Luis Panini, Monterrey, 1978. Escritor y arquitecto. Es egresado de la licenciatura en Arquitectura de la UANL (Universidad Autónoma de Nuevo León) y realizó estudios de posgrado en Estados Unidos y Alemania. Ha colaborado en revistas de México y el extranjero. Es autor de los libros de ficción breve Terrible anatómica (2009), Mala fe sensacional (2010) y de la novela Esquirlas (2014). En 2008 fue galardonado con el Premio Nuevo León de Literatura e incluido en Cuentos desde el Cerro de la Silla. Antología de narradores regiomontanos (2010) y Lados B 2012: Narrativas de alto riesgo (2012). Actualmente reside en la ciudad de Los Ángeles. El uranista es su segunda novela.
- Cuéntanos sobre tus inicios en la literatura.
Es un poco extraño hablar sobre inicios. Siempre he sido partidario de la creencia de que naces escritor y que en algún momento te das cuenta de que lo eres. Si tienes que elegirlo probablemente no te conviene hacerlo. Así sucede con todas las artes, debido a que no tienen un propósito utilitario, no me parece una buena idea elegir ser pintor, escultor, escritor, etc. Es algo que ya está en ti, algo que germinó desde la infancia pero hasta más tarde te das cuenta. Y, para ser más preciso, mi interés por la literatura comenzó por la lectura, como debe ser. Empecé a leer «seriamente» a los once años. Cuando tenía catorce o quince me inscribí en un taller literario en la Casa de la Cultura de Nuevo León.?
- Es un mundo tan subjetivo que igual podría decirse que se nace artista, en el sentido estricto de la palabra; o sensible pero quizá no escritor como oficio completamente definido. Después, al paso del tiempo, podría ir inclinándose hacia alguna disciplina en particular…
Coincido. De alguna manera tienes que encontrar cuál es tu válvula de escape. De hecho, también me dedico al dibujo porque existen ciertas historias que me gustaría contar y no puedo hacerlo con palabras.
- ¿Qué tan elástico es el lenguaje? Pienso en la complicidad de una disciplina artística con otra. O la complementación. Pero esta tiene que ver más con quien la percibe que con quien la crea, ¿no?
No veo tanto al lenguaje como elástico, sino como maleable. Como escritor siempre me sorprende la variedad de voces que un solo autor puede crear, según la historia o los personajes o incluso el estado de ánimo de quien escribe. Pero, como bien dices, creo que esta elasticidad o maleabilidad es cuestión del lector, ya sea verbal o visual. Al terminar de escribir un texto y publicarlo, ese trozo de escritura deja de pertenecerte. Es de los lectores y son ellos quienes exacerban esas cualidades de la prosa o la poesía. En ellos reside el verdadero significado, no en su creador.
- ¿Cómo es tu proceso de escritura? Ya me habías comentado algo respecto al tiempo que dejas reposar antes de volver a una historia. Pienso, por ejemplo, en el sábado que me contaste que pasarías la noche escribiendo, ¿simplemente sentarte a escribir y listo??
Ese es el verdadero secreto de la escritura: sentarte. Más de una vez autores más jóvenes que yo se me han acercado para preguntarme cómo escribo. Y siempre les respondo lo mismo: tienes que sentarte y escribir, eso es todo.
El proceso de escritura para cada libro es distinto. En este momento investigo sobre temas acerca de los cuales no escribiré sino hasta dentro de tres o cinco años. Y en cada libro me propongo un reto distinto, eso es lo que finalmente se convierte en el combustible que alimenta a mi escritura.
Por ejemplo, en este momento escribo la segunda parte de una trilogía juvenil que comencé hace un par de años y también tomo notas para una novela que empezaré a escribir en octubre y la idea para esa novela es de 2011.
- Entonces, ¿nunca te ha tocado sentir el miedo a la “página en blanco”?
La página en blanco no existe, es la pereza. Hace algunos días estaba armando un calendario sobre proyectos literarios que quiero escribir (novelas, colecciones de cuentos, etc.), lo llené hasta 2021 y aun así me faltaron proyectos, pero hasta ahí me detuve.
