Es 1971 y Salvador Dalí habla frente a la cámara en un idioma extranjero. Jacobo Zabludovsky le pregunta si es francés. Dalí le dice que es catalán y explica que la frase significa “ácido desoxirribonucleico”, comúnmente conocido como ADN. “¿Y eso para qué sirve maestro?”, pregunta Zabludovsky. Dalí prefiere cambiar de tema para evitar la pregunta que habría encajado a la perfección en un programa del Chavo del Ocho.
Jacobo Zabludovsky aspiró a hacer periodismo, pero fue más un personaje que supo colocarse y ver por sus intereses en todo momento. Jugó con el poder, fue vocero del régimen priísta y prácticamente la única voz transmisora de información en la televisión mexicana durante casi 30 años, a través de su noticiero 24 horas, pero a Zabludovsky le faltaron dos cosas: talento y pasión.
Desde los catorce Jacobo tuvo algo que ver con los medios, pero sin hacer periodismo. Trabajó corrigiendo pruebas en el periódico El Nacional y luego mantuvo una columna de chismes en el semanario El Redondel. De ahí saltó a Radio Continental, para quedarse en los medios de comunicación masiva el resto de su vida.
Sin embargo, no fue hasta la década de los setenta cuando Zabludovsky ocupó el puesto de conductor del noticiero 24 horas de Televisa, que lo haría pasar a la historia de los medios informativos mexicanos. El abogado de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) ya no era un joven, sobrepasaba los cuarenta. Estaba listo para ser el ícono de la televisión mexicana: había trabajado ya varios años en el la empresa y dirigido varios programas. También sabía ya cómo funcionaba el sistema hegemónico del PRI y las reglas a las que había que atenerse para destacar.
En 1968, Zabludovsky conducía un noticiero en Canal 4 con Pedro Ferriz Santacruz. El 2 de octubre, día de la matanza de estudiantes en Tlatelolco, Zabludovsky usó corbata negra, y al día siguiente recibió la llamada del presidente Gustavo Díaz Ordaz, una multicitada anécdota que el periodista relató en varias ocasiones. Díaz Ordaz le reclamó el luto representado por el negro de la corbata, y el servil Jacobo explicó que usaba corbata negra desde hacía muchos años.
En 1967 Zabludovsky publicó el libro La libertad y la responsabilidad en la radio y la televisión mexicana, pero él nunca asumió la responsabilidad de la que hablaba. Zabludovsky calló muchas cosas y agachó la cabeza ante el poder, pero lo que hizo en el 68 solo es creíble de alguien desinformado hasta los dientes que no dimensionaba lo que sucedía. El primero de septiembre, día del cuarto informe presidencial y apenas días después de la masacre, Jacobo entrevistó al Secretario de Gobernación, Luis Echeverría, y al Secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán:
—Secretario de Gobernación. Buenos días, señor licenciado.
—Buenos días, mucho gusto de verlo bien —respondió Luis Echeverría.
—Gracias, igualmente.
—Y contento.
—¿Cuál es la situación que guarda el país desde el punto de vista de su Secretaría?
—Con excepción de los incidentes que son bien conocidos, el país está en calma absoluta, existe un gran interés por el informe presidencial, porque cada año este día el mensaje del señor Presidente significa una orientación básica para la marcha de todas las actividades nacionales. Todos los mexicanos están pendientes de sus orientaciones, lo vamos a escuchar aquí en la Cámara como en todos los rincones del país, con profundo interés.
—General Marcelino García Barragán —continuó Jacobo—, ¿cuál es la situación que guarda el país?
—El país se encuentra enteramente en perfecta tranquilidad, las partes que hemos recibido son de «sin novedad», aquí en México, en la capital, se ha sentido menos tensión que los días anteriores, creo que esto va en una situación de resolverse rápidamente.
