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Juan Millán Costa, un obrero del cine

En entrevista con Suburbano, el fotógrafo y camarógrafo chileno Juan Millán Costa explica cómo llegó al cine por casualidad, después de haber estudiado ingeniería eléctrica, y defiende la formación alternativa para aprender el oficio cinematográfico. También se refiere a sus trabajos con destacados realizadores como Adrián Caetano y Pablo Larraín y explica por qué Valparaíso es una ciudad más fotogénica que Santiago.

Foto de Rodrigo López

Juan Millán Costa (1980) se define como «un trabajador del cine» cuando habla de los distintos roles técnicos que ha tenido en rodajes de películas, videoclips, series y spots publicitarios. Como buen fotógrafo, es un tipo meticuloso a la hora de hablar de las diferencias que hay entre un primer y un segundo asistente de cámara; un camarógrafo y un director de fotografía. Y es que no es tarea fácil explicar todos estos cargos que ha tenido en distintas producciones en los últimos doce años. «Quizás la familia de un técnico del cine no entiende exactamente el oficio», reconoce. Esta figura de la que habla es un sujeto invisible para el gran público, aunque esencial para el acuerdo tácito que hay entre el espectador y la película, en torno a la idea de engaño que nos propone el cine y que aceptamos como un acto de magia.

Los trabajadores del cine también son fundamentales para, como decía el gran Luis Buñuel, «no turbar nuestra tranquilidad abriendo la ventana maravillosa de la pantalla al mundo liberador de la poesía». Sin embargo, llega un momento en que la curiosidad invita al espectador a hacerse preguntas que van más allá de la historia que está viendo. Y muchas de las respuestas están en los making of, esos que hacían más atractivos los menús de los DVDs y que ahora se suben a YouTube para que veamos el truco detrás de la magia. Hoy, Netflix nos da y nos quita. Y entre lo que nos quita están los créditos finales de las películas. El tiempo es un problema y el «usuario» debe ver rápidamente lo siguiente, así que los trabajadores del cine son invisibilizados por el apuro de la plataforma y su espectador ansioso.

En esta entrevista realizada en una antigua casona del Barrio Yungay, donde vive desde hace unos meses, Juan Millán Costa explica, detalladamente, cómo llegó al cine por casualidad, después de haber estudiado ingeniería eléctrica; defiende la formación alternativa para aprender el oficio cinematográfico, habla de sus trabajos junto a destacados realizadores latinoamericanos como Adrián Caetano y Pablo Larraín y comenta por qué Valparaíso es una ciudad más fotogénica que Santiago. También recuerda, con seriedad, que su cercanía con el cine fue exclusivamente por la cámara que tenía su padre: «Si hubiera tenido dos VHS en mi casa probablemente sería editor».

Fiel a su carácter meticuloso, antes de comenzar la entrevista se nota preocupado y advierte que es mejor conversar en el interior de su casa y no afuera. Hay un vecino que habla muy alto por teléfono y eso lo desconcentra. Hace calor en la noche santiaguina y finalmente la charla fluye en el patio, donde hay un gran mural que pide a gritos una fotografía. Esta es una conversación sobre cine con un obrero del cine.

¿Puede un «técnico del cine» salirse de su oficio cuando va a ver una película?

Para mí es bastante difícil salirme, sobre todo cuando la película empieza. Me imagino que le pasa lo mismo a un actor viendo una obra de teatro o a un futbolista en un estadio. No es un set, pero inevitablemente uno se siente como si estuviese dentro de él. De todas formas, cuando la película avanza uno logra meterse en ella.

¿Qué es lo más difícil de trabajar con una cámara?

Pienso que es cuando se trabaja con una cámara nueva, porque es volver a estudiar todo su funcionamiento, con sus ventajas y desventajas. También cuando te enfrentas a un equipo de trabajo nuevo, a una locación que no conoces y a un cineasta con el que no has trabajado. Hay que familiarizarse con todo esto para que se haga menos difícil el trabajo.

¿Por qué no terminaste de estudiar la carrera de cine?

No pude terminar por motivos económicos. Ya tenía congelada la carrera de ingeniería, por lo que a los 25 años sentía que necesitaba trabajar. Se me dio la oportunidad de tomar un taller y al año siguiente trabajar en uno de los escalafones más bajos del departamento de cámara. Cambié mis estudios para ser un obrero más del cine.

¿Estás de acuerdo con Werner Herzog cuando dice a los futuros cineastas que no vayan a una escuela de cine?