- O sea que para ti no existe la falta de creatividad o la falta de vocabulario o, digamos, la falta de una buena historia para contar, una historia que valga la pena.
Si crees ser escritor y no tienes nada qué contar, entonces es muy probable que no seas escritor. En cuanto al vocabulario se refiere, eso es algo que siempre va incrementando según tus lecturas. Siempre existirán historia que vale la pena contar, lo interesante es decidir cómo contarlas.?
- ¿Por qué escribir Esquirlas?
Esquirlas es un libro que no tenía planeado escribir porque narra los últimos diez meses de vida de una cuñada, o más bien sus últimos diez meses de muerte, un proceso muy agónico tras ser diagnosticada con leucemia y someterse a diversos tratamientos médicos que no consiguieron restaurarle la salud. Después de fallecer, llamé a su casa en los Países Bajos para averiguar si su familia ya había regresado del funeral. No había nadie en casa, el contestador automático se activó y escuché su voz una vez más. Ese sonido me persiguió durante meses hasta que decidí escribir varios fragmentos sobre momentos clave que recordaba y que no deseaba olvidar, por más dolorosos que fueran. Así fue como comenzó la escritura del libro.
- ¿Cómo escribir una historia sobre tu cuñada desde tu luto personal y respetando el luto familiar?
Cada fragmento de Esquirlas representa un momento importante o contiene un símbolo clave en el libro. Elegí todo aquello que, por lo menos en mi opinión, resultara más emblemático o importante para el lector. Y sí, se tratan de momentos muy personales por la cercanía que tuve con mi cuñada. En cuanto al respeto al luto familiar se refiere, no fue algo que me preocupó, simplemente me propuse escribir con honestidad, eso es todo, aunque algunos momentos o imágenes resultaron muy dolorosos para mí o para su familia. Lo peor que puede hacer un escritor es auto-censurarse.
- ¿Qué representó para ti la escritura, la exteriorización del luto en el proceso de duelo?
Fue un proceso muy catártico. Y odio admitirlo porque siempre he desconfiado de la literatura como un vehículo para tal propósito. La muerte de mi cuñada se convirtió en un espectro que me persiguió día y noche durante meses. No fue sino hasta que terminé de escribir el libro cuando comencé a sentirme mucho mejor.
- ¿Cómo jugar de un lado a otro de la delgada línea que divide ficción y realidad en una novela sumamente autobiográfica?
Esa línea que mencionas no existe en Esquirlas. Es un libro cien por ciento autobiográfico (aunque yo no soy el protagonista) y todo lo escrito en él sucedió. Para mí es muy importante hacer esta distinción porque hasta hace poco sólo había publicado obras de ficción. Últimamente he estado trabajando en otros libros de corte autobiográfico y al escribirlos lo más importante para mí es ser absolutamente honesto y fiel a la realidad, no embellecerla o adornarla de ninguna manera, para eso siempre tendré la ficción.
- ¿Qué tanto es ficción y qué tanto es realidad en los recuerdos?
Uno, sin lugar a dudas, siempre creará su propia versión sobre algún evento o una persona, porque con el paso del tiempo nuestra mente fabrica mentiras. Por esta razón decidí escribir el libro poco después de la muerte de mi cuñada, para evitar que se contaminara con imágenes falsas o suposiciones que el tiempo engendraría.
- ¿Qué tanto se conecta el título del libro a su estructura a modo de pequeños capítulos/párrafos?
Es un vínculo simbólico. En realidad no son capítulos o párrafos, sino fragmentos, como las esquirlas que una explosión libera. La idea del fragmento como unidad narrativa siempre me ha parecido muy seductora debido a su maleabilidad. Un fragmento no necesita principio o fin, no requiere ser una respuesta al fragmento que le antecede o un preámbulo al que le sigue porque se trata de una unidad con absoluta autonomía. Además, me pareció adecuado contar la historia a través de fragmentos porque de alguna manera mi objetivo era emular los mecanismos de la memoria, cómo recordamos a alguien de manera fracturada y nunca como una secuencia de eventos que quedan perfectamente hilvanados.
- ¿Hay algo que te guste más de esta novela?
