Desde que Caín asesinó a Abel con una quijada de asno, la humanidad no ha dejado de matarse y lo ha hecho perfeccionando sus métodos. Tampoco es que el Dios del Antiguo Testamento fuera muy contemporizador ordenando a Abraham sacrificar a su hijo Isaac o borrando de la faz de la tierra las ciudades de Sodoma y Gomorra con una lluvia de fuego sin importarle asesinar a inocentes. Del Antiguo Testamento y del ojo por ojo, diente por diente, siguen viviendo algunas sociedades que se tildan de modernas y han institucionalizado la venganza. A lo largo de los siglos el hombre no ha renunciado a la violencia contra otros seres humanos y los ha exterminado en guerras en donde todo estaba permitido para conseguir ampliar territorios y tener más poder. La historia de la humanidad, mal que nos pese, se ha escrito siempre con sangre. El hombre cazador de la prehistoria ha seguido cazando a sus semejantes a lo largo de los siglos y los poderosos lo han hecho con una impunidad absoluta. De todas formas, ellos tampoco se libraban de la violencia generalizada y era habitual que los hermanos se mataran por disputarse un trono, que hijos asesinaran a sus padres porque no querían esperar a que se muriera su progenitor de muerte natural. Escritores como William Shakespeare, en sus tragedias, que reeditaban las tragedias de la Grecia clásica, subió a los escenarios esas historias sangrientas.
El hombre se civilizó, entre comillas, para que no tuviera que estar constantemente mirando a su espalda por si era víctima de otro depredador. Las religiones y los códigos de conducta reglamentaron el uso de la violencia que dejó de practicarse en el ámbito privado, pero siguió haciéndolo en el institucional. Las sociedades avanzadas pusieron en marcha códigos de conducta que muchas veces guardaban una estrecha relación con los códigos morales de las religiones. El poder se arrogó el uso legítimo de la violencia y se legisló sobre ella. La violencia se ejercería en caso de guerra o para el castigo de faltas graves. La amenaza del castigo terrenal y el castigo eterno redujeron esa violencia atávica que está en el ADN del ser humano y que solemos dominar, salvo excepciones y situaciones excepcionales. Ya solo se podría expoliar, violar o asesinar al enemigo, no a tu vecino. La guerra daba esa carta blanca para cometer todas las atrocidades que en tiempos de paz estaban vedadas.
Pero hay una minoría que se saltaba esas leyes y seguía con sus instintos homicidas en todos los tiempos de la humanidad, que desafiaba las leyes dictadas y las conculcaban. El asesinato puede ser una forma de vida, un trabajo extraordinariamente bien pagado, consecuencia de una explosión de ira, hijo gélido de la venganza o sencillamente una repuesta patológica que se convierte en una necesidad enfermiza de la que no se puede prescindir. Thomas de Quincey escribió un provocativo tratado llamado El asesinato considerado como una de las bellas artes. ¿El octavo arte después del cine? Los asesinos se sienten dioses al ser dueños de las vidas de sus víctimas. Hay quien asesina por placer, o por odio, o para vengarse. Del gusto por la sangre podían hablarnos extensamente Vlad Drakul o la condesa Barthory, dos de los personajes más sanguinarios de la historia de la humanidad que literalmente se daban baños de sangre, uno para estimular su apetito mientras se hacía servir manjares, la otra persiguiendo la eterna juventud y desangrando vírgenes. Podían hacerlo porque estaban por encima del bien y del mal. Nadie les iba a pedir cuentas. Bueno, a la condesa finalmente se las pidieron y acabó sus días emparedada en una habitación de su castillo.
Los asesinos en serie son una de las aportaciones de la sociedad norteamericana al mundo tenebroso de la criminología, aunque también los ha habido en otros muchos países. En Rusia fue tristemente célebre el caníbal de Rostov, un psicópata que mataba y se comía niños como si fuera un ogro, o en Inglaterra, más allá del misterioso Jack El Destripador que algunos situaban en el seno de la familia real británica, el matrimonio formado por Fred West y su esposa Rosemary Letts estaba tan unido que cometía sus fechorías en la apacible ciudad de Gloucester al unísono. Fred West era de extracción pobre, hijo de un granjero, que había visto como su padre abusaba constantemente de sus hermanas y como su propia madre abusaba también de él: de víctima a verdugo. En ese ambiente se crió ese monstruo que secuestró, violó y asesinó, con la complicidad de su esposa, a doce jóvenes en su hogar y las fue enterrando en su jardín, incluida a su propia hija. Estaban tan enamorados los dos monstruos que se suicidaron en prisión.
No menos siniestra es la carrera delictiva de Andrei Chikatilo, el caníbal de Rostov, juzgado por violar, asesinar, descuartizar y devorar al menos a 56 mujeres y niños. El mayor asesino en serie de la historia de la Unión Soviética encontraba el placer sexual matando. Sacaba los ojos de sus víctimas y les seccionaba los órganos genitales. Fue ejecutado y su historia criminal llevada al cine con el título de Citizen X. El canibalismo, por otra parte, no era algo muy anormal durante las pavorosas hambrunas que sufrió ese inmenso país en la época zarista.
Crucemos el charco. Pedro Alonso López, conocido con el sobrenombre de El Monstruo de los Andes, reconoció haber asesinado a 350 niñas en Perú, Colombia y Ecuador por los que solo cumplió, inexplicablemente, una pena de 14 años tras la que recuperó su libertad. Anda suelto. Es una alimaña depredadora. Viajemos a Irán. Saeed Hanaei, conocido como la araña sagrada, asesinó a 17 prostitutas en Irán en una especie de yihad moral que fue apoyada por parte de la población, sujeto sobre el que se ha rodado recientemente un film excelente con el título de Holy Spider que optaba a los Oscar en la última edición. Se hacía pasar por cliente venal y asesinaba a las prostitutas con las que contactaba en su propio domicilio. Saeed Hanaei fue colgado.
