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Jesús del infierno al purgatorio

Libros de Denis Johnson


De una canción de Lou Reed que dice “Cuando estoy corriendo mi carrera me siento como el hijo de Jesús”, tomó Denis Johnson el título para su primer, exitoso y hasta ahora único libro de cuentos, Hijo de Jesús (1992), que contiene una pieza que algunos traducen como “Urgencias” y otros como “Emergencias” (adaptada al cine en 1999 bajo la dirección de Alison Maclean) y que se ha convertido en una guía de calidad para casi todos los talleres y cursos de escritura creativa que se dictan en Estados Unidos. El novelista Tom Spanbauer ha dicho que, junto a “La lotería” de Shirley Jackson y “Strays” de Mark Richard, es uno de los mejores relatos de la literatura contemporánea.

Johnson, nacido por casualidad en Múnich en 1949, criado en Tokio, Manila y Washington, y residente junto a su tercera esposa y sus hijos en una perdida población de Idaho, integrante y continuador de esa rara estirpe de fóbicos a lo mediático como J.D. Salinger, Thomas Pynchon y Cormac McCarthy, ha escrito también abundante teatro y poesía, y unas cuantas novelas que, al mejor estilo de E.L. Doctorow y Norman Mailer, vienen dando cuenta de algunos episodios clave de la modernidad yanqui y formando un cuerpo narrativo que en más de un sentido lo aproximan a la obra de Don DeLillo.

Faena gruesa

En 1983 Johnson dio a conocer su primera novela, Ángeles derrotados, una suerte de thriller protagonizado por una pareja de perdedores metidos a delincuentes, semejantes –pero sin su oscuro glamur– a los legendarios Bonnie y Clyde, que recorren una larga ruta que los lleva de Pensilvania a Phoenix huyendo de sí mismos, para encontrarse con ellos mismos a cada vuelta de esquina. En 1998 publica Que nadie se mueva, una novela policial de algún modo paródica, en la que se regodea con todos los tópicos del género y diseña algunos personajes que le servirán de molde para otras experiencias narrativas posteriores.

En 2000 aparece El nombre del mundo, una novela centrada en esa fábula norteña que es la cotidianidad en los campus universitarios, y en la que un profesor cincuentón, quien cuatro años antes ha perdido a su mujer y a su hija en un accidente de tránsito, se enamora de una estudiante de arte y finalmente decide cambiar de cabo a rabo su vida melancólica y anodina. En 2007 publica Árbol de humo, que resultara ganadora del National Book Award, obra polifónica y siniestra que transita de manera singular por una guerra de Vietnam tan secreta que, en más de un sentido, nos recuerda a El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. En 2002 da a conocer en The Paris Review, y en libro recién en 2011, Sueños de trenes, una breve y majestuosa estampa del crecimiento y muerte de una forma de vida (en definitiva, de toda una época) con la que los estadounidenses suelen nutrir sus equívocas y poderosas mitologías.

De 2014 es Los monstruos que ríen, el último de sus títulos en ser traducidos al castellano, en el que de algún modo se reproduce el esquema paranoico ya explotado en Árbol de humo, pero esta vez protagonizado por un misterioso par de individuos que se mueven por algunas naciones africanas, de Sierra Leona a Uganda, en una historia donde nadie sabe quién es quién, nadie sabe para qué intereses políticos trabaja, en favor de quién conspira (la OTAN, la CIA, otros organismos de Inteligencia encubiertos), mientras van intercambiando información, tratando de vender mapas del tendido óptico del ejército estadounidense en siete países de África Occidental y traficando con uranio enriquecido, siempre acompañados por un desesperado afán de volverse ricos y por una bellísima mujer, hija de un comandante del Décimo Grupo de las Fuerzas Especiales yanquis desplegadas en la zona.

El gran tema

Para el argentino Rodrigo Fresán, traductor de El hijo de Jesús y de El nombre del mundo, y crítico entusiasta de toda la obra de Johnson, el “Gran Tema” del escritor es el trayecto que lleva a sus criaturas de “la expulsión desde las alturas de un infierno íntimo y único para descender al purgatorio común donde todos somos iguales”. Todo parece indicar que las viejas preguntas acerca de cuáles son las características y las coordenadas que forman una nación, temática también recurrente en el mencionado DeLillo, solo pueden responderse desde la narrativa, desde una ficción que nos permitirá entender con qué tipo de miedos y de algarabías podemos vivir; justamente, qué formas tendrá el infierno y cuáles ese lugar intermedio, acaso un poco más amable, en el que deberemos vivir. Siguiendo este razonamiento, Sueños de trenes sintetiza todos estos tránsitos.

En el verano de 1917 Robert Grainier participó en el intento de matar a un jornalero chino al que habían pillado robando, o al menos lo acusaban de haber robado, en los almacenes de la compañía ferroviaria Spokane International, en el corredor septentrional de Idaho.” Así, con este lacónico párrafo, se abre la historia de este vulgar leñador, obrero en el tendido de rieles y puentes, y finalmente dueño de un carromato con el que realiza viajes y mudanzas. El relato va desde su nacimiento en 1886 hasta su muerte en 1968, y parece estar marcada por dos episodios que también pueden ser leídos como alegorías de un tiempo: en su juventud, la persecución al desgraciado chino que finalmente logra salvar su pellejo, y en su madurez, el avistamiento de Elvis Presley de paso en su vagón privado por alguna remota estación de Idaho.

Poco y nada fuera de lo común registran los días de Grainier: sus labores, su esposa y su hija, la construcción de una cabaña, un incendio que arrasa con todo lo que alguna vez le había pertenecido, su soledad, sus miedos, sus estados de poderosa fantasía que arrastran al lector hasta el fondo de las tristezas y hasta el centro de lo imposible. Pero como sucede con los narradores de primera clase, estos datos sirven a Johnson para escribir un relato que en poco más de cien páginas celebra el nacimiento, la decadencia y la muerte de una nación que, como ocurre con los devastados árboles una vez concluido el fuego, al poco tiempo vuelve a lucir sus retoños más verdes, más fuertes, más irreductibles.

De algún modo Sueños de trenes (“…a menudo soñaba con trenes, y sobre todo con un tren en concreto: él iba a bordo; podía oler el humo de carbón; un mundo entero pasaba por las ventanillas”) vuelve a decirnos que también es posible construir una magnífica novela con un ligero puñado de emociones, con un hombre pequeño y solo, con una peripecia en apariencia menor pero que sin embargo encierra los dramas de toda una civilización. Es obvio que para ello se requieren una especial sensibilidad y un enorme talento a fin de traducir todo eso en gran literatura. Y Johnson los tiene.

Ángeles derrotados, de Denis Johnson, Anagrama, Barcelona, 1986, 2009, 260 páginas

El hijo de Jesús, de Denis Johnson, Literatura Random House, Barcelona, 2013, 137 páginas

El nombre del mundo, de Denis Johnson, Literatura Random House, Barcelona, 2003, 143 páginas

Que nadie se mueva, de Denis Johnson, Roja & Negra, Random House, Barcelona, 2012, 187 páginas

Árbol de humo, de Denis Johnson, Literatura Random House, Buenos Aires, 2014, 597 páginas

Sueños de trenes, de Denis Johnson, Literatura Random House, Buenos Aires, 2016, 137 páginas

Los monstruos que ríen, de Denis Johnson, Literatura Random House, Barcelona, 2016, 222 páginas

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