No del todo, más allá de si es academia o no, necesitas un guía que te enseñe. De hecho, don Werner dicta talleres también. Quizás una carrera completa de cinco años no sea tan necesaria, más necesario para mí fue lo que aprendí en los mismos rodajes. Además, creo que el estudiar en la universidad no significa que no puedas trabajar de taxista o conocer la calle.

Foto de Vicente González Mimica

LA EXPERIENCIA AUDIOVISUAL

Cuéntame sobre tu formación y experiencia con la cámara.

En 2005, tomé un taller de dirección de fotografía de cinco meses de duración con don Héctor Ríos. Al año siguiente, llegué a trabajar por casualidad en una de las empresas de equipamiento para cine más grandes de Chile, Claramunt, como encargado de las cámaras y del monitoreo de ellas. De alguna forma, mis estudios de ingeniería eléctrica en la Universidad Santa María fueron de gran ayuda en la parte científica y técnica de este oficio. Con el tiempo me fui formando en el set, primero en publicidad y después en cine. Mi primera película fue «Grado 3»(Roberto Artiagoitía; 2009), como segundo asistente de cámara. En 2010, trabajé en la primera temporada de la serie «Prófugos», de Fábula Producciones, como primer asistente de cámara.

A lo largo de los años fui primer y segundo asistente en diferentes producciones publicitarias, series, películas y festivales como Lollapalooza Chile, hasta que debuté como director de fotografía en «Canción sin letra» (Cristián Vidal; 2013). Después vinieron dos proyectos que me marcaron mucho. La película «No» (Pablo Larraín; 2012) y la segunda temporada de «Prófugos» (2013).

Luego vino una transición para mí y pasé de ser primer asistente de cámara a director de fotografía en la serie «Taller de Video», de Juan Cortés y en la película «No basta con amar», de Cristián Mamani, ambas actualmente en etapa postproducción. Pero no dejé de trabajar como asistente de cámara, volví a este cargo en el documental de Sebastián Moreno sobre el fotógrafo Sergio Larraín y en la segunda película de Jorge Riquelme, «Algunas Bestias».

El hecho de que me toque una película como director de foto y la siguiente como asistente de cámara, me produce una retroalimentación del oficio, ya que comparto rodaje con otros directores de fotografía. Ahora, en el 2019, siento que se me viene el examen más importante, la serie «Migrantes»,dirigida por Harold Avilés, ya que hay muchas escenas de acción y un presupuesto limitado. Se filmará este otoño en Antofagasta y será emitida por TVN (N. de la R. el canal estatal de Chile).

¿Cuál fue esa casualidad que te llevó a trabajar con las cámaras?

Mi mamá vendía planes de salud y un día en un negocio de un servicentro, un empleado de Claramunt le preguntó por uno de estos planes. Cuando mi mamá fue a la oficina de Claramunt y atendió al administrador, se dio cuenta que tenían unos afiches de cámaras de cine y comentó que tenía un hijo que estaba estudiando cine (el taller con don Héctor Ríos). Un par de meses después ya estaba trabajando ahí.

¿Qué es lo más ha cambiado en el cine desde que empezaste como asistente de cámara hasta ahora en que trabajas como director de fotografía?

Creo que el concepto de rigurosidad. Antes, filmar diez minutos en cine salía mil dólares, sólo el revelado y digitalización del material. Hoy, con esa misma cantidad puedes perfectamente hacer un cortometraje, pero se ha perdido el rigor y disciplina de cuidar lo sagrado que es el material, sea cual sea la película. Para mí, 10 minutos de filmación son igual de importantes, independiente de si cuestan mil o cincuenta dólares.

 Foto de Antonia Ebensperger

NETFLIX, LOS OSCAR y LAS PELÍCULAS DEL AÑO

¿Cuál es tu opinión del debate Netflix vs ir al cine?

No entiendo por qué es Netflix vs ir al cine y no Netflix vs el cable, sobre todo si «ir al cine» ya se enfrentó con el videoclub y el cable, que a su vez ya se enfrentaron con Torrent y Cuevana. Yo soy abierto a todas las plataformas. Desde los siete años voy al cine, a los once mi mamá compró el primer VHS, tuve una polola que tenía DVD y el Internet llegó a la mitad de mi vida. Creo que más allá de donde vayan a parar las películas, lo importante es el contenido de estas. Lo bueno de Netflix es que puedes ver, por ejemplo, películas del año 70 al 2000 en muy buena calidad. Pero también para los más cinéfilos hay salas alternativas con retrospectivas o estrenos desfasados a un precio accesible. La sala de cine jamás va a morir, siempre será un digno lugar donde ir a pasar un buen rato. En cambio, nadie garantiza el crecimiento de una plataforma como Netflix. Perfectamente puede tener una competencia fuerte y también al ingenioso vendedor ambulante de DVDs, algo se le va a ocurrir para no irse a la quiebra.

