Tras una arraigada prolongación de años tradicionalistas, un tanto abruptos muchas veces, la lingüística decidió hacerse un camino un tanto menos complicado que, sin embargo, pudo terminar por complicar aún más a sus antecesores.
El inicio con la gramática tradicional se constituyó como una normatividad que obligaba a aplaudir y aceptar. Y callarse también. De esta manera, la gramática se constituía como un arte que consistía en hablar y escribir correctamente. Tarea difícil, por cierto, pues escribir correctamente se convertiría en una utopía, incluso hasta ahora.
Entonces, la gramática estructural con el suizo Ferdinand de Saussure al frente, se erigió como una alternativa más compacta para la época, allá por los inicios decimonónicos. Se trataba, al final de cuentas, de una forma de estructurar y hacer más sistemática la gramática. Toda una novedad.
Frente a una gramática tradicional prescriptiva, pedagógica, pero lejos de los alcances científicos, la estructural aparece como una gramática que describe – y lo hace muy bien y de forma muy rigurosa – y clasifica. Su clasificación de los hechos lingüísticos les valió para ganarse el apelativos de taxonomistas. Pero Saussure no pensaría –o quizás sí– que su tan afamada gramática se quedaría en ese nivel, sin dar el paso a la explicación ni mucho menos a la predicción. Ese fue su gran error.
A los estructuralistas les faltó plantear hipótesis explicativas. Su insuficiencia quedó puesta sobre el tapete por un norteamericano llamado Noam Chomsky que aparecía en la segunda mitad del siglo XXI con Estructuras sintácticas, basada en su tesis doctoral Estructura lógica de la teoría lingüística. Esto revolucionó los aspectos de la gramática y se dio un giro que, claro estaba, iba a ser difícil de aceptar.
Durante la época anterior, se creyó que ciegamente la adquisición del lenguaje se producía por medio del aprendizaje y de la asociación. Con Chomsky, estas ideas quedaron descartadas. Él plantearía la existencia de un dispositivo cerebral innato que permitiría aprender y aprehender el lenguaje de forma natural. Para Chomsky, el niño abstrae reglas y a partir de esas reglas puede elaborar más de ellas y un número infinito de oraciones.
La llamada gramática generativa de Chomsky resultó todo un boom –no solo por el hecho novedoso, sino también, y sobre todo, por lo explosivo– para lo que hasta ese entonces significaba la gramática estructuralista y su plataforma, la psicología conductista. Entonces Chomsky se convertiría en un ícono de la revolución gramatical: se había desplazado una gramática estructural que había imperado durante tanto tiempo.
A diferencia de sus antecesores, Chomsky fijó con criterios claros y rigurosos el campo para el estudio científico del lenguaje en toda su complejidad. La gramática generativa –como la llamó–, con todo esto, sí llegó a la predicción de hechos, a diferencia de la mera descripción saussureana de antes.
La aparición de Chomsky en el ámbito lingüístico no hizo más que afirmar aquella frase que sentencia que “las verdades de hoy serán las mentiras del mañana”. Quizá no una mentira, en exceso o intencional, pero en buena medida una distorsión de la verdad considerada absoluta desde siempre.