El poeta, narrador y periodista uruguayo Hugo Fontana (Toledo, Uruguay, 1955) publica, por primera vez en formato digital, El noir suburbano. Una novela corta a medio camino entre el realismo sucio y el policial, que nos conduce a un motel de carretera perdido de la mano de Dios por el que transitan personajes también perdidos de la mano de Dios. Un inquietante mosaico de seres solitarios olvidados por el resto del mundo que luchan por no olvidarse a sí mismos, en el que sólo se trazan los perfiles, permitiendo al lector profundizar por sí mismo cuanto desee. Charlamos con él acerca de esta estupenda obra, de sus influencias y sus secretos.
El noir suburbano se publicó en 2009 en la editorial uruguaya Hum. ¿Qué te ha llevado ahora a apostar por el formato digital? ¿Qué oportunidades o riesgos ves en esta nueva forma de distribución?
Creo que la mayoría de los escritores de mi edad no podemos estimar con certeza los riesgos o las oportunidades del formato digital. Yo pertenezco a la cultura del papel, incluso hasta en el sentido del tacto, pero evidentemente las nuevas generaciones tienen otra relación con la palabra escrita, aunque por suerte la misma avidez por consumir historias, cuentos, aventuras, fantasías.
Se trata de una novela corta en la que se reflexiona sobre la memoria. Y también da la oportunidad a los personajes de lamentar el tiempo que han perdido en sus vidas. ¿Por qué este tema?
Creo que el paso del tiempo es uno de los temas esenciales del ser humano, el que lo enfrenta más descarnadamente a su condición finita. Yo no debo olvidar además que pertenezco a una cultura melancólica, ciclotímica: la de los españoles e italianos que llegaron al Río de la Plata a lo largo del siglo XX y dieron, acaso como el mayor ejemplo de su emotividad, la narrativa del tango: los lazos filiales, la necesidad y la imposibilidad de retornar a sus paraísos perdidos –la madre tierra o simplemente la madre-, de sostener que “veinte años no es nada” pero que siempre se vuelve “vencido”. Todo ello impregna mis novelas y mis cuentos, y en El noir suburbano, si bien los personajes parecen pertenecer a otra cultura, se ven condenados a revisar su pasado para poder explicarse como individuos.
Hace poco escribías una elogiosa y evocadora reseña de Canadá, de Richard Ford (a mi entender, una de las mejores novelas del año pasado). Curiosamente, El noir suburbano se publicó cuatro años antes, pero ambas obras guardan muchos elementos en común: la importancia de la memoria, la fragilidad de la posición que uno ocupa en su propia vida, e incluso la materialización de estas reflexiones en el escenario de un hotel perdido de la mano de Dios. Pregunto con desenfado: ¿Crees que Richard Ford debería agradecerte la influencia?
Poder contestar afirmativamente a tu pregunta sería como estar preparando el discurso para el Nobel… Hace más de veinte años que leo a Richard Ford, y te puedo asegurar que es uno de los narradores que más he disfrutado y de los que más aprendí, tanto de su línea lírica y minimalista –aunque a él no le gusta el mote- como de su obra más introspectiva y barroca. En ese sentido, Acción de gracias, la novela que cierra la trilogía de Frank Bascombe, es uno de los mejores libros que he leído en mi vida. Creo que la obra de Ford es una permanente pregunta acerca de por qué hemos venido al mundo, quiénes somos y si alguna vez podremos ser aquello que nos gustaría ser. Y si esas preguntas se hacen en un motel de carretera, lugar distópico por excelencia, sin raigambre, sin asideros, encontrar las respuestas se transforma en una tarea esencialmente dramática.
Estilísticamente, llama la atención el juego de puntos de vista narrativos. Hay muchas voces diferentes que hablan desde la subjetividad total de cada personaje: se cruzan, se contradicen en ciertos juicios de valor. ¿Qué te aportó a la hora de escribir este peculiar uso del narrador múltiple?
El narrador múltiple en El noir suburbano era una necesidad de la propia historia. El “quiénes somos” o “por qué estamos aquí” nunca se puede contestar cabalmente a través de una sola voz, aunque la multiplicidad implique que toda respuesta sea relativa o, por lo menos, nunca concluyente. Es cierto, en la novela hay muchas voces e incluso uno de los capítulos está escrito por un gran amigo y mejor poeta, Álvaro Ojeda, lo que en un principio resultó nada más que un juego entre nosotros pero que después, y casi sin querer, se convirtió en una apuesta extrema dentro del plan de la novela.
