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Entrevista a Isabel Ibáñez de la Calle

El proceso de escritura de Los ojos de mi padre fue largo, placentero y doloroso al mismo tiempo. Lloré muchas veces mientras escribía, pensaba en mis propios padres.


Hugo y Lorena Torres IbaMaya deben reconocer el cadáver de su hijo Gerardo, fallecido en un accidente de tránsito. ¿Dónde estaba y con quién la noche en que murió?, es la pregunta que atormenta a Hugo. Los ojos de mi padre es una novela que profundiza en la transformación de las masculinidades en el siglo XXI desde la mirada de un hombre de clase media de cincuenta y nueve años que creció con demasiados criterios y expectativas sobre lo que debería ser. Mientras Lorena vive el duelo sin ningún interés sobre el mundo que la rodea, Hugo se niega a aceptar que no sabe y nunca supo nada de su propio hijo. La urgencia de respuestas lo lleva a inmiscuirse entre sus cosas, hasta descubrir la presencia de una mujer que cambió la vida de su hijo y que cambiará también su destino.

Esta es una historia sobre el descubrimiento de un misterio, sobre un involuntario viaje al interior del alma, sobre la imposibilidad de conocernos los unos a los otros y sobre los lazos que desunen a los padres y a los hijos. Los ojos de mi padre lleva al lector hacia lo que nunca sabremos de la vida de los otros como una elegía y una meditación sobre lo cotidiano.

Cuéntanos un poco de ti, eres narradora mexicana y estás empezando tu carrera literaria en Estados Unidos, ¿cómo surge eso? ¿Por qué la decisión de abrirte camino desde Estados Unidos y no México?

Soy chilanga de pura cepa. Nací en la Ciudad de México y ahí viví la mayor parte de mi vida. Creo que se nota en la novela porque la Ciudad de México y los lugares que yo recorrí durante años son esenciales en la historia. Me conmueve mucho pensar en esos sitios que significaron y significan tanto para mí. Aun así, fueron muchas las razones las que me llevaron a migrar a Estados Unidos y una de ellas fue poder dedicarme más a la escritura. La novela surge en México, sin embargo, en ese entonces tenía que trabajar muchísimas horas como escritora y tallerista para pagar mis cuentas. Me sentía muy frustrada de escribir páginas y páginas y no adelantar mi propia novela. En ese entonces publicaba mucho para revistas y páginas de internet. Incluso me ofrecieron un par de veces ser ghost writer. Rechacé esos trabajos porque necesitaba tiempo, pero sobre todo recursos para escribir.

Encontré el máster en escritura creativa de NYU y apliqué pensando que si me daban una beca tendría un par de años para desarrollar mi novela. Por fortuna me dieron la beca y la posibilidad de enseñar español. Fueron años muy valiosos porque tenía un trabajo estable y más tiempo para escribir. Esa época en Nueva York me abrió el panorama fuera de las fronteras mexicanas. Empecé a sentirme más latinoamericana, me di cuenta de que hay algo muy estimulante de estar con escritoras y escritores con bagajes tan distintos que comparten la misma lengua. Creo que Suburbano es una muy buena muestra de esa diversidad de voces llena de riqueza no solo lingüística y cultural, sino con perspectivas e historias distintas. Me sentí muy nutrida siendo parte de una comunidad latinoamericana y decidí quedarme.

¿De qué manera afecta vivir en un país ajeno en tu escritura? ¿Como te apropias de ese país nuevo? ¿En la vida cotidiana, el lenguaje juega algún rol en esa apropiación?

Para escribir Los ojos de mi padre resultó muy importante vivir en Estados Unidos. Aunque el proyecto en sí se gesta en México, con su lenguaje y su idiosincrasia, tener distancia fue imprescindible para que la escritura fluyera con libertad. Recuerdo mucho estar en la biblioteca de NYU escribiendo y pensando en esas calles de la colonia Roma, el Pedregal o la Santa María la Ribera con nostalgia, pero sobre todo con admiración por esa arquitectura mexicana tan bella que aparece en la novela.

No sé si me he apropiado de este nuevo país en el que vivo, es algo que me atemoriza todavía. En los cinco años que llevo en Estados Unidos, he vivido en dos lugares muy distintos, Austin, Texas y Nueva York. Creo que voy a necesitar más tiempo para digerir estos cambios y tocarlos con la escritura en forma de novela o teatro. En mis notas personales que escribo casi cada mañana, sí que estas nuevas geografías aparecen con mucha fuerza. En términos del lenguaje, vivir con otros latinoamericanos me ha hecho darme cuenta de la riqueza de la jerga mexicana. Y no solo mexicana, sino chilanga (como se les dice a la gente de la Ciudad de México).

Más allá de New York, Chicago y Miami como faros de la literatura en español en Estados Unidos, hay otras ciudades con propuestas muy interesantes y una de ellas es Austin, Texas. ¿Nos podrías comentar, por favor, cómo es está? ¿Cómo explicarías la vida literaria desde allá?

