Caminaba por el bosque primario del Parque Prospect, en Brooklyn, dándole la bienvenida a Primavera, cuando atisbé un halcón fuerte y vigoroso posado en la rama de un árbol sweetgum (Liquidambar styraciflua), conocido como tzo-te en Chiapas y Guatemala.
Ave de testa noble, pico cortante en forma de gancho, pecho imponente, muslos gruesos y garras grandes y afiladas, el halcón emanaba vitalidad, plenitud y fortaleza. Pero no alardeaba. No matoneaba. No alimentaba su soberbia. Simplemente era él mismo. Sencillo.
Recordé que a fines del otoño lo había visto sobrevolar la gran pradera. Se había elevado desde la copa de un roble en las colinas del bosque primario y planeado en el viento, vigilando y circundando la extensa pradera. Sin jactancias. Simplemente volaba. Sencillo.
Esta vez me detuve a admirarlo allí, posado en la alta rama del tzo-te. Poco a poco pasé de la observación a la contemplación. Fue una forma de reflexionar activamente sobre el Tao Te Ching de Lao Tzu. He estado leyendo la traducción al español por el filósofo venezolano Alejandro Bárcenas (Anamnesis Editorial, 2014; Vintage Español, 2019).
En el capítulo 22 escribe Lao Tzu sobre la sabiduría del humilde practicante del Tao:
Teniendo poco, estarás satisfecho;
Con mucho estarás confundido.
Por tanto, el sabio sigue lo continuo
(…)
Debido a que no compite
Nadie puede competir con él.
Capté un aspecto del significado de los versos al contemplar la serenidad del halcón solitario. Para ser pleno no es necesario conquistar, imponerse, competir. Simplemente hay que ser y fluir, volar y posarse en su tiempo natural La plenitud llega, sencilla y en silencio, como la copa de un tzo-te que se ofrece para albergarte en primavera.