¿Qué opinión te merece la polémica del Oscar, que quiso sacar 4 categorías de premiación, entre ellas la de Mejor Fotografía y Edición, para ser entregadas en comerciales, pero que luego decidieron echar marcha atrás a la decisión?

La verdad es que nunca veo las premiaciones, sólo lo hice cuando estuvieron nominadas «No»y «Una mujer fantástica». Siempre me entero al día siguiente por posteos de amigos o colegas en redes sociales. Yo tengo mucho respeto por la ceremonia y los premiados, pero el show televisivo es lo más poco honesto que hay. Todo muy pauteado. No me extraña para nada esta discriminatoria decisión, así como cuando no dejaron tocar en el escenario a Jorge Drexler, que igual terminó ganando el Oscar a mejor canción original. Es inconcebible que el comercial de un producto valga más que la entrega de un colega premiado, independiente de la categoría que sea.

¿Cómo podrías definir «Roma» y «Bohemian Rhapsody» desde la visión de un técnico del cine?

Ambas son películas de última generación en tecnología y me sentiría muy orgulloso de haber sido un técnico en ellas. Vi «Roma»en Netflix y fue un error, porque como técnico vi cada escena una y otra vez, revisando como quedaron tan perfectas algunas de ellas. Busqué el making of y no la disfruté como espectador, porque no me lo permití. De alguna forma sé que un cineasta como el maestro Alfonso Cuarón jamás me va a fallar. No estaba informado de que Emmanuel Lubezki, uno de mis ídolos, no fue el director de fotografía. Me enteré recién en los créditos de que Cuarón fue quien hizo la fotografía. Me saco el sombrero ante él.

«Bohemian Rhapsody» la vi en el cine y siento que es una perfecta recreación, pero que no deja ningún mensaje más allá de lo que generan los discos de Queen por sí solos. A diferencia de «Roma», que te muestra cómo se comporta el ser humano y la sociedad y que el México de principios de los 70 podría ser perfectamente el Santiago de Chile del 2019.

VALPARAÍSO, LA CINEFILIA Y EL OFICIO EN CHILE

Cuéntame porque tu vida laboral y personal ha estado siempre entre Santiago y Valparaíso.

Mi familia paterna y materna son de la Región de Valparaíso. Nací y viví ahí hasta los doce años. Después, por motivos laborales mi madre se vino a trabajar a Santiago y me vine con ella. No me pude acostumbrar a la capital, así que a los 18 volví a estudiar a Valparaíso. A los 25 volví a Santiago, ya que independiente de que ahora se filmen películas en casi todo Chile, la administración del cine, la televisión y la publicidad se encuentra en la capital. Hace un tiempo intenté vivir dos años en Valpo, pero me fue difícil. Ahora estoy en el Barrio Yungay de Santiago, donde había vivido en mi juventud. Arquitectónicamente tiene un aire porteño.

¿Cuál de estas dos ciudades es más fotogénica?

Valparaíso tiene un cielo mucho menos difuso que Santiago. Tiene mar, tiene desnivel y no tiene tantos edificios. Eso hace para mí que la luz se distribuya de una mejor manera visualmente. Y la fotografía no sólo es luz, también es composición, es cosa de ver los paisajes con que se hizo famoso el fotógrafo Sergio Larraín. De todas formas, cada geografía nos entrega algo diferente, eso es lo bonito de Chile, que tienes metrópolis, cordillera, mar, lagos, desierto. Muchos colores.

¿Cómo se ve la actuación en el cine desde el rodaje? ¿Hay alguna actriz o actor que te haya marcado in situ?

Es la visión más cercana, estás en la cancha, no en la platea. Podría nombrar a Néstor Cantillana, a quien aparte de creerle completamente todos los personajes, me parece que entiende perfectamente su posición respecto la cámara y lo que hay en su entorno. Sólo le basta saber qué lente tengo puesto, en qué sentido se mueve la cámara y de qué lado le llega la luz, para tener control absoluto de su personaje y del set. De los que me impresionaron a la primera, tengo que nombrar a doña Bélgica Castro y don Alejandro Sieveking, con quienes trabajé en un proyecto experimental junto a un grupo de colegas, sin otro fin que pasarla bien.

