Adentro, la maquillista se mantiene ocupada deslizando el news feed con su pulgar. De hecho, todo el equipo de producción lleva en sus palmas dispositivos similares. Sentado en la silla junto a la cámara, el director dibujó un asterisco rojo, tachó un párrafo entero del guión y lo unió con una raya que descendía hasta el último diálogo de la página.
Allí reescribió la frase final.
El actor repitió sus líneas una y otra vez en voz baja. La actriz, quien vestía de falda corta y medias hasta las rodilla, descubrió que su batería estaba por morir.
«El sacerdote viene en camino. Se perdió luego del segundo cruce,» dijo la asistente del director, rompiendo el silencio y guardando el aparato en su bolsillo trasero.
«Todos vimos ese cruce,» interrumpió el sonidista, antes de que la asistente continuara con su frustración. «Todos llegamos aquí a la misma hora.»
El director se levantó soltando sus notas sobre la silla, «lo que sea, ya no hay tiempo; entrégale el revólver.»
«Espera, necesito más tiempo,» reaccionó la actriz. «No hay más tiempo. Dale el revólver,» le insistió el director a su asistente.
El cinematógrafo puso sus manos sobre la cámara y re-encuadró la toma en el rostro de la actriz, «¿Entonces no esperaremos al sacerdote?»
«Está en camino. ¿Dijiste que viene en camino, cierto? Está en camino. No hay tiempo. No lo voy a repetir.»
«¿Entonces por qué quieres darme el revólver?»
«No quiero dártelo enfrente del sacerdote.»
La asistente le entrega el revólver al director.
«Ahora, toma el revólver.»
«Estamos listos para rodar,» dijo la asistente.
«Ella también.»
«No. No lo estoy. Necesito más tiempo. No lo voy a hacer así.»
El director examinó el revólver. Pensó que ya para esta hora de seguro nevaba afuera. Los columpios cubiertos de nieve, el sol saliendo entre los pinos. El lago de plata quebrada. Quizás era verdad. Quizás su cinematógrafo tenía razón y la madera pintada con ese carmesí cardenal no había sido un error. Tiene sentido. Según el arco de la historia, tiene todo el sentido. Es, apropiado. La miró de nuevo con el arma reposando en ambas manos. «Amor, ya pasamos por esto. Te lo suplico, toma el puto revólver.»
«Démosle el tiempo que ella te pide,» interrumpió el actor. «Yo creo que todo esto se nos complicó. Estas líneas, estas frases.» Buscó al escritor, quien permanecía alejado del grupo, pero atento, «¿ahora mi personaje quiere hacer todo esto?»
El director giró su cabeza hacia él. Se limpió la boca con los nudillos mirando sus zapatos. Los ruedos del pantalón tendrán que estar húmedos por la nieve. Las suelas manchadas con la sangre seca. Más adelante se ocuparía de ello.
«Tienes dos minutos para aprendértelo todo.»
Volviendo a la actriz, el director colocó el revolver en sus manos. Poniéndose de rodillas frente a su vientre, inclinó la cabeza hacia atrás y sonrió. «Se te arruinó el maquillaje, amor.»
«¿Puede alguien traer a la maquillista?» exigió la asistente.
«Yo voy,» respondió el sonidista, saliendo del garaje acompañado por el operador de audio.
El pasillo estaba lleno de puertas cerradas. Al fondo, la última, era la única con la luz encendida.
«Esto es una locura.»
«Creo que hay alguien allí adentro.»
El sonidista golpeo varias veces.
«Estoy en el baño,» respondió la voz de una chica.
«Necesitamos el maquillaje.
«¿Que?»
«¡Necesitamos el maquillaje!»
«¿Qué maquillaje?»
«¡El puto maquillaje. Necesitamos el puto maquillaje ahora!»
Del otro lado del pasillo, la asistente del director gritaba incoherencias que terminaban con la palabra delineador.
Golpeando más fuerte, «pásame el maquillaje. Voy a tumbar la puerta.»
«¡Aquí tienes tu fucking maquillaje, imbécil!» Inmediatamente después, la joven de ojos claros y flequillo deslizó con fuerza la puerta hacia su izquierda, encerrándose de nuevo.
«Fucking estúpida,» se dijo para sí mismo, regresando junto al operador de audio. «Estaba llorando. ¿Viste que estaba llorando?»
«Como si me fucking importara. Esto es una mierda. Terminaremos pagando todos.»
De vuelta en el garaje, el director terminaba de secar los ojos de la actriz. El sonidista le entregó el maquillaje a la asistente y regresó a su posición. La asistente le entregó la caja negra al director, y el director sacó de ella un pincel. «Me voy a ocupar de todo, mi amor. Ya verás.»
«No puedo. No puedo hacerlo.»
