El lugar de los cien años
Thomas Harding nació en Inglaterra en 1968. Periodista y documentalista de doble nacionalidad, estadounidense y británica, ha colaborado con medios como The Guardian, The Washington Post, The Independent, Der Spiegel y The Financial Times, y se hizo conocido internacionalmente con el excelente libro Hanns y Rudolf. El judío alemán y la caza del Kommandant de Auschwitz (2013, El País Cultural Nº xxx), donde detalla biografías y peripecias de su tío abuelo Hanss Alexander y de Rudolph Höss, el comandante del campo de concentración de Auschwitz donde fueron asesinadas más de un millón de personas.
Ahora, con La casa del lago vuelve a revisar su historia familiar, pretexto que también le sirve para trazar una mirada panorámica sobre la Alemania del siglo XX, con sus cruentas desventuras e interminables conflictos. El lago y la localidad de Gross Glienicke están ubicados a treinta kilómetros de Berlín y ya a fines del siglo XIX se habían convertido en un lugar de descanso para los berlineses acomodados. Para aquel entonces Otto Wolank invirtió en un predio de cuatro por dos y medio kilómetros a las costas de un lago paradisíaco. Pero en 1927, con sus finanzas en crisis, el hombre decidió dividir la propiedad en pequeñas parcelas y alquilarlas por años a quienes desearan construir sus casas de veraneo.
Allí llegaron los Alexander, cuya cabeza familiar era Alfred, un afamado médico de origen judío que había peleado por Alemania en la primera guerra mundial, y que tenía entre sus pacientes a Albert Einstein, Marlene Dietrich, Richard Strauss y lo mejor de la aristocracia capitalina. En esos terrenos levantó una casa de una planta, tres dormitorios y un sendero que terminaba en las orillas del lago, donde solían divertirse sus cuatro hijos, entre ellos el mencionado Hanss y Elsie, la abuela de Harding. Poco antes de que empezara la segunda guerra, y aterrorizados por las primeras persecuciones a los judíos, toda la familia decidió exiliarse en Londres, donde debieron reconstruir sus vidas enteramente.
La casa, entonces, fue ocupada por Will Meisel, un compositor y productor musical, su esposa y dos hijos pequeños. Si bien buena parte de los músicos que su empresa editorial representaba eran judíos, Meisel terminó inclinándose por el hitlerismo y se acercó a las SA. Una vez concluida la guerra, y con los vientos no muy a su favor, debió abandonar la residencia a fines de los 40, la que fue ocupada por Ella Fuhrmann. Ya instaurada la República Democrática Alemana (RDA), Ella debió compartir la vivienda con la familia de Wolfgang Kühne (por algún tiempo informante de la Stasi). Cuando en 1961 las autoridades de la RDA decidieron levantar el Muro de Berlín (o “Mecanismo de protección antifascista”, según la denominación oficial), este pasará entre la orilla y las fincas que, en territorio oriental, ya no tendrán acceso al lago.
Harding va reconstruyendo, merced a una exhaustiva búsqueda en archivos, documentos y muy variados testimonios, la historia de la casa, de sus ocupantes, del entorno político y sus sucesivos y drásticos cambios, con un estilo que va más allá del periodismo de investigación y lo acerca a lo que hoy llamamos narrativa de nonfiction. Y lo hace de un modo ameno no obstante el número de datos y detalles que maneja, lo que a su vez le permite demostrar que no hay temas menores y que, con unas fatigadas paredes, con un desmadrado techo y con unos astrosos interiores, un buen narrador puede contar lo sucedido a lo largo de más de cien años de historia contemporánea.
El trabajo y la perseverancia de Harding lograron que el ayuntamiento de Gross Glienicke revisara la decisión administrativa de tirar abajo la casa, abandonada desde hacía más de una década. Autoridades municipales y vecinos han ido rescatando el antiguo esplendor del lugar, y hasta crearon una organización de apoyo al trabajo de mantenimiento y reconstrucción, que se mantiene hasta hoy.
La casa del lago. Berlín. Una casa. Cinco familias. Cien años de historia, de Thomas Harding, Galaxia Gutemberg, Barcelona, 2017, 440 páginas