Leyendo el libro Uno se acostumbra (2011) del autor venezolano Arnoldo Rosas, recordé un aspecto en la literatura que se sale de la obra y roza al autor. Hablo de la capacidad de un escritor hombre de poder narrar en primera persona la voz de una mujer, y no solo eso sino la capacidad que pueda tener el autor de llevar dicha voz hacia conversaciones femeninas, íntimas. Lo mismo puedo reflexionar acerca de una autora que tenga la capacidad de narrar en primera persona la voz de un hombre y plasmar la realidad de conversaciones entre hombres, por ejemplo.
Quiero aclarar algo antes de continuar: una cosa es la narración hecha en tercera persona acerca de un hombre o una mujer por un autor del sexo contrario. Allí no hay mucho conflicto. Y claro, a veces nos topamos con genialidades como Orlando, novela de Virginia Woolf de 1928, en la que el protagonista, hombre, un día se despierta y es mujer, así, de la nada. Muy bien, pero volviendo al tema que nos interesa: la cuestión radica en la narración que se hace en primera persona.
En el tercer capítulo de Uno se acostumbra, «Let’s fall in love,» la narración se da en primera persona, con una voz de mujer, a modo de una conversación en la que el interlocutor se mantiene silente. Es una mujer que le habla a un hombre y al mismo tiempo lo acaricia y de vez en cuando le hace cosquillas en una especie de jugueteo y de confesión al mismo tiempo. Podemos escuchar la voz de la mujer en pasajes como el siguiente:
“Entonces prendía el pick-up y ponía música de Los Panchos, de Bienvenido Granda, de Armando Manzanero y, alrededor de la mesa de la cocina, mientras mamá terminaba de recoger y lavar los platos, los cubiertos, las copas que se habían usado, nos contaba sus recuerdos de infancia. Y, siempre, Antonio, siempre, dejaba colar alguna historia con su abuela Myriam y sus famosísimos dulces.”
Hay intelectuales que confirman la imposibilidad del autor de traspasar su propio género. Con esto estoy en desacuerdo y un ejemplo de eso es Arnoldo Rosas. Algunos autores no se atreven a ir de lo masculino a lo femenino o viceversa, otros lo hacen y no les sale, digamos, natural. La voz se oye un tanto forzada. Este no es el caso de Arnoldo. El autor logra construir el sentimiento de una voz femenina y cuando se lee, se oye realmente a una mujer produciendo el discurso. Es una mujer la que nos toca el hombro y se sienta a conversar con nosotros.
Esta mujer, bajo la pluma de Arnoldo, va incluso más allá y se atreve a contar anécdotas personales, íntimas, picaronas. Parece que le pica el ojo a su interlocutor y al mismo tiempo se tapa la cara con una almohada de la vergüenza. Esto es lo que logra el autor, hacernos sentir la voz femenina en nuestro oído:
“Pero, particularmente, se me humedecía… Tú sabes… Cuando te parabas en el vano de mi oficina, con tu maletín deportivo en el hombro, y te acodabas en el marco de la puerta como para que resaltara este tu pecho tan fuerte, fibroso y suave que me fascina acariciar; y me decías con esa vocezota: «Hola, cariño, ¿tan bella como siempre?».”
¿Es o no este un trabajo muy limpio y bien logrado? Espero comentarios, los invito a leer esta obra que además de expresar con pericia identidades femeninas -y masculinas- también mantiene prendado al lector con el desdoblamiento del personaje principal más el desarrollo y el desenlace de la trama.
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