En su último libro, Murakami deja claro que se aviene mejor con la distancia corta que con la larga, es decir: con el cuento que con la novela.
El escritor nipón contemporáneo más leído de occidente, Haruki Murakami (Kioto, 1949), presenta una selección de historias cortas en las que encontramos la recurrencia y consolidación de los elementos formales y temáticos de su escritura: fantasía fusionada con realidad, surrealismo pop, soledad vertical, amor nostálgico. Escenografía posmoderna: ambientes nebulosos y claroscuros; clubes de jazz, amistades con gatos misteriosos, atmósfera de policial negro, explicaciones metafísicas; suspense; personajes anónimos y ordinarios (y justo por eso, curiosamente, mucho más humanos) perdidos en ese sombrío hueco de su absurdo existencial. La receta se adereza con un flashback que nos lleva siempre a un retorno de la niñez para recuperar la inocencia perdida y el paraíso donde todo es perfecto. Su fórmula le ha dado resultados excelentes para consolidar un estilo, conquistar un mundo de fans, vender mucho y ser considerado en cuenta para la adjudicación del Nobel de literatura.
En este nuevo libro inspirado en tres obras clásicas de la historia de la literatura— las cuales le sirven como columna vertebral al entramado narrativo— Murakami rinde un tributo explícito a sus autores, a la vez que se ensaya como «copista arriesgado» al emprender una reescritura al talante de los manuscritos de un palimpsesto que capa tras capa mantiene sus signos y símbolos originales y que, transcribe sobre temas y formas tan reconocidas y consolidadas en la misma medida en que inserta su tono personal y su sello vanguardista.
Murakami, definitivamente, se aviene mejor con la distancia corta que con la larga, es decir: con el cuento que con la novela.
En Sherezade recrea al cuento clásico medieval de Las mil y una noches, en el cual se engarzan y enhebran historias de nunca acabar. En el cuento, Habara, un hombre recluido en casa por razones desconocidas invita a la mujer que cuida de su casa a contarle extrañas y apasionantes historias después de las relaciones sexuales que mantienen en cada uno de sus encuentros.
En Samsa enamorado recrea a su modo las dolencias emocionales del protagonista de Gregorio Samsa en la Metamorfosis de Kafka, publicado por primera vez en 1915. El peso aplastante de todo tipo de autoridad sobre la disminuida víctima, recobra sesgos extraños en la nueva prosa.
En Hombres sin mujeres, título homónimo (Men Without Women) de Hemingway publicado en 1927— y que le sirve de nombre a su nuevo libro— desarrolla la temática de los hombres solos, en este caso, con un tópico que se centra no en los hombres solitarios de Hemingway si no en los sentimientos de aflicción de los hombres que han perdido a sus mujeres. Narrado en primera persona, como suele ser su estilo, el protagonista adulto se entera del suicidio de quien muchos años atrás (a los catorce años de edad) fuera su amante. Este argumento le permite vivenciar con nostalgia absoluta la pérdida de su juventud. Añora con dolor la gratificante plenitud del disfrute de la vida en el alborozo de una energía sensorial que toca los linderos de la felicidad. Murakami rememora esas vivencias de adolescencia y primera juventud como un experto curador de arte que husmea con sensibilidad la pátina del tiempo aún caliente en el cuerpo de su obra, pero que en vez de encontrar lustre y brillo solo encuentra angustia y soledad. Nos abocamos a contemplar la imagen de una absoluta impotencia que describe como un abismo insalvable: “…no es que solamente sea hondo, sino que además tiene una anchura espantosa. Tanto que desde el fondo se eleva una alta montaña formada por los restos de los pájaros muertos que, incapaces de franquearlo de extremo a extremo, cayeron extenuados en pleno vuelo…”.
La crítica favorece a los títulos Sherezade y Kino como los mejores cuentos del libro. Estos dos relatos brillan por encima del resto. Kino es el nombre del protagonista: un deportista de juventud, ahora vendedor de material deportivo, que descubre que su mujer se acuesta con un compañero de trabajo. Después del divorcio, Kino alquila un bar al final de un callejón y decide cambiar de vida y de negocio. Hasta ese bar llegan algunos extraños personajes, entre ellos un gato que parece elegir el bar como hogar y también Kamita, una especie de mafioso aficionado a los libros que, en un momento dado, le dice a Kino que es mejor que deje el bar y empiece a viajar.
En el primer relato, Drive my Car, encontramos a un protagonista actor de segunda fila que, por unos días, se ve obligado a contratar como chofer a una joven. Mientras esta le lleva de un lado para otro, el protagonista le va contando, casi como sin querer, cómo ha sido su vida. Así la conductora se entera de que su mujer, muerta hace no mucho y también actriz, lo engañaba con otros hombres: actores con los que compartía película y a los que luego, nunca, volvía a ver. Después de su muerte, cuenta el protagonista, él mismo se reunió y acabó siendo amigo de uno de esos amantes de su mujer.
Yesterday es la historia de tres jóvenes narrada por uno de ellos desde su madurez. Kitaru, uno de los protagonistas, propone a Aki, el narrador, que puesto que no tiene novia, podría salir con la suya, llamada Erika, y así cuidar de ella. “Mejor que salga contigo que con otro”, viene a decir Kitaru. Aki, entre molesto, confundido y deseoso, acepta salir una vez con Erika, con quien volverá a encontrarse años después.
El relato Un órgano independiente, desde la figura del narrador-testigo, nos deja ver la fascinante historia de Tokai, un médico mujeriego y despreocupado que nunca ha querido tanto a alguien como para atarse a él, pero que un día, siendo ya maduro, se enamora de una mujer casada. Los celos y su incapacidad para aceptar el rechazo, llevarán a Tokai a una destrucción lenta, voluntaria y espantosa.
Haruki Murakami no es el mejor cuentista del mundo, pero leerlo provoca instantes de gozo supremo al apreciarse lo que es el bello arte de contar. Ese halo poético que se siente en la fragilidad angustiosa y en la vulnerabilidad e impotencia de sus criaturas literarias nos agobian y desestabilizan como contemporáneos, al fin de cuentas, de un tiempo cuyo rasgo principal es la incertidumbre.