Es casi una obviedad ver algo de Carver entre las influencias de El noir suburbano: la observación mínima que cuenta mucho más de lo que se muestra, el relato tan solo de la punta del iceberg, mientras se perfila lo que hay bajo la superficie. Carver ha influido a muchos escritores hispanohablantes, pero pocos parecen haber entendido tan bien como tú cómo se construye una historia a su manera. ¿Podrías comentarnos las claves?
Soy un profundo admirador de Raymond Carver, pero él también es parte de una tradición narrativa que da comienzo con Chejov y se continúa con otros notables escritores. En ese sentido, hay unos consejos de Erskine Caldwell que por lo general trato de seguir con el máximo rigor, entre ellos el que sostiene que el cuento –o en este caso una novela corta- no es un género para chismosos y que su estilo se acerca mejor a la gente reservada, que sabe guardar secretos. En ese mismo sentido, aquella sentencia de Carver de “dotar a los objetos -una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer- con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado”, permite jugar con lo manifiesto y con lo oculto hasta establecer relaciones de una intensidad insospechada, que terminan dando forma al mundo que se está indagando.
Por otra parte, ¿cuánto ha aportado la literatura estadounidense a tu obra?
Un porcentaje sustancial, y dentro de mi trabajo como periodista literario, mi inclinación por la literatura estadounidense es permanente. De todos modos, debo decir que mi referente principal, tanto a nivel literario como humano, es Juan Carlos Onetti, quien también fue un admirador de la literatura estadounidense, en particular de William Faulkner.
Aunque no se trata de una novela policial, El noir suburbano sí arranca con un delicioso juego en el que parece que vamos a asistir a un relato de género negro. También las atmósferas y los diálogos podrían haberse sacado de un policial. Tú has practicado este género. ¿Qué has aprendido de él?
Digamos, al modo en que la ensayista argentina Josefina Ludmer analiza la novela Los adioses, de Onetti, que yo he “parodiado” el género policial; es decir, que he tomado estructura y tópicos del género para parafrasearlos o transgredirlos, pero no para cumplir con ellos a rajatabla. Este es el caso de El noir suburbano, pero también de otras de mis novelas como Veneno, La última noche frente al río o El crimen de Toledo. El primer capítulo de El noir avizora o promete una investigación policial, pero sin embargo, en el resto de la novela, esa investigación toma el camino de lo introspectivo y del mundo subjetivo de los protagonistas, de algún modo olvidando aquel crimen, que sin embargo permanece en la memoria de todos incluso como una atracción turística.
Te dedicas profesionalmente al periodismo, y el periodista debe sacar todo a la luz, contarlo todo. Sin embargo, El noir suburbano es un juego de claroscuros, sugerencias, sutilezas… ¿Cómo combinas ambas profesiones, periodismo y novelista? ¿Cómo consigues mantener a cada una en su sitio?
Ricardo Piglia dice que toda novela va del no saber al saber, y agrega que el género policial hace de ese camino su argumento central. Ese viaje transita necesariamente por contradicciones, penumbras, dudas, luces que iluminan con tal fuerza que no te dejan ver el objeto en cuestión. Mi profesión de periodista, desde hace unos cuantos años, está acotada a lo literario, como reseñista y alguna vez como entrevistador, por lo que, si bien obligado a un lenguaje de certezas, los límites entre uno y otro rol son bastante frágiles.
Como periodista cultural y uruguayo, ¿qué papel desempeña tu país hoy día dentro del mundo de la literatura en español? ¿Hay algún grupo de escritores uruguayos con características comunes, una escuela (por así decirlo)?
Con respecto a la primera parte de tu pregunta, y con excepción de Felisberto Hernández y Onetti, creo que lamentablemente ninguno. Los uruguayos no hemos encontrado mecanismos eficaces para hacernos conocer en el exterior, salvo raras excepciones, y tampoco participamos en encuentros internacionales de relevancia. Es incluso muy difícil dar con alguna de las múltiples publicaciones periódicas sobre literatura en el continente que esté analizando la obra de los escritores uruguayos. En cuanto a la segunda parte, en la actualidad es posible detectar algunas corrientes estéticas vagamente aglutinantes, como ocurre con los seguidores de Mario Levrero. Pero en este caso, me siento muy lejos de la obra de Levrero, por lo que no podría aportar mayores detalles.