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La máscara de Piglia

 Los diarios de Emilio Renzi. Los años felices


Si Pavese escribe pare vencer el tedio, si Castillo discute sus ideas filosóficas, Piglia escribe para dejar constancia de sus devaneos, dudas, bocetos, relatos futuros. La pregunta que asecha en un diario es siempre la misma: ¿quién escribe los diarios? Si es cierto que el género es monótono por definición –solo basta el orden cronológico para reconocer la especificidad del género– en el curso del tiempo surgen las facetas y la diversidad que compone un yo. Es decir, los diferentes yo. Nadie es uno solo, podríamos decir, y menos en un diario.

Surge, entonces, de nuevo, la pregunta: ¿para qué se escribe un diario? Pareciera que Piglia escribió los muchos cuadernos –327 según el título de la película de Di Tella– para anotar una especie de autobiografía futura. Y, como sucede con casi todas las autobiografías, lo primero que surge es la identidad compleja y harto difusa de ese sujeto que está detrás de la escritura.

En este sentido, un diario es un género filosófico. Nos hace pensar en qué entendemos por identidad. Rápidamente, volvemos a pensar y nos centramos en el mecanismo del procedimiento. Es decir, ¿para qué se sigue la cronología? Si desarmamos la línea, nos encontramos con el rompecabezas de la experiencia. No basta con seguir la línea del tiempo para generar un orden. El orden es falso. Lo único verdadero es lo irreductible de la vida. La vida es incomunicable, podríamos pensar. Casi como Gorgias, quien creía en la incomunicabilidad de las sustancias, podemos suponer que lo que Piglia deja en los cuadernos son estados de ánimo, ideas previas, sensaciones encontradas, pedazos de situaciones: fragmentos que nunca alcanzan una totalidad cerrada y comunicable. Todo parece estar en estado de excepción. Pero ese estado surge «durante» o con la escritura. Es decir, solo la escritura hace que las cosas parezcan diferentes o excepcionales. ¿Hay algo en la vida que sea por sí mismo excepcional? Lo único excepcional en la vida es la muerte. La anotación demorada y detallada de ciertos hechos convierte a los fragmentos nimios en recordables.

Piglia crea series y le atribuye a Renzi la autoría de estas anotaciones. Con ese gesto posmoderno, lo que crea es un desvío en la idea de autor. Y busca la ficción donde no existe como género. Atención: aunque el nombre de Piglia estuviera como firma de los diarios, la huella de la máscara estaría siempre. Nadie es todo el tiempo uno solo, uno mismo. Nietzsche ya lo vio. Somos el otro, el mismo. Somos lo que creemos ser y somos lo que otros dicen que somos. Un diario –muchos cuadernos– da cuenta de la multiplicidad de nuestra buscada identidad. Piglia no es Pessoa pero podría serlo, como todos. Las series se superponen: ideas, mujeres, proyectos, discusiones, reuniones de revistas, etc. Las series fomentan la ilusión del orden. ¿Qué hay detrás de la falsificación inopinada? ¿Para qué necesitamos la máscara? De nuevo, Nietzsche: para vivir, para sobrellevar la existencia.

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