He leído en tu oreja que la recta no existe
Gilberto Owen.
Como esta voz, mi lengua busca
el laberinto de tu oreja
y yo te escribo y sé muy bien
que hay algo —hay un lugar— más bello
que tu vientre
aunque jamás lo he visto.
En cambio se revelan
—entrega de la espuma, oseznos de la luz—
tus pies de pan de dulce.
Y no saber el cómo apareciste, no haber vivido
en el momento que tu espalda fue la rosa, abierta luz
de lo que significas.
Afuera escucho algo.
Afuera del poema algo te dice un canto
más hermoso que la piel
pero también más vivo: una caricia: lengua bajo lengua,
sonido bajo letra
en acto de buscarte.
¿En qué momento me has atravesado? ¿Cuándo
tu luz—incendio, llamarada—se clavó en mi pecho?
Hoy puedo hacer un verso en que no mueras nunca.
Un cáliz, un jarrón, un algo que contenga
vino enloquecido, danza, fruta
lenta
carne en movimiento
para entrar en otra carne.
Creyente de tu forma, en mi oración
he decidido no ceder al verbo de tu ombligo, a la floresta
del verano en tus pezones, a todos tus aromas.
Hoy no quiero morir: No quiero ver el río
que se duerme en tus muñecas. No quiero andar
la forma en que te extiendes de tu piel hasta la piel
de todo lo que existe.
Árbol de mí,
estoy llegando a tu región más fértil.