La mítica de la frontera sigue alimentando nuestros sueños. El western, el género por antonomasia del cine norteamericano, elevaba la frontera de México a una especie de edén. El perseguido, con alguna cuenta con la justicia, cruzaba el Río Grande y los perseguidores se detenían en su orilla, frustrados, con los caballos chapoteando en esa barrera natural. Ese héroe solitario de western repostaba generosas cantidades de tequila y retozaba con guapas mexicanas al otro lado de esa frontera paradisiaca. Durante muchos años ese estereotipo siguió funcionando en Estados Unidos, y quien buscaba una mayor lasitud de costumbres y tuviera pánico de quedarse sin blanca en Las Vegas, otro de esos paraísos artificiales, cruzaba por Tijuana o El Paso. Pero eso ya no sucede desde que la violencia se ha recrudecido en la zona y México ha dejado de ser un lugar seguro para el visitante del norte.
Hay un novelista y periodista norteamericano que puede ser llamado escritor de frontera con toda propiedad porque ése es su escenario natural: Don Winslow. El neoyorquino está amenazando el trono del género negro norteamericano que ostentaba sin problemas un escritor árido y contundente llamado James Ellroy, caracterizado por sus libros extensos y una forma de escribir lo más parecida al disparo de una 38. Si el universo del autor de La Dalia Negra se circunscribe a Los Ángeles y su tiempo va de los años cincuenta, del dorado Hollywood, al asesinato de JFK, el responsable de El poder del perro habla del aquí y ahora y de ese submundo que reina en la frontera más caliente del planeta.
La frontera entre Estados Unidos y México es inabarcable y a ella llegan mexicanos, pero también guatemaltecos, hondureños, nicaragüenses, colombianos, saltando todos sus muros, los artificiales, que el excéntrico Donald Trump quiere que pague el vecino del sur, y los naturales en forma del Río Grande, que atraviesan en cordadas con grave riesgo para sus vidas, o el letal desierto de Arizona en el que una multitud acaba enterrado. Pero la frontera, por su condición geográfica, de separación de dos realidades sociales muy diferentes, y económica (los que quieren pasar ilegalmente pagan a mafias que, en la mayor parte de los casos, les estafan, roban y hasta asesinan impunemente), resulta un vivero de delincuencia que Don Winslow retrata en sus novelas fronterizas con narcos enfrentados a agentes de la DEA y ríos de sangre que empapan el paisaje desértico y hosco.
El flamante ganador de este año del premio RBA de novela con El Cártel (un curioso premio español al que los autores pueden presentarse en cualquier idioma del planeta, y no todos los miembros del jurado leen inglés con fluidez) ha sido Don Winslow, el escritor neoyorquino que encuentra inspiración en ese submundo fronterizo en el que colisionan intereses económicos y culturales.
Puede que la frontera USA/ México sea la más peligrosa del mundo, después del Mediterráneo que tantas vidas se cobra de los ilegales que huyen hacia Europa dejando atrás un panorama de miseria y guerra a sus espaldas. Y en los dos escenarios, curiosamente, ruedan las cabezas como un escaparate del horror. En la frontera México/ USA no sólo hay un continuo tráfico de personas, en una dirección, sur/norte, sino que hay también un intercambio doblemente letal para ambos países: México exporta a su vecino rico enormes cantidades de drogas, para que los yuppies de Walt Street esnifen en sus despachos o los jóvenes se coloquen con toda clase de pastillas en las discotecas, en lo que es un tráfico que se quiere sea ilegal precisamente para escapar a todos los controles de calidad y que genere unas ganancias astronómicas (que sirven para corromper policías, autoridades políticas, jueces, etc.), y Estados Unidos vende armas a su vecino del sur con las que los cárteles de la droga mexicano, verdaderos ejércitos, efectúan sus sanguinarias carnicerías. Ese intercambio letal drogas por armas genera una riqueza inabarcable libre de impuestos. En la frontera sur del Mediterráneo un ejército de fanáticos psicópatas rueda cine snuf para que nos horroricemos los europeos.
El pavoroso panorama social mexicano, con muerte por doquier, una policía que figura entre la más corrupta del planeta (no olvidemos que los Zeta, uno de los clanes de la droga más sanguinarios, eran un cuerpo de élite policial que se pasó al narcotráfico) y un crimen que queda impune en su noventa por ciento, puede dar tema para un sinfín de novelas negras. Si a eso añadimos carnicerías endémicas, nunca investigadas, como el feminicidio de Ciudad Juárez, y la sospecha, fundada, de que en la parte sur de la frontera los traficantes de órganos sin escrúpulos han establecido granjas de humanos a la espera de peticiones por parte de hospitales del norte, el panorama es tan desolador como terrorífico y supera cualquier ficción por retorcida que sea.
Las guerras que los presidentes mexicanos han iniciado contra las bandas de narcotraficantes se saldan con un fracaso rotundo (lo último, la esperpéntica fuga del Chapo Guzmán con el beneplácito y conformidad de las autoridades de la cárcel) y una carnicería tal que hace que hablemos de una verdadera guerra. La violencia de México se ha vuelto endémica y empieza a formar parte del ADN del mexicano pobre, la mayoría, que no ve más salida a su vida miserable que engrosar las filas de los narcotraficantes, aunque su existencia sea tan breve como un soplo. El género negro, para su desgracia, tiene un filón de inspiración en los sucesos que tienen lugar en esa peligrosa frontera que separa mundos tan desiguales.
Por muchos muros que nos pongan, me decía un taxista mexicano en DF, nosotros los saltamos. Estamos reconquistando lo que nos sustrajeron los gringos. Y le di la razón. Todos los estados fronterizos del sur de Estados Unidos, gigantescos, eran de México y los mexicanos, callada y silenciosamente, están recuperando su antiguo territorio sin necesidad de utilizar ningún ejército invasor.
Don Winslow dedica su última novela, que saldrá a la venta en octubre, a 130 periodistas asesinados en México, y uno de sus protagonistas es el Chapo Guzmán, precisamente, aunque el novelista lo encubra con el nombre de Barreda.
Desgraciadamente la realidad va a superar en mucho a la ficción del autor neoyorquino.