Llevo dos años viviendo en Austin. Me parece una ciudad fascinante en muchos sentidos. Al mismo tiempo, Texas es un estado muy controversial respecto a la migración, el racismo, derechos humanos, derechos reproductivos, entre otros, lo que hace que sus artistas tengan la necesidad de comprometerse más con sus posturas políticas y quieran crear rápidamente. Se nota mucho en los murales callejeros, por ejemplo, y en la música, por supuesto. Los temas que atañen a lxs latinxs se están negociando constantemente y dejan mucho que pensar sobre la realidad tan polarizada de Estados Unidos. Y también, sobre una realidad que se vive en español. Muchos hispanohablantes vivimos aquí.

Como es bien sabido, Austin ha sufrido mucha migración interna por las compañías tecnológicas que se han asentado aquí en los últimos años. La gentrificación se nota muchísimo en algunas zonas del este, por ejemplo, y se ha encarecido mucho. Eso ha implicado mucho desplazamiento de latinxs con menos recursos económicos, pero también trae arte, cultura y diversidad. Quizá uno de los proyectos que más suenan es Hablemos, escritoras, con quien tengo el placer de colaborar. El proyecto nace en Austin. Estuve colaborando con Adriana Pacheco el año pasado en la Feria del Libro de Austin, fue muy interesante ver el interés por la literatura en español. Realmente éramos uno de los estands con más personas. Hay mucha necesidad de encontrar literatura en español en Texas.

Honestamente aún es un terreno que todavía estoy descubriendo, pero me parece que México y Texas son un binomio imposible de separar. La presencia mexicana en Texas es latente. Al mismo tiempo, cada vez me encuentro con más personas salvadoreñas, hondureñas, guatemaltecas, costarricenses y pienso que hay muchísima riqueza en Centroamérica a la que no se le ha puesto suficiente atención. Quisiera conocer más literatura centroamericana y pienso que Austin puede ser tierra fértil para esto.

Cuéntanos sobre el proceso creativo de tu novela Los ojos de mi padre. Es tu primer libro (publicado, al menos). ¿Cómo nace la idea y cómo fue el proceso de escritura?

Desde que era adolescente supe que yo quería escribir. Quizá hay escritores que sienten la urgencia de contar una determinada historia. Mi caso es un poco distinto porque yo tenía la necesidad de escribir así sin más, pero me sentía un poco perdida sobre qué escribir. Había escrito mucho periodismo y tres obras de teatro, pero quería escribir una novela porque soy muy mala cuentista, siempre tengo ganas de desarrollar más los personajes de mis cuentos y acaban siendo muy largos. Mientras experimentaba con la escritura, tuve una pérdida muy dolorosa en mi vida, no una pérdida como la de mi personaje Hugo, pero fue un acontecimiento que me hizo pensar en el desconocimiento de los otros que duermen junto a nosotros, en las segundas vidas que llevamos y llevan nuestros seres queridos. Cuando perdemos algo, la búsqueda no reside en encontrar eso que perdimos, sino en reencontrarnos a nosotros mismos.

Empecé a escribir sobre esa experiencia en mis notas personales y se me venía a la mente el padre de un compañero de la universidad. Mi compañero murió a los 21 años de un accidente de coche y su papá nos visitaba en la universidad porque quería saber cosas de su hijo. Me partía el alma y en cuanto lo veía, me escondía en el baño. Yo no quería hablar con él. Envidiaba a mis compañeras y compañeros que le enseñaban con entereza ese mundo de su hijo que al que no tenía acceso y no debería haber tenido acceso porque era la vida privada de su hijo. Esa imagen nunca me abandonó y la historia se acabó desarrollando en mi corazón. El padre de mi compañero de la universidad fue la ficha de dominó, porque el resto de la historia la fui encontrando conforme fui escribiendo, es una historia totalmente ficticia. Puedo decir que fue un proceso de ensayo y error.

El proceso de escritura fue largo, placentero y doloroso al mismo tiempo. Fue doloroso porque la historia en sí es muy fuerte. La muerte de un ser querido, de un hijo y lo perdido que se siente mi personaje. Lloré muchas veces mientras escribía, pensaba en mis propios padres. Fue un proceso meticuloso, intenté que cada personaje y detalle hiciera sentido y nada sobrara. Eso me llevó mucho tiempo de repensar qué quería y cómo quería contarlo. Y fue un proceso doloroso porque borré muchas cosas y tuve que dejarlas ir. Hace poco escuché a la escritora Laia Jufresa decir que borrar también es escribir, y me sentí un poco reconciliada con todas esas páginas que dejé atrás.

También fue un proceso duro porque rompí mi idea romántica del escritor solitario. Tallerear con otrxs escritorxs me hizo entender que la escritura es mucho más colectiva de lo que se piensa, aunque al mismo tiempo sea muy solitaria. Es una paradoja. Trabajar los textos en talleres ayuda muchísimo, pero al mismo tiempo, una debe recordar lo que quiere y cómo quiere decirlo. Que otrxs vean el proceso es un arma de doble filo, pero creo que vale la pena.

La prosa rompe con todos los conceptos de la sintaxis y la gramática. ¿Cómo surge eso? ¿Desde el primer momento la concebiste así?

