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Gombrowicz en color

 

1aGombrowicz«Arribamos a Buenos Aires el 22 de agosto (el 2 es mi número) de 1939 (cuya suma es también 22), luego de una travesía de tres semanas. La situación internacional parecía distenderse. Pero al día siguiente de nuestra llegada, los telegramas de Moscú y Berlín anunciaban el pacto de no agresión entre Alemania y Rusia y cayeron sobre el mundo como un cañonazo. ¡Era la guerra! Una semana después, las primeras bombas alemanas caían sobre Varsovia,» escribió el escritor Witold Gombrowicz, en su Testamento. Mientras su amigo Straszewicz y el capitán del barco Chrobry optaron por irse a Inglaterra, «yo me quedé en Argentina.»

Gombrowicz pasó 24 años de «exilio» en Argentina, aunque se tratara de un exilio elegido. Una nota en La Nación informó a sus lectores que «Witol [sic] Gombrowicz es un humorista moderno, de vasta cultura. Acaba de tener un éxito de resonancia con un folleto titulado Ferdydurke.» (Esta anécdota, como varias que siguen, está extraída del muy recomendable libro Gombrowicz en Argentina (1939-1963), compilado por su mujer, Rita.)

Al principio Gombrowicz hablaba poco o nada de español, pero logró comunicarse en francés. Muchos lo recordarían como un solitario, un poco raro, que no hablaba demasiado en situaciones grupales (en parte por el idioma, en parte por la timidez), pero que estaba verdaderamente enamorado del lenguaje. Siempre dejaba una impresión. «Llevaba las manos metidas en los bolsillos de un viejo impermeable» hecho de «pelerina deshilachada»; «siempre se vestía de gris y usaba sombrero.» Repetía una y otra vez que tenía una abuela española.

Dedicó sus primeros años a dar clases de idiomas, encontrar gente y salir mucho por la noche. Después de dos años se sintió lo suficientemente cómodo como para comenzar a escribir en castellano, aunque su dominio del idioma todavía no fuera perfecto, si bien había internalizado su ritmo, todavía aparecían pequeñas fallas de sintáxis.) Escribió artículos con seudónimo en distintas revistas, gracias a las recomendaciones de Manuel Gálvez, Arturo Capdevila y Roger Pla, que corrigieron sus textos.

Nunca pudo moverse de su nivel económico. «Witold tenía poco dinero,» dijo el secretario de la embajada polaca. «Una vez instalado, traté de ayudarlo, de llenar su vida, de presentarle a argentinos, a artistas o escritores.» Comía muy poco durante el día, y deambulaba de noche con la esperanza de encontrar alguien con quien compartir un plato de tallarines. En 1943 “abandonó la pensión de la calle Tacuarí sin pagar la cuenta. Se encontró con el periodista polaco Taworski, que lo hospedó en su casa de Morón, en las afueras de Buenos Aires. Durmió en el suelo durante seis meses”.

No es que le faltaran oportunidades de subir la escalera. Aunque lo presentaron con gente de la alta sociedad porteña, persistió en ir a contramano: «Gombrowicz no quería hacer concesiones. Se negaba a participar en todas esas tonterías de la política literaria y sus mezquinas ambiciones. Si hubiese tenido esa clase de ambiciones, sus famosos veinticuatro años en Argentina habrían sido muy distintos,» lamentaba Roger Pla.

Cuando se encontró con Borges, Silvina Ocampo y otros escritores de la élite literaria local, un desencanto por ambos lados se hizo evidente. «¿Cuáles eran las posibilidades de entendimiento entre aquella Argentina intelectual, estetizante y filosofante, y yo? A mí me encantaba la oscuridad de Retiro; a ellos, las luces de París,» escribió Gombrowicz en su Diario. Pero también le gustaba provocar al círculo de que supuestamente formaba parte. Su discurso «Contra los poetas» que dio en Fray Mocho, un centro cultural frecuentado por la bohemia intelectual de ese entonces, levantó mucho polvo.

Jugó al ajedrez casi todas las tardes en el primer piso de la confitería Rex durante muchos años. «Su juego era muy personal, un poco fantasioso. No conocía bien la teoría y practicaba esencialmente el ataque. Además jugaba siempre con el estado psicológico del adversario,» dijo el dueño del lugar. Agregó: «Sostengo que Gombrowicz es la persona más seria que conocí en mi vida.»

El café Rex fue también el punto de encuentro para el «Comité de Traducción», que tradujo Ferdydurke al español. Ahí «se estimulaban con paradojas, juegos de palabras, para épater le bourgeois en el buen sentido de la palabra. En esa época la gente era muy conservadora y se escandalizaba con facilidad. Nos burlábamos de todo el mundo, especialmente de los que ponían el arte en un pedestal.»

Según Adolfo de Obieta, el hijo de Macedonio Fernández, «La traducción de Ferdydurke es una de las más curiosas y divertidas que conozco. Se trataba de trasponer al español el libro de un polaco que apenas sabía español, con la ayuda de cinco o seis latinoamericanos que apenas sabían un par de palabras en polaco. Y todo, en mesas de café y en un ambiente a menudo digno del absurdo ferdydurkiano.»

