La semana empezó de forma estupenda. Como queriendo evadir el sino trágico que marca el final del verano y la caducidad de nuestras vacaciones, manejamos a Cape Cod, a dos horas de Rutland, y visitamos el pueblo histórico de Sandwich en la costa de Massachusetts. Una añeja perla marina arropada de arenas. Dunas cercadas de pasto verdeamarillo hirsuto, tortugas paseando por las aceras, viejas casonas coloniales abandonadas a los lados de la carretera, granjas y lobster rolls frescos que te llenan la boca de ambrosía.
El primer día de playa fue en Scusset Beach, cuyas frías aguas cristalinas colindan con la desembocadura del canal que separa Cape Cod del área continental y por donde pasan durante todo el día yates y lentos barcos cargueros. Ya depositados en la arena, solo a tres metros del agua, tuvimos que reconocer que, muy a nuestro pesar, el clima no era el ideal. Tratamos de disfrutar al máximo los dieciocho y pico grados que aun no llegaban a tornar placentera la temperatura del océano. El viento húmedo, sin embargo, nos calaba los huesos y hacía poco viable el sacrificio.
Me tocó manejar hacia el Target más cercano para comprar casacas playeras que nos ayudaran con la brisa. La idea era que, aunque nos muriéramos de frío y el agua estuviese intocable, tan solo el aroma del Atlántico, la brisa cubierta de sal, el graznido de las gaviotas sobre nuestras cabezas, el perfume rancio más reconfortante de las algas en la orilla y la luminosa ausencia de un sol fulgiendo por algún lado detrás de las nubes serían suficientes para darnos toda la felicidad del mundo.
Veinticinco millas de viaje solitario y puse el álbum Juju Music del músico y bandleader nigeriano King Sunny Adé. Esta fue mi estrategia para sumergirme al menos en un mar cálido de sonidos dentro del Rav4.
King Sunny Adé crea magia que se te mete en las grietas más profundas de la emoción. King Sunny despliega espacios donde la convergencia de ritmos, melodías, voces y sintetizadores poco convencionales tejen una textura irreal, más primigenia y festiva y por tanto trascendente. En Juju Music encontramos un viaje amplísimo hacia la diversidad. Arreglos musicales que se arriesgan a ser mera locura y en el esfuerzo alcanzan brillos de genialidad.
Bajo la ventana del copiloto y el Atlántico huele a vida. Los parlantes del auto están saturados de diálogos. Juju Music es tradiciones Yoruba recreada en otra dimensión. El característico tambor hablador imita las inflexiones vocales de las lenguas tonales que pueblan con su rico saber el soundscape del África occidental. Los arreglos exploran distintos modos de comunicación para poner en escena un ritual comunitario abierto a la espontaneidad y exuberancia. Por esto, King Sunny me pareció en un inicio una especie de Manu Chao versión Yoruba.
Pero un Manu Chao con un conocimiento cabal y fidedigno de las tradiciones (y sus significados locales) de las cuales el nigeriano extrae su propuesta creativa. Juju Music es un álbum que se nutre de un complejísimo saber y lo torna ecléctico, lo diversifica y expande en forma de aquelarre, produciendo una especie de sana esquizofrenia.
Juju Music es música original y divertida. Y aunque el trabajo de Manu Chao es ciertamente original y divertido también, además de ofrecer, al menos en su superficie, un discurso basado en la aceptación y el relativismo cultural, los experimentos del afamado músico francés no llegan a madurar con el mismo bouquet histórico y humanista que encontramos en la obra de King Sunny.
Tomando una postura más crítica, más no del todo carente de objetividad, la música de Manu Chao podría describirse como un buffet all-you-can-eat colonialista carente de centro temático más allá de su búsqueda por recrear un ambiente juerga-stone donde todos somos hermanos y nos abrazamos para agradecer a la madre tierra mientras se baila al ritmo del Reggae. Sus letras son efectivas al articular orgánicamente este discurso de fraternidad (circunstancial) más su potencial creativo se diluye dentro de la estética del all-you-can-eat.
Aquella misma tarde, en Scusset Beach, pongo punto final a este texto, sentado en la orilla con la tableta sobre los muslos. Y me despido del verano tratando de entender cuál es el mensaje oculto en su música, qué trata de decirme la canción de las olas esparciéndose sobre la arena.