La pregunta me gusta porque la respuesta es sí y no. Desde un primer momento supe que la primera persona singular “yo” era casi imposible porque estaba escribiendo sobre una herida abriéndose, no una herida que se mira desde el pasado. La tercera persona no me funcionaba porque había una distancia que no me permitía contar lo que quería contar. He investigado mucho sobre la escritura como medio de sanación y me he dado cuenta de que cuando usamos el tú para referirnos a nostros mismos, es cuando somo más duros. Sabemos que los terapeutas recomiendan usar el yo en vez del tú porque el tú es acusador. Ese tú que castiga es con el que pensé mi personaje se estaba relacionando, y así surgió ese narrador en segunda persona. He visto que técnicamente le llaman segunda persona autoreferencial, pero tampoco lo pensé tan técnicamente, quería ser libre para contar y no quería restringirme a una técnica. Para mí es un narrador que está sufriendo mucho.

Romper con la sintaxis es algo que fue creciendo con la novela y pienso que se nota, porque se hace más radical conforme el dolor del personaje avanza y conforme se va transformando. Siempre me gustó mucho el estilo telegráfico de escritores como James Ellroy, fue una buena inspiración para escribir con frases cortas e incluso para cortar las frases. Quise reflejar con el lenguaje la propia transformación de mi personaje. Para Hugo es imposible explicar su mundo, el lenguaje no le alcanza. No fue algo tan deliberado al principio, pero conforme fui escribiendo me percaté del poder de usar al lenguaje como la propia herramienta de ruptura. En otras palabras, Hugo es un personaje totalmente quebrado y el lenguaje me permitió expresar esa ruptura rompiendo con su propia forma.

¿Más allá del enrome reto que asumiste con la prosa, qué crees que haya sido lo más duro o complejo antes de tomar la decisión de ponerle el punto final a tu primera novela?

En los muchos cursos de escritura terapéutica que he tenido el privilegio de guiar, me he dado cuenta de que hay dolores que nunca terminan, solo se transforman. No solo la pérdida de un hijo, sino mucho otros también. Hay muchas historias de personajes que terminan dejándolo todo, esos personajes siempre me cautivaron, desde la ficción y la no ficción. Recuerdo el personaje de Mrs. Brown en la novela Las horas de Michael Cunningham. Ella se siente tan pérdida y tiene tanto dolor que acaba dejándolo todo, incluso a su propio hijo. Yo tengo mucha curiosidad e incluso admiración por esas personas que son capaces de dejar todo atrás y que son duramente juzgadas por la sociedad, sobre todo si son padres o madres. No es que esté de acuerdo con el abandono, por supuesto, pero la idea me resulta tentadora. La tentación de dejarlo todo es algo que mi personaje Hugo tiene en su pasado y no se atreve, y ese también es parte de su dolor, porque es algo que su propio padre sí se atreve a hacer. Los seres humanos somos complejos y el dolor no solo viene de un lugar, sino de varios. Cuando mi personaje principal realiza ese viaje hacia una hermosísima playa en el sur de México, quería dejar ese sentido de libertad y de culpa.

¿En qué proyecto o proyectos te encuentras trabajando actualmente?

Estoy trabajando en una novela muy distinta a Los ojos de mi padre. Llevo un par de años trabajando en ella. En este caso, la narración la he construido desde un yo femenino de 35 años que mira ciertos acontecimientos de su vida a los 15 años. La novela brinca del presente al pasado constantemente. Es una historia de cómo los fantasmas nos van persiguiendo. Es un reto porque es como escribir dos historias a la vez. A mi personaje le suceden muchas cosas en su presente que va explicando a través de la exploración de su pasado. El manejo de los tiempos verbales ha sido uno de los principales retos.

También estoy trabajando la escritura académica en mi doctorado en la Universidad de Texas en Austin. Ha sido interesante descubrir que puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo, escribir ficción y ensayos académicos. Pensé que era algo imposible, es un gran reto, pero ahí voy. Me alegra poder hacer ambas cosas.


Isabel Ibáñez de la Calle nació en la Ciudad de México en 1984. Actualmente vive en la ciudad de Austin, Texas, donde estudia el doctorado de Literatura y Cultura en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Texas. Cursó la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad de Nueva York (NYU), donde también impartió clases de español como segunda lengua. Escribe novela, teatro, no ficción y crónica. Durante diez años se desempeñó como periodista y editora de revistas. Escribió sobre viajes, gastronomía, artes escénicas, teatro, arquitectura, arte contemporáneo y literatura para la revista Gatopardo, revista Esquire, el periódico El Universal, entre otros medios. Ha impartido cursos de escritura en la Universidad del Claustro de Sor Juana y en Casa Lamm, en México. Desde 2016 echó andar el proyecto #LeerParaCambiar y #EscribirParaCambiar, una comunidad donde las personas encuentran un camino de liberación y sanación a través de la literatura. Publicó su primera novela Los ojos de mi padre con Suburbano Ediciones en verano de 2023 con la que gabó el Roy Crane Award for Outstanding Achievement in Liberal Arts otorgado por la Universidad de Austin.

 

 

 

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