¿Qué concepción del arte se esconde detrás de los discursos de aceptación de los premios Nóbel de literatura? Esta es mi cuarta entrega.
En 1909, la Academia sueca premia por primera vez a una mujer, escritora oriunda de ese país: Selma Lagerlöf (1858-1940). Su primer libro La saga de Gösta Berling (hecha película en 1924 y protagonizada por Greta Grabo) atrajo muchísimo interés sobre todo por la ruptura con el discurso realista de la época. Luego publicó la novela Los milagros del Anticristo y los libros de cuentos Jerusalén; en Dadercalia (1901) y Jerusalén: en la Tierra Santa (1902). Su carrera continuó con varias novelas y libros de cuentos, entre ellos un relato infantil muy famoso: El maravilloso viaje de Nils Holgersson (1906). La academia premió su acercamiento al “sentir” sueco, próximo a la naturaleza y a sus mitos y su folklore. De hecho, a Lagerlöf le interesaban las leyendas y lo sobrenatural y su discurso de aceptación no es la excepción: Plantea que está subida al tren que la llevará a Estocolmo y piensa que su familia está contenta por el premio pero que es una lástima que su padre fallecido no haya sabido la noticia. Y, tal como Dahlmann en “El sur” de Borges se deja vivir, Lagerlöf se deja soñar y va a ver a su padre en el Paraíso para decirle cuánto le debe a todos los que hicieron algo por ella: las enseñanzas de las sagas de su padre, los pobladores que contaban sus historias de misterio, la naturaleza que la rodeaba, aquellos escritores (sobre todo noruegos y rusos) que moldearon su lengua, sus lectores, y, finalmente, la Academia, que ha elegido singularizarla con este premio. A pesar de que no hay declaraciones estéticas en este discurso, sino más bien una risueña anécdota, está clara la sensibilidad de Lagerlöf y su gusto por la imaginación. Su estilo se ve en este fragmento de “El carretero de la muerte”: “Y arrastra a David Holm con aspereza. Éste cree ver cómo la habitación se llena repentinamente de seres luminosos. Cree verlos en toda la escalera, hasta la calle, pero se siente transportado tan vertiginosamente que no puede distinguir nada con claridad”.
En 1910 no hubo discurso; el premio fue otorgado al alemán Paul Heyse (1830-1914), novelista, poeta y dramaturgo. En 1911 el premio Nóbel de literatura se otorgó a Maurice Maeterlinck (1862-1949), poeta, dramaturgo y ensayista belga, quien tampoco pudo pronunciar discurso.
Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches, “Historia del pescador y el efrit”.