¿Cuáles son los cineastas de la historia que más admiras?

Otra lista larga, ya que la historia del cine lleva más de 100 años. Admiro a los que se atreven sin importar el resultado. A Hitchcock, por ser pionero en el thriller psicológico. A Sergio Leone por cómo filmaba los duelos, a Agnès Varda, que con una cámara handy registra cosas maravillosas. También a Kim Ki-duk por su geometría visual, a Martin Scorsese por la calle y a Paul Thomas Anderson por recoger el guante de todos los anteriores. Pero hay dos que encuentro muy completos, me da la impresión de que piensan cuadro por cuadro, que tú aprietas pausa y hay algo más allá: Orson Welles y Stanley Kubrick. Para mí son la perfección y hubiese sido un sueño tomar un café con ellos. Quiero detenerme en esta respuesta para decir que independiente de que los directores son quienes más destacan en una película, en el cine hay un gran trabajo de equipo y los técnicos tenemos mucho que aportar.

¿Cuál es el mejor director con el que has trabajado?

El uruguayo Adrián Caetano. Vino a Chile a dirigir unos capítulos de la segunda temporada de «Prófugos»y fue una tremenda experiencia y un gran aprendizaje. Es un director con mucha calle, que logra explicar muy bien a su equipo lo que quiere como resultado. También es un gran motivador. Cada vez que apretábamos el botón rec para grabar gritaba: «¡dame arte!».

Foto de Diego Rojas

¿Cuál es el proyecto de todos los que has sido parte del que sientes más orgullo?

«No», de Pablo Larraín. Hay un antes y un después. Fue un trabajo muy sacrificado, 44 jornadas en meses calurosos, donde tuve que hacerme cargo junto a otro colega de cámaras de 1983 traídas de Estados Unidos. Tuvimos que hacer un sistema para extraer la señal digital, todo muy aparatoso. Fue un rodaje con un director que ya había ganado festivales con sus otras películas, junto a un actor de jerarquía internacional como es Gael García. Hubo mucha tensión. No es fácil trabajar tantos días seguidos bajo presión con el mismo equipo, hubo jornadas en que ni nos saludábamos, era sólo trabajo, aunque tenía su lado positivo. Se trabajó con dos cámaras, una la manejaba el mismo director y la otra el director de fotografía, Sergio Armstrong. Las tomas eran eternas, así que cuando se cansaban, me pasaban la cámara a mí y podría decir que de alguna forma me regalaban un plano. Es como que te dejen tirar un penal en un mundial de fútbol y que el arquero sea Gael García Bernal. Los dos últimos días de rodaje hubo muy buena onda en todo el equipo, nos tomamos fotos, me pidieron actuar de camarógrafo (me veo borroso, pero ahí estoy). En el último plano del rodaje, Pablo ni siquiera pidió corte, agarró una champaña y mojó a los actores. Con mis colegas de cámara nos abrazamos como nunca. Después hubo una fiesta y llegué a las 9 de la mañana a mi casa. Cuando me enteré de que había sido nominada al Oscar a mejor película extranjera, sentí que fue misión cumplida. Esta fue la primera vez en que aprendí a leer a un director y a un director de fotografía.

¿Cómo está el panorama laboral en Chile para un «trabajador del cine»?

Muy difícil, hay más trabajadores que obras. Hace 20 años sólo había un par de escuelas, muchos colegas aprendieron del oficio y se han mantenido en el tiempo. Ahora egresa un centenar de colegas al año, cobran menos para ganarse el trabajo y se están haciendo películas con mucha menor escala de producción, por lo que algunos cargos técnicos se están viendo innecesarios o pasa que un mismo colega hace dos labores.

Cuéntame más sobre tus próximos proyectos, las series «Taller de Video» y «Migrantes».

«Taller de Video»es la historia de Claudia Solari, una actriz famosa de los 90 que está en completa decadencia en la actualidad y la pillan conduciendo ebria. Le ofrecen una condena de trabajo comunitario para no ir a la cárcel y realiza un taller audiovisual a siete jóvenes emergentes de Valparaíso. Esta serie se rodó en el invierno de 2016 y mi trabajo fue de director de fotografía. Fue una felicidad que mi primera serie se haya hecho en mi ciudad de origen.

«Migrantes»es una serie que se va a rodar entre mayo y julio en Antofagasta y trabajaré como director de fotografía. Es la historia de Juan Quispe, un policía, hijo de peruanos, que investiga un asesinato en serie a diferentes migrantes con un código de carácter nacionalista.

Foto de Cochis Contreras

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