¿El resultado? «Económicamente su publicación fue un fracaso. El libro no se vendía.» Había muchas acusaciones de mala traducción, quizás por la mezcla de técnicas vanguardistas de la novela misma, quizás por el español cubano de los traductores. Con el tiempo se encontraron algunos lectores, atraídos por la promesa de un libro tan insólito. Manuel Gálvez escribió en una carta a Gombrowicz que Ferdydurke «pertenece a una corta familia de libros muy raros, entre los que yo colocaría, además de la obra de Rabelais, el drama Le roi Bonibance, de Marinetti, varios libros futuristas, dadaístas y ultraístas y algo de Ramón Gómez de la Serna.»

Para ganarse la vida Gombrowicz trabajó un tiempo en el Banco Polaco. En la carta de una señora polaca que lo conocía, se lee que «en frente tenía el escritorio de una secretaria, la señora H.Z., que no lo soportaba y no tardó en informarle a mi marido todos los ‘crímenes’ de los que era culpable el Señor Gombrowicz: ha vuelto a llegar tarde, se viste como un mendigo, come naranjas como un cochino y escupe las semillas en el cesto, le falta un botón de la camisa y, lo peor, hoy otra vez se quedó dormido.»

En Argentina escribió Los Hechizados (1939), Transatlántico (1953), El casamiento (1953), Bacacay (1957) (el nombre de la calle donde vivió en el barrio Flores), Yvonne, Princesa de Borgoña (1958) y Pornografía (1960), además de su Diario argentino inspirado por lo del escritor francés André Gide. Aparte de su producción literaria, vivió un tiempo con un chico argentino (con quien tenía una amistad «algo complicada y llena de matices», repleta de lecturas compartidas y juegos psicológicos, que terminó muy mal), intercambió correspondencia con el filósofo Martin Buber y pasó unas vacaciones memorables en Tandil.

En abril de 1963 regresó a Europa, donde cierta fama lo esperaba. Su legado en Argentina sigue siendo ambiguo; todavía no forma parte realmente de la tradición literaria. Su recuerdo persiste menos en la Cultura con mayúscula que en las corazones de muchos lectores, apasionados pero dispersos.

* * *

En el bar Bellagamba en Palermo Viejo hablé hace unas semanas con un grupo de jóvenes, que se dedican a mantener vivo el espíritu de Gombrowicz. Tenían como objetivo editar un libro de 40 ilustraciones originales, «A5, excelente papel, todo color, alrededor de 100 páginas, terriblemente bonito», con la expectativa de que sea «un libro de arte impactante, de calidad, que sea de colección, ideal para fetichistas y amantes del estilo.»

Lograron su meta a través de la financiación colectiva, y el libro ya está disponible. Los diseños están muy logrados y son todos distintos, desde la cabeza fragmentada de Mercedes Lara, al delirio de colores y peces de Julieta Farfala (se pueden ver las ilustraciones en la página de Facebook “Congreso Gombrowicz”, y si alguno les gusta pueden comprar una copia acá).

La paradoja aparente de un tomo ilustrado de lujo dedicado a la obra de Gombrowicz, se disuelve después de escuchar el concepto del proyecto,: que «cada autor tenga su propia libertad y anarquía.» Según Nicolás Hochman, uno de los organizadores, «Por nosotros hay una búsqueda muy importante que tiene que ver con la pluralidad de voces. Eso es en definitiva lo que sacamos de Gombrowicz, la posibilidad de hacer algo amplio, diverso, que no sea homogéneo, que no tenga una sola lectura, que no sea de una sola forma, que era justamente a lo que él se oponía en los manifiestos teóricos y literarios que hacía.»

«Hoy por hoy no es fácil conseguir su obra en las librerías. Gombrowicz siempre se veía a si mismo como un outsider. Se ponía en esa posición. Evidentemente esto no le jugó a favor en el momento de establecerse en el canon de la literatura argentina. El primero que lo instaló en ese lugar fue [Ricardo] Piglia, cuando lo puso como uno de los padres de la novela del siglo XX en Argentina, y lo comparó con Borges. Algunos retoman la lectura de Piglia e incorporan a Gombrowicz a una especie de panteón literario local. Pero en general, no. En la universidad se lo lee muy poco y en la escuela secundaria no existe.»

El motivo para el libro de arte fue el primer Congreso Internacional Witold Gombrowicz, en homenaje al 75º aniversario de la llegada de Gombrowicz a Argentina. El congreso tendrá lugar en el Biblioteca Nacional Mariano Moreno (Agüero 2502) de Buenos Aires, entre el 7 y el 10 de agosto de 2014. Se van a realizar varias conferencias, mesas de debate y exposiciones, además de una muestra de arte, un ciclo de teatro, el estreno de un documental y recorridos histórico-literarios de Retiro, el puerto, la costanera, los bares de Corrientes y las pensiones de Gombrowicz en San Telmo y Flores. La entrada del Congreso es libre y gratuita para todo el público.

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