La idea de que todo lo que temía olvidar sobre esos meses de agonía se conservará en sus páginas y así ya no tendré que cargar con esos recuerdos. Para eso está el libro. Si algún día deseo revisitar la historia, me bastará con releer algunos fragmentos.
- ¿Cómo fue el proceso de publicación con 27 Editores?
Fue un proceso bastante sencillo, pero muy cuidadoso en cada etapa. Contacté a los miembros de la editorial para decirles que contaba con material inédito que podría apegarse a la colección de novela corta que comenzaron a publicar en 2013. Poco tiempo después me escribieron para indagar si la historia era autobiográfica. Cuando recibí ese correo electrónico supuse que no les interesaría más como proyecto, por tratarse de una obra de no-ficción, pero me equivoqué. Algunos días después volvieron a escribirme para informarme que la publicarían pronto.
- ¿Por qué publicar tu primera novela con ellos?
Orfa Alarcón y Antonio Ramos, las mentes detrás de 27 editores, cuentan con gran experiencia como escritores y editores, lo cual es bastante inusual. Es más fácil arriesgarte a publicar tu primera novela cuando sabes que gente tan comprometida con la literatura estará cuidándola y apoyándola.
- Hablemos un poco de El uranista. ¿Cómo nace la idea?
La idea nació en 2005, durante mi primer día de trabajo en un despacho de arquitectura, poco después de que me mudé a la ciudad de Los Ángeles. Mientras esperaba a que un técnico le instalara a mi equipo diversos programas de cómputo para dibujar planos y modelos tridimensionales comencé a escribir un borrador del primer capítulo. Me atraía la idea de escribir una novela “peatonal” (gran parte de la historia ocurre mientras el protagonista avanza por las calles de su ciudad), así que decidí intentarlo. Varios años después retomé la idea porque el personaje seguía interesándome. Me gusta dejar pasar tiempo entre el momento cuando se me ocurre una historia y el momento en que decido escribirla, es una manera de convencerme de que en realidad es una historia que vale la pena narrar. Por ejemplo, ahora estoy tomando apuntes para una novela que quiero empezar a escribir a finales de año, aunque la idea se me ocurrió en 2011.
- ¿Quisieras definir con tus palabras qué es un uranista??
Es un vocablo difícil porque sus acepciones han mutado drásticamente. El término se utilizaba para definir un tipo específico de psique sexual, después se le utilizaba para definir a un «tercer sexo» y, finalmente, el vocablo fue tomado por un grupo de pintores y escritores británicos, sobre todo poetas, para indicar la predilección en sus obras por la belleza masculina, no en general, sino joven. Creo que ese es el vínculo más directo con el título de la novela. Pero hoy en día también puede ser utilizado como eufemismo cuando no se quiere decir «pedófilo».
- Pero el personaje principal de tu novela abarca quizá un poco de las tres acepciones que me acabas de dar.
El personaje es inequívocamente homosexual, sí, pero la homosexualidad no es un tercer sexo. No estoy de acuerdo con esa definición. Y no recuerdo a quién se la adjudican, pero me parece un error, aunque también en eso reside la belleza y misterio del vocablo, está hecho en arenas movedizas.
- Parece que hablara de la imposibilidad de inserción, en un mundo veloz y tecnológico, de las generaciones anteriores pero, ¿no habla, quizá, de la imposibilidad de inserción de todo lo otro, lo ajeno a lo normal o a lo que pudieran llamar algunos como normal.
Curioso que menciones lo otro. En algún momento pensé en titular a la novela como La otredad, pero cambié de opinión porque no deseaba destacar ese elemento en el título. En cuanto a lo normal se refiere, es un concepto o etiqueta que no favorezco. Nunca pienso en términos de normalidad porque entonces tendría que pensar en términos de anormalidad y si lo hago yo mismo terminaría encajonado en la segunda categoría, y no me considero anormal, sino menos común. Además, ningún ser humano posee algún tipo de autoridad, ya sea moral, dogmática o social, como para clasificar quiénes son normales y quiénes no. Y sí, el protagonista de la novela, a quien sólo me refiero como el Viejo, es una especie de dinosaurio contemporáneo, un ser que se antoja anacrónico, incapaz de encajar o de encontrar un lugar cómodo en la vida moderna.