En México, además de las muertes constantes debidas a los poderosos carteles de las drogas que ajustan sus cuentas entre ellos y se ceban con los periodistas, es tristemente famosa Ciudad Juárez por los numerosos feminicidios que se cometen contra las maquiladoras que regresan solas a sus casas, muchas de ellas violadas y asesinadas y profanados sus cadáveres que son eviscerados para el tráfico de órganos humanos, o torturadas para saciar la demanda de películas snuff. Apenas ha habido detenciones. La violencia mexicana está tan enraizada en su sociedad que algunos sociólogos se remontan a los aztecas, puede que el pueblo más sanguinario de la historia de la humanidad.
Capítulo aparte merece Estados Unidos en donde han proliferado tanto los asesinos en serie que se pueden contar por centenares a lo largo de su breve historia como país. Ailee Wuornos, llamada la mujer araña o el Monstruo, fue una prostituta que asesinó a 7 de sus clientes y terminó sus días en la silla eléctrica. La interpretó en la pantalla Charlize Theron en la película Monster y se llevó un Oscar. Amy Archer Gilligan envenenó a 50 ancianos de la residencia en donde trabajaba para cobrar sus seguros de vida. Andrew Crawford violó y asesinó a 11 mujeres cuyos cadáveres profanaba a continuación. Andrew Cunanan fue un chapero que actuaba en Miami y asesinaba a sus clientes, entre ellos Gianni Versacce, y se suicidó antes de ser detenido. Andrew Kokoraleis actuaba en una banda que secuestró, asesinó y torturó hasta veinte mueres algunas de las cuales devoraron. Ángel Maturino Reséndiz violó y apuñaló, además de robar, a 26 víctimas. Belle Gunness asesinó y descuartizó a 60 víctimas, entre ellos todos sus maridos y pretendientes, y hasta a sus hijas, y jamás fue detenida. Charles Cullen, enfermero conocido como Ángel de la Muerte, asesinó a 400 pacientes por piedad, porque eran muy mayores y le daban mucha pena. Charles Manson asesinó a nueve mujeres dentro de ritos satánicos, entre ellos Sharon Tate, la esposa embarazada de Roman Polanski. Clementine Barnabet, supuesta sacerdotisa vudú, asesinó con su secta La Iglesia de los Sacrificios hasta a 35 personas a hachazos. David Parker Ray asesinó a más de 60 prostitutas en su caravana, a las que previamente torturó. Delphine LaLaurie asesinó a cincuenta de sus esclavos negros entre 1831 y 1834, para experimentar con sus cuerpos. Donald Harvey era otro enfermero que se creía Dios y asesinó a 80 de sus pacientes. Donald Henry Gaskins se especializó en asesinar a autoestopistas, hasta 110, y siguió matando en la cárcel hasta que lo ejecutaron. Edward Edwards asesinó a mas de 100 personas y se cree que fue el famoso asesino del Zodiaco. Gary Ridway asesinó a 80 prostitutas y adolescentes huidas de sus casas. Glen Edward Rogers en dos años asesinó a 70 mujeres. Heilen Geisen Wolk mató de hambre a 50 bebés a los que cuidaba. Herman Webster Mudgett asesinó entre 1891 y 1894 a más de 200 mujeres gaseándolas. María Favato asesinó a 114 personas en solo dos años envenenándolas. Randy Steven Kraft asesinó a más de cien varones a los que previamente violó. Richard Cottingham asesinó a más de cien prostitutas en moteles cuyas habitaciones incendiaba a continuación. Jeffrey Dhamer, el caníbal de Milwaukee asesinó y descuartizó a 17 adolescentes. Richard Kuklinski, el asesino del hielo, porque metió en congeladores a su más de un centenar de víctimas, fue sicario de la mafia y utilizaba ratas para que devoraran a sus víctimas. Rodney Alcalá se hizo pasar por fotógrafo para asesinar a 130 mujeres. Samuel Little acabó con la vida de 93 prostitutas a lo largo de 30 años matándolas a puñetazos. Theodore Bundy asesinó a más de 100 mujeres con características físicas similares a la novia que le abandonó. La lista es tan extenuante, por extensa, como terrorífica. En Estados Unidos todo es a lo grande. La pregunta que uno se hace después de ver esta estadística terrorífica es ¿qué hace la policía?
Hay un denominador común en todos estos monstruos: actúan con una cierta impunidad hasta que fatalmente son detenidos por no poder controlar sus impulsos asesinos, abundan los ángeles de la muerte, tanto masculinos como femeninos, que se ceban con los ancianos y utilizan el veneno como arma letal, y los asesinos masculinos suelen violar, además de asesinar, a sus víctimas femeninas y muchas veces las torturan hasta la muerte obteniendo un insano placer en ello. Buena parte de ellos han terminado sus días en la silla eléctrica, la cámara de gas o la horca.
Y luego están los asesinos de masas, los peores, los más letales, que no suelen ir a juicio porque están por encima del bien y del mal, responsables de las mayores atrocidades de la historia de la humanidad, de millones de vidas sacrificadas: los Hitler, Stalin, Pol Pot, Idi Amin Dadá, Leopoldo de Bélgica, Charles Taylor, Jorge Rafael Videla, Augusto Pinochet o Francisco Franco. La lista es, también, interminable.
Como dijo el filósofo Thomas Hobbes, Homo homini lupus.