«Claro que puedes, mi amor. Eres la mejor. Eres una estrella. Una estrella con todos los cometas del cielo en tus ojos,» le decía, delineando sus ojos con el dorado y el turquesa de la caja negra.
«No puedo. No quiero hacer esto.»
«Olvida el guion. Has lo que mejor sabes hacer.»
«No me refiero a eso. Necesito más tiempo. Quiero más tiempo. No sabía como vivir mi vida, pero siento que ahora ya sé cómo continuarla. No puedo hacer esto ahora.»
«Sí puedes, mi amor.»
«Escúchame, coño. ¡No me quiero matar! ¿No entiendes?»
El director regresa el pincel a la caja negra. Dirige sus ojos y los siembra, clavándolos en la actriz.
«Ya no me quiero matar…».
Por unos instantes se queda inmóvil ante ella; pero como el asesino que se siente listo en la oscuridad, le arrebata el revolver y lo apunta al resto de la producción.
«¡No quiero que nadie se mueva!, ¡No quiero que nadie diga una sola palabra!» y volviéndose a ella, alcanza su rostro con la punta del cañón.
«Si tu no te matas, te voy a disparar en la cara. Tú no tienes una vida. ¿No lo ves?, ¿No lo entiendes? Ya no hay tiempo para arreglar tu vida.»
La actriz colapsa en llanto.
«Los únicos que quedamos vivos fuimos tu y yo. No hay más gente. Ni ángeles, ni demonios, ni una sola alma. Nada. No queda nada.»
«Por favor, escúchame, por favor…»
«Y con esto, nos volveremos ídolos. Ídolos en el cielo. Los dos. Tú accediste a hacerlo conmigo.»
«¡No me quiero matar!»
«Así es como regresaremos. Toma el revólver.»
«Dios mío… Por favor….» le suplicó la actriz, doblando sus piernas, apretando los ojos y extendiendo las manos hacia él, imaginándose por un momento que nadaba hacia la superficie.
«Toma el revólver y dispárate; te juro, te lo juro que no te lo volveré a decir».
La actriz retrocedía, pero no había mucho espacio. Miraba de un lado a otro, miraba a los presentes, pidiendo con las manos que alguien la ayudara. En un grito ahogado y desesperado, la actriz exclamó, «Angel…»
Fue entonces cuando el director le disparó dos, tres veces al rostro, y culminó con dos balazos más cuando cayó al piso. Todos se cubrieron las bocas. Todos, menos el escritor.
Inmóvil, inerte, blanca, pero sin luz. El cabello manchado, encubriendo la herida que la mató. Al rededor, el zumbido ensordecedor por los disparos. El director se inclinó para dejar el arma hirviendo sobre el pavimento, revelando en su gesto corporal, el otro revólver que escondía a la altura de su abdomen.
Se puso de pié y se dirigió al actor. «¿Ves? Así es como necesito que lo hagas.» El intérprete, perplejo, comenzó a aplaudirle y todos en un batir frenético de palmas se unieron a la celebración. El director regresó al cadáver, se agachó ante ella, puso su mano sobre la frente de la joven, y mostrando sus dientes, le pronunció que ya era suficiente.
Riéndose, la actriz se apoyó en sus rodillas y le abrazó. Ambos cerraron sus ojos, aliviados, extasiados; resguardando con fuerza sus cuerpos en el otro. «Ponte de pié, mi amor. Mi mujer perfecta… Quedó hermoso.»
«Tú, mi vida. Eres tú quien eres perfecto», dijo la actriz.
El director la observó por varios segundos. La ternura le abrumaba. Por última vez, decidió besarla en la frente; en el mismo lugar en donde aquella primera bala homicida, imaginaria, le penetró.
«Perfecto. Hagámoslo de verdad ahora.»
Ambos se ayudaron para ponerse de pie. Sacando el segundo revólver de su cintura, el director lo colocó en las manos de su actriz: «Cuidado, amor. Este está cargado.»
«¿Estamos listos?» preguntó la asistente.
El actor dio varios pasos hacia atrás.
«Vuélvenos ídolos, mi vida», susurró el director.
«Sí, mi ángel», y ubicando la boca del revólver, esta vez bajo su quijada, su actriz apuntó hacia arriba.
«¿Cámara?» preguntó la asistente.
«Rodando», afirmó el cinematógrafo.
«¿Rueda audio?»
«Nunca paramos.»
«Silencio en el set, ¿claqueta?»
El operador de audio acercó la tabla y la encuadró frente al lente.
«Experimento Luzbel – Escena 9C, Toma 2.»
«Márcala.»
El golpe entre las dos barras nos recordó los disparos.
En una pausa colectiva, cómplice, todos pasamos a ser parte del crimen.
Todos quienes estábamos allí, en una sola voz, gritamos acción.
Sí. Así fue. Así sucedió. Ídolos en el cielo… justo cuando el sacerdote caminaba hacia la puerta.
@pabloerminy