- ¿Qué tanto se observa a sí mismo desde los otros el personaje principal?
Todo el tiempo. De ahí proviene la paranoia que lo acosa sin cesar. Siempre se cree juzgado, condenado y maldecido por las inclinaciones tan específicas que gobiernan a su deseo.
- ¿Es la sociedad actual un cúmulo de solitarios ensimismados en su propia red virtual?
Un día podría responder que sí y otro día que no, el problema con ambas respuestas es que sólo son generalizaciones y siempre trato de huir de ellas. No me agrada demonizar las inclinaciones de los demás. Si alguien encuentra gozo en el ensimismamiento virtual, pues adelante. Algo similar sucede con la televisión. Tantos escritores que la condenan a diario, vanagloriándose al decir que ellos no cuentan con un televisor en casa, como si se tratara de un ente negativo, cuando en realidad, al menos en mi opinión, la televisión es en la actualidad el hervidero de ideas más importante y disponible para quienes nos dedicamos al oficio de crear.
- ¿Cuál fue el mayor reto al escribir esta novela?
Crear algo completamente distinto a lo que ya había publicado. Si bien pueden distinguirse ciertos vasos comunicantes entre mis libros, en este momento no pienso en mi escritura como una Obra Total o como piezas de una sola máquina. Hace poco más de una década tuve la oportunidad de visitar aquella retrospectiva tan celebrada del artista alemán Gerhard Richter en el MoMA y, además de haber sido un verdadero agasajo, representó un pináculo en mi proceso creativo porque no parecía tratarse de una exposición individual, sino de una colectiva. La capacidad de reinvención que Richter posee siempre me ha deslumbrado. Me gusta creer que con la escritura de cada uno de mis libros estoy, de alguna manera, reinventándome. Que ninguno se parezca a otro, ese es el reto principal. Aunque, supongo, llegará el momento cuando un conjunto de puentes puedan establecerse entre mis libros, o de telarañas.
- ¿Qué fue lo que más te gustó y lo que menos te gustó?
Lo que más me gustó, quizá, fue la estructura de la novela. Se trata de una espiral elíptica (durante su escritura una de mis obsesiones ajenas a la literatura fue la geometría). Lo que menos me gustó es la cantidad de similitudes que tengo con su protagonista, aunque no comparto con él esa inclinación sexual tan específica que lo gobierna. Uno de los aspectos más angustiantes de la literatura para un escritor es que sus libros se convierten en espejos.
- Si pudieras cambiar algo, ¿qué sería?
Es difícil saber cuándo has terminado de escribir la última versión de una novela, un relato, un poema, un ensayo. Si los editores lo permitieran, los escritores jamás terminaríamos de modificar los textos. Pero llega el momento cuando tienes que dejar que lo escrito escape de la jaula. El uranista está disponible en librerías. Ya no me pertenece. Es de los lectores
- A veces preguntamos a escritores “¿Por qué escribes?”. Quisiera hacerte una pregunta más natural: ¿Por qué lees?
Leo porque es la única manera que conozco para justificar el paso de las horas, para que todo se vuelva un poco más tolerable.
- Autores a los que siempre vuelves.
Franz Kafka, David Foster Wallace, Camilo José Cela, Lydia Davis, Juan José Arreola, Francisco de Quevedo, Jean Baudrillard, Gonzalo Torrente Ballester, Sergio Chejfec, Donald Barthelme, Jean-Paul Sartre.
- ¿Qué estás leyendo ahora?
Everything Ravaged, Everything Burned, una colección de relatos de Wells Tower.
- ¿Tienes proyectos por el momento de los que pudieras hablarnos un poco?
Este año comenzará a publicarse parte de una trilogía en la que he estado trabajando durante algunos años. Se trata de un tríptico autobiográfico compuesto por un libro de prosa poética y dos de narrativa que nació a partir de la idea de destruir a la posibilidad de la autocensura, el peor enemigo de quienes escriben. Para ello me hice una pregunta muy sencilla, ¿qué es lo que no deseo que mis padres sepan sobre mí? Se me ocurrieron tres respuestas y cada una de ellas se convirtió en un libro distinto. Sólo espero que mis padres jamás lean esos tres libros.