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Entrevista a Geyser Dacosta: Facebook era una esquina

¿Emigrar afecta la temática de los escritores? ¿Cómo escribir y asimilarse a «la nueva vida» ? 

Partiendo de estos cuestionamientos, el escritor venezolano Geyser Dacosta comenta cómo encara a la literatura desde su condición de inmigrante. Dacosta dejó Venezuela hace quince años, y desde entonces ha vivido en Miami y Canadá.

¿Los temas de tu narrativa se han modificado a lo largo de los años por influencia del país donde vives?

Ciertamente. El tema de una obra, señaló un escritor recién separado y muy famoso, es el único principio de creación que no se elige, como si fuese una cuestión de circunstancias personales y este nos abordara hasta hacer de uno en lugar de obrero, el gran pasivo de la obra. Yo creo en esto. Al menos en una primera etapa. Yo sé, por ejemplo, que seré menos auténtico si escribo sobre una Caracas actual pues no la conozco, y no la conozco ya que me fui de ella hace 15 años. Entonces, ¿Cuáles terminaron siendo mis temas? Lo que antes no me interesaba: orfandad lingüística, los mendigos, la carencia de sol, el desplazamiento, pero sobre todo la observancia (¿nostálgica?) con cierto desprendimiento de mi propia cultura, todo esto sumado al amor, a la muerte y a la identidad que son, después de todo, los temas de siempre.

¿El hecho de emigrar te ha hecho ganar tiempo para dedicarte a la escritura o al contrario?

Más que tiempo, organización. Aprendo cierta sumisión al horario ya viviendo en Los Estados Unidos, pero sobre todo en Canadá, cuando en 2008 llegué con mujer, hija pequeña y al mismo tiempo debía estudiar francés unas veinte horas semanales y dedicar otras cuarenta a trabajos alimenticios. En situaciones similares, si no te organizas, terminas por ofrecerle mendrugos a tu vocación, o peor, desistes y dejas de escribir.

De haberte quedado en tu país, ¿seguirías escribiendo?

Yo me parezco mucho a los futbolistas de mi país: todos sueñan con jugar en el exterior. Por ello esa otredad mía en Caracas haciendo vida literaria o no, la veo fatalmente gaseosa, como si desde chamo hubiera en mí, más que afán, una curiosidad innata por adaptarme a otras culturas. Yo creo que me fui de Venezuela sin ninguna vocación de letras, pues creo, por una cuestión lingüística, que de haberlo tenido claro hubiese elegido España o México como norte literario. Llegué a Miami por otra sed, por otras inquietudes, pero que hoy me cuesta precisar.

 ¿Te relacionas con otros escritores latinos en la ciudad en que vives? ¿Cómo son los lazos que se crean cuando estás lejos de casa?

A la primera pregunta: no. A la segunda: tampoco. Es decir, supongo que hay escritores latinos haciendo cosas interesantes por acá, pero lejos de la temperatura social del artista (misántropo, extrovertido), Canadá, por su gigantismo y carácter extremadamente individual, no acucia la amistad; y la literaria, y la escrita en nuestro idioma, menos. Además, Venezuela, como creo que sucede en la gran mayoría de las sociedades de habla hispana, vive sincronizada a un mismo horario; falsamente uno percibe que todo el país se libera a las 6 de la tarde y el fin de semana, y esto colabora con cualquier tipo de encuentro. Acá, esto es casi imposible. Los inmigrantes tenemos, (salvo grandes excepciones) horarios laborales hoy de banqueros y mañana de vigilantes nocturnos, impidiendo muchas veces que hasta en casa, este se cruce con el otro durante días. Si esto en el plano familiar ya es complicado, imagínese el pedregal que se atraviesa a la hora de «cuadrar» birras con algunos hermanos de letra.

Con respecto a la segunda pregunta, yo idealizaré siempre esa nostalgia donde Facebook era una esquina, cualquiera, y varios amigos y conocidos compartían, face-to-face, todo cuanto hoy se comparte en las redes. Y aunque parezca que todo eso se ha trasladado al mundo virtual, yo sigo sin aprender bien esa invención de hablar sin verse, y de estar sin verse, en todas partes, en todo momento, como un inmortal. Mis cercanos lo saben, por ello me aceptan uno que otro correo o texto esporádico a condición de ponernos al día en cuanto se pueda.

