¿Qué concepción del arte se esconde detrás de los discursos de aceptación de los premios Nóbel de literatura?
En 1927, el premio Nobel fue para el filósofo francés Henri Bergson, una de las figuras más influyentes de la historia de la filosofía del siglo XX. Fue, durante toda su vida, maestro de filosofía. En su formación influyen las doctrinas de Spencer —del cual adopta la idea de la evolución pero rechaza su racionalismo positivista y su determinismo de la conducta del ser humano— y las de Darwin, de quien adopta la teoría de las variaciones graduales. En su filosofía, Bergson desarrolla conceptos fundamentales como el intuicionismo, una percepción pre-deductiva y directa de la realidad que lo lleva a señalar que la intuición es siempre intuición de lo otro; la duración (durée), concepto introducido en su tesis Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia (1889) que, opuesto al tiempo estático y cronológico (temps), se manifiesta como una “multiplicidad cualitativa”, heterogénea y temporal; y el élan vital, postulado en La evolución creadora (1907), una “fuerza” esencial que explicaría los procesos de evolución y desarrollo de todos los organismos vivos. De esta manera, Bergson privilegia la temporalidad (dinámica, interior y hasta cierto punto incognoscible) frente a la espacialidad (estable, exterior y mesurable). No es casualidad que otro gran filósofo de lo temporal, Gilles Deleuze, sea el que haya iniciado el revival del Bergsonismo. En su breve discurso de aceptación del premio, las palabras de Bergson son casi proféticas para nuestro siglo XXI. “El siglo XIX”, dice, “asumió que el progreso mecánico en su acumulación material resultaría en la elevación moral del ser humano . . . Sin embargo la evidencia demuestra que esto no es así. Si las máquinas que agregamos a nuestros cuerpos extienden su alcance, el alma debe corresponder a ese movimiento”. De otra manera, concluye Bergson, la brecha entre el alma humana y nuestro “enormemente agrandado” cuerpo será insalvable. De los libros de Bergson, quisiera destacar La risa: ensayo sobre el significado de lo cómico (1899), cuyo apéndice de 1919 termina así: “Necesariamente ha de haber en la causa de lo cómico algo ligeramente subversivo . . . ya que la sociedad responde a ella por un gesto que infunde algún temor”.