan pronto como el villancico acaba, el reproductor permanece silencioso y nadie se preocupa de poner otra canción. En Lima, las navidades son parsimoniosas, un tanto melancólicas y destinadas al reposo. La música es en general un accesorio dispensable. Ahora bien, mi esposa es de Maracaibo y mucho tiempo insistió en que debíamos pasar las fiestas en su ciudad natal. La Navidad en Maracaibo es la mejor época del año, me decía. Hay celebración en cada rincón de la ciudad: hallacas, pan de jamón, cerveza regional, ponche crema, familia, amigos. Y por supuesto, también hay gaitas, muchas gaitas, la música tradicional que resuena durante esta temporada. Sin música no hay Navidad en Maracaibo. Sin gaita no hay celebración y la vida sería una miseria. Y de verdad, pasar la Navidad en una Maracaibo iluminada de ritmos y de una energía musical poderosísima fue todo un descubrimiento para un peruano como yo, acostumbrado a las navidades sin ritmo ni pachanga.

Una vez en Maracaibo, y siguiendo el consejo de unos amigos, visitamos el Pozón del Saladillo la noche del 25 de diciembre. Aquello fue un acontecimiento. Enclavado en el centro histórico de la ciudad, El Pozón ha sido por muchos años el referente máximo para aquellos en busca de la mejor gaita en vivo, especialmente durante el clímax de las fiestas que se inician el 1 de noviembre con la celebración de la Feria de la Chinita, la entrañable virgen de Chiquinquirá, patrona del Estado Zulia, cuya capital es Maracaibo. El local no es muy grande. Da cabida a unas treinta mesas. Tiene sin embargo un estrado con suficiente espacio para albergar un ensamble completo de gaita. Allí, el primer grupo de la noche empieza a romper el flujo de las conversaciones con el ritmo sincopado e intenso de los instrumentos típicos: el cuatro, las maracas, el ronquido del furro y las voces armonizadas que entonan unas letras centradas en las memorias marabinas y en las vicisitudes del día a día. La música y la poesía cotidiana de las letras abrazan a los comensales y los empujan al goce.

Sobre las mesas, esta noche, no hay comida. Solamente botellas de whisky importado y cubetas de hielo. En el Pozón, cuando hay pachanga, no se bebe cerveza sino trago corto de calidad. Alrededor de las mesas, las paredes blancas están adornadas con retratos y fotografías de los gaiteros de tradición, aquellos que impulsaron la forja de esta música a mediados del siglo veinte. La gaita fue por mucho tiempo, y quizás sigue siendo, un género de protesta que se ha alimentado del sentimiento de marginación experimentado por muchos zulianos en respuesta al centralismo económico que prima en Venezuela. Para los ciudadanos de la región, las divisas generadas por el petróleo que abunda en territorio zuliano no han sido distribuidas equitativamente. Muchos zulianos sienten, en pocas palabras, que han sido despojados de su recurso natural por excelencia y no han recibido nada a cambio. Así, la “Grey zuliana,” una de las gaitas más reverenciadas, nos dice que “Maracaibo ha dado tanto que debiera de tener carreteras a granel con morocotas de canto” (morocota: moneda de oro). Otras gaitas se ofrecen como elogio a Maracaibo, la “ciudad del sol amada,” y celebran su perenne clima tropical y la energía vital de los ciudadanos:

Maracaibo se agiganta

Cual brillo nos da la luna

Pues tenemos la fortuna

Que aquí todo el mundo canta

 

Nací en la región zuliana

Donde existe el calorcito

Contagioso y sabrosito

Sea de noche o de mañana

Donde la gaita te anuncia

Que todo el año es Navidad

(Venite pa’ Maracaibo)

Pero las gaitas también hablan de la devoción a la Chinita. Por ejemplo, la famosa “Virgen de Chiquinquirá” de Ricardo Aguirre:

Virgen de Chiquinquirá

Patrona de los zulianos

Por ser vos la soberana

Nuestras vidas ampará

Y nuestras almas lleva

Por el sendero cristiano

Y es justamente cuando se le canta a la Chinita que el Pozón empieza a retumbar y los músicos y la audiencia se unen en una ráfaga de emoción y ritmo. El furro, un instrumento de percusión de sonido inconfundible, martilla el compás y el cuatro aprieta la marcha con unos rasgueados rapidísimos. La gente se levanta de sus sillas y empieza a bailar, cantar y aplaudir. Algunos derraman lágrimas y puedo sentir que, realmente, en Maracaibo todo el mundo canta con el corazón en la mano cuando se le habla a la Virgen de Chiquinquirá. Esta noche en el Pozón reavivó mi fe en el poder del sonido: es siempre extraordinario comprobar que la música sincera puede compenetrar a los músicos y audiencias de una forma entrañable. Y en ciudades como Maracaibo, el sentimiento religioso y de hermandad siempre se intensifica cuando se canta y se baila durante la interminable pachanga navideña.

https://www.youtube.com/watch?v=Rgxu30f0Vxw

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