La conversación, que parece sacada de una tranquila tarde veraniega, muestra la ineptitud de Jacobo. Incluso para un periodista a favor de la represión del estado, la forma de tratar el tema es absurda. El país se convulsionaba, las detenciones de disidentes eran el pan de cada día, la imagen del país estaba por los suelos y Zabludovsky se sentaba contento a platicar con la mano derecha del presidente.
Ese año entrevistaría también a María Félix, actriz de la Época de Oro del cine mexicano. Jacobo tuvo la osadía de decirle que le tenía lástima, porque, dijo, ella era “al mismo tiempo una creación y una víctima de estos medios; del cine, de la televisión, del radio”. Cándido Jacobo, que no sabía que se estaba describiendo a sí mismo. O quizá sí se dio cuenta momentos después, cuando prefirió decir “yo ya” para quedarse callado y luego terminar preguntándole si las joyas que usaba eran reales o de vidrio.
Julio Scherer García, ícono del periodismo mexicano de la segunda mitad del siglo XX, que dijo que Zabludovsky Kraveski vivía la vida que él despreciaba, describió así la entrevista que el conductor de Televisa hizo a los presidentes de México y Chile luego de que firmaran un acuerdo de libre comercio: “Zabludovsky se comportó como siempre. […] No había en su interrogatorio el escepticismo del que quiere saber, la sutileza de alguna pregunta envuelta en suave impertinencia. Los presidentes sentaban cátedra, profesores de economía ante el ilustrado mundo latinoamericano”.
Así es exactamente como lució en la década de los noventa, cuando narraba en televisión su relación con Gabriel García Márquez y su cuento “La luz es como el agua”. En un sillón negro, traje azul, corbata negra y pose de señorita bien portada del siglo XIX. Las piernas cruzadas y las manos agarradas encima del muslo, Zabludovsky habla con la precisión de quien lee un discurso y no siente nada o no entiende nada de lo que dice: pausado, sin errar una palabra, con suaves movimientos de mano para enfatizar y atendiendo los giros de la cámara. Sin un dejo de gusto de ese lector voraz que se jactaba ser.
El conductor del noticiero 24 horas no perdería el toque de mal periodista. En 2005, ya retirado de Televisa y su célebre noticiero, entrevistó en su programa en Radio Red a Luis Miguel, un cantante conocido por no dar entrevistas. Zabludovsky decidió discutir cómo gastaba el cantante su dinero y si lo metía en el banco a que le produjera “tres por ciento anual”.
Los periódicos como El Universal y Zócalo siguieron brindándole espacio después de dejar Televisa en el año 2000 para que publicara su columna “Bucareli”. Y fue ahí donde Zabludovsky siguió mostrando hasta sus últimos días lo que era no saber ejercer el periodismo. El 11 de septiembre de 2014 publicó una columna titulada “Peña Nieto me dijo”, que no es otra cosa que la transcripción de lo que el presidente de México declaró sobre diversos aspectos del país. Ni una palabra de análisis. Como si el presidente no tuviera ya suficientes espacios para expresarse. Sorprende que Zabludovsky haya decidido preguntarle sobre la reelección presidencial, situación que no se ha dado en México desde la Revolución de 1910. Quizá Zabludovsky extrañaba esos años en que de la mano del PRI su voz era la verdad absoluta.
Finado hace apenas unas semanas, el 2 de Julio, Zabludovsky recibió ovaciones por quien era de esperarse: la empresa que formó su figura y los políticos que fueron beneficiados por su trabajo. Nadie en su funeral habló de sus defectos, mucho menos de sus silencios y complicidades. En cambio sí recordaron sus premios, su buen porte, sus libros y sus frases, entre las que tal vez estuvo una que dijo en una entrevista en la etapa final de su carrera: “un periodista, si ejerce su profesión con honestidad y con valentía, es un elemento indispensable de la sociedad moderna”. Algo que el nada talentoso y falto de pasión Jacobo Zabludovsky nunca fue.