Cuando te encuentras en un país extraño intentando desempeñar una tarea creativa, es fácil caer en cierta sensación de encontrarse extraviado. ¿A qué mapa/brújula/GPS recurriste para evitar esa sensación y sacar tu obra adelante?

Respondo con un Twitter de Joyce Carol Oates: «Bienaventurados los escritores mayores de cuarenta y cinco años, pues en sus primeras tentativas de escritura no lidiaron con las distracciones de esta era.” Supongamos que en inglés todo eso entra en 140 caracteres. Supongamos también que tiene razón. Tú eres tu peor distracción, y sentarse a escribir, lo que sea, hoy en día, es sobre todo vencer la resistencia de no hacerlo, pues se imponen o cosas más importantes, o más entretenidas. Por ello, una de las pequeñas astucias que intenté en Los Hijos de Israel fue la de programar mi tiempo de escritura. Si aprendí a obedecer horarios como una máquina, por qué no aplicar dicha esclavitud a la consecución de aquello que me hizo (hace) feliz.

Como escritor y como emigrado, ¿qué cosas facilitan tu profesión y qué cosas la dificultan?

La simbiosis entre el escritor y el emigrado es siempre positiva. En mi caso, los idiomas que aprendí, las lecturas de autores impronunciables, la invisibilidad de mis amigos y sobre todo, el doloroso ejercicio de crear infancia en cosas como el invierno de -30, todo, todo eso deviene material de reflexión. Considero a su vez Montreal perfecta para la escritura, pues tiende a ser una isla que solo distrae en periodos de sol, esto es, entre julio y agosto. De modo que si eres un individuo sin cultura polar como yo, (detesto esquiar, o hacer muñequitos de nieve) durante los meses blancos invernarás, o bien leyendo o escribiendo encerrado en un café, o en las bibliotecas, o en tu hogar. Para un escritor, tanto encerramiento, créame, asiste muy bien con en el avance de cualquier obra, quiéralo o no.

Los Hijos de Israel es tu más reciente publicación. Háblanos un poco de ella: cómo surge, cuánto tiempo trabajaste en los textos, qué criterios utilizaste para seleccionarlos

Como puede intuirse, el título es una metáfora. Quise apropiarme de la imagen del éxodo liderado por Moisés en el periodo en que los israelitas vivían oprimidos por el yugo egipcio, pues todos los inmigrantes repetimos, como hijos, esta masiva trashumancia bíblica. Es decir, todos, si no huimos del tormento (crisis política, climática o social) exploramos alternativas que nos concedan la libertad económica. Y esto fue Canaán para los israelitas: tierra prometida, «tierra donde abunda la leche y la miel.» En esta línea de ideas, en el caso de los inmigrantes de la gran América y sobre todo quienes decidieron quedarse ilegal como yo, la metáfora del título se aplica cabalmente, ya que si alguna paradoja interesa de aquel milenario periplo quizá sea el hecho de que tan solo 2 hombres (Josué y Caleb) de los 600 mil que inicialmente partieron, llegaron por fin a la tierra prometida. El resto, incluso Moisés, al trasgredir la palabra de Dios (ley migratoria para nosotros) fueron (fuimos) condenados a deambular durante 40 años un trayecto que duraría tan solo 40 días. Entonces, Los Hijos de Israel: nueve historias que son también un testimonio de una travesía migratoria, que por aproximación se ambienta en Miami, pero que pudo ser otra ciudad, otro país. A través de esta ficción quise orquestar mis propios años de amor y asfixia de cuando era «feliz e indocumentado» con otras voces, voces de amigos, buenos amigos, que aún deambulan entre los cactus y la sed, y que intentan, en medio de ese abismo que significa «existir» cuando no hay derecho, alguna forma, algún tipo de dignidad.

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Geyser Dacosta (Caracas, 1980) fue finalista del certamen poético Alfonsina Storni (Calgary, 2009) y el mismo año galardonado con el premio de autores inéditos de Monte Ávila Editores, mención narrativa, por su obra Los Hijos de Israel. Sus textos y algunas críticas sobre su poesía aparecen en diversas revistas literarias (entre otras: Alba Volante, Almiar, Qantati, Ágora; papeles dramáticos). Vive en Montreal.

Lee Simona lloraba conmigo (uno de los 9 cuentos de Los Hijos de Israel)

Ordena Los Hijos de Israel aquí

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