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“Isaac Goldemberg y el sueño de la muerte”

Tarde o temprano, a todos nos llega la hora de pensar en la muerte. Porque la vemos aproximarse lenta o con paso marcial a nuestras vidas, o porque muere alguien cercano. Un amigo, una madre, un hijo. Y entonces pensamos en el más allá, en el tránsito al otro mundo o en la posibilidad aterradora de que no exista nada al cruzar el umbral. Con la maestría cultivada a lo largo de muchos años de intensa labor poética, Isaac Goldemberg (Chepén, 1945) reflexiona sobre el misterio de la muerte, esta vez con versos breves y fulminantes, hechos de cadencias internas, metáforas sugerentes y encabalgamientos constantes que nos impiden detener la lectura. A lo largo de treinta y dos poemas, la voz poética nos acerca a un cuerpo muerto (o quizás solo dormido), para invitarnos a pensar en todo aquello que se suspende al llegar la muerte: los gestos, los andares, las palabras, los colores. Y quedamos convencidos de que “Es eterna / la condena. / No existe / una puerta / de escape / de la nada” (38). Porque todos vamos hacia el mismo fin, aunque finjamos no saberlo para vivir.

Los poemas escritos originalmente en español aparecen en las páginas pares, y en las impares encontramos su traducción al inglés, realizada de manera impecable por la poeta Sasha Reiter (New York, 1996). A través de esta presentación bilingüe, realizamos un viaje con el “gusano saltarín” que nos lleva a conocer el mundo que queda sellado en un ataúd.  Y mientras él aterriza “en la cuenca / del ojo / que no vela” (32), nosotros hurgamos entre los huesos y la ropa de un cuerpo que yace acostado para siempre, en medio de la oscuridad y la quietud, donde solo hay espacio para los recuerdos, las memorias. ¿Qué es la muerte? ¿Qué sucede cuando morimos? Las preguntas existenciales nos rondan a lo largo de todo el poemario. Y no encontramos certidumbre alguna; apenas aquello que desde el mundo de los vivos distinguimos: “Se despiden / los ojos, / se esconden / en los pechos / las cabezas, / se enredan / las manos / en un círculo / final, / ceñido” (40).

La vida que juntos descubrimos en estos poemas es como la sienten aquellos que mucho han vivido: demasiado breve y jamás suficiente. Y la muerte, larga, siempre al acecho, es parte inseparable de ella, aunque no queramos reconocerlo. Lo único cierto en este mar de interrogantes que son parte de nuestra existencia es, como señala la voz poética, que “Somos muertos / eternos / de paso” (42). Tal vez por eso nos aferramos tanto a la vida, parece sugerirnos el poeta. Porque en el fondo sabemos que el camino no tiene regreso ni rutas alternativas. La vida es un viaje de ida, maravilloso en el mejor de los casos, o enigmático, doloroso, que termina en cuanto la muerte se le atraviesa. Y entonces: “Idos son / los anhelos, / los sueños, / toda / esperanza” (46). Lo único que queda en el cajón, leemos, es “La paz / absoluta / y no poder / disfrutarla” (46).

¿Será así la muerte? La pregunta ha perseguido a las mentes más lúcidas desde la antigüedad hasta nuestros días. Y seguimos sin saberlo. En El gusano saltarín y otros poemas, Goldemberg profundiza en este tema en diversas estrofas, buscando el ángulo innovador, la metáfora certera, el ritmo, la voz elocuente, como en su momento lo hicieron Juan Gelman, Sylvia Plath o José Emilio Pacheco, entre tantos poetas que escribieron sobre la muerte. En el poema “Sepelio”, por ejemplo, Goldemberg explica que “No es la muerte / quien viene / a nosotros, / sino nosotros / quienes vamos / hacia la muerte” (48). ¿Se equivoca? Bien sabemos que no. Porque aunque la vida parezca larga y creamos que es nuestra, solo estamos de paso, con fecha de caducidad, orientados hacia un mismo destino final. Por eso la vida que encontramos en el libro es una simple “Sala / de espera” donde unos y otros esperamos, aun sin saberlo, el paso a la muerte que tarde o temprano vendrá. “Ingresan / en fila”, leemos, “quienes / partirán / mañana. / La carroza / es mecánica” (48).

Dice Miguel Ángel Zapata, en el prólogo de esta edición, que los poemas de Goldemberg “se leen de un tirón: son textos breves que traen un enigma indescifrable, un sonido seco suena en cada palabra como una piedra pesada” (8). Es cierto. Al menos eso sentimos cuando el poeta nos obliga a pasar de la vida a la muerte y nos deja saltando al borde de un precipicio. O cuando nos apaga las luces en el poema “Mediodía”, personificando el paso al más allá: “Ploma, / intensa, / cerraba la luz / sus ojos / sobre la vida, / pozo de nubes / negras” (59-60). En el poema “Vida o muerte” ninguna de las dos puede vivir sin la otra. Si la muerte es “La gran / barrendera” que saca todo lo viejo cada día, la vida “se vacía / y vuelve / a llenarse / de futuros / cadáveres” (66). De las fosas que hallamos en el poemario “bandadas de recuerdos” (72) salen volando. Y mientras el cielo se mece sobre las tumbas de los muertos, “Rampan, / las almas / debajo / de la tierra, / y el aire / se esfuma / en boca / de los gusanos” (90).

A través de estas y otras imágenes poderosas, el poeta peruano explora la vida y la muerte, su convivencia ineludible, sus misterios indescifrables. Entre cuerpos y almas y lápidas y sepelios, nos deja saber que somos parte de los ciclos de la naturaleza y que somos apenas, a lo mucho, “sus muertos / predilectos” (100). Si algo nos deja claro Isaac Goldemberg en este poemario es que las formas breves también pueden ser complejas, desgarradoras y poderosas. Sus versos están hechos de itinerarios inciertos, aromáticas almas, tiempos perdidos y vidas que sangran entre fosas. Nuestro único consuelo es esquivar “la cachacienta / mueca” de la muerte. O implorarle, como el poeta, “Muerte, / apártate / de nuestros ojos. / Vuelve / a tu sitio. / No propicies / ningún tipo / de encuentro” (80).

 

 

Goldemberg, Isaac. El gusano saltarín y otros poemas / The Leaping Worm and Other Poems. Traducido por Sasha Reiter. Buenos Aires: Buenos Aires Poetry, 2023. 112pp.

 

 

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