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Encuentro con Anuar Jalife, un moralista desde la acidez

Anuar Jalife puede ver la literatura desde diversos frentes: como autor, como académico, como escritor oriundo de la Ciudad de México, como editor forjado en proyectos desde la provincia mexicana. Su vena de ensayista se decanta también en la narrativa con una acidez tan aguda como reflexiva, por lo que se vuelve una de las voces jóvenes más interesantes en el actual panorama de las letras nacionales.

Alejado de la farándula literaria, su labor hasta el momento ha dado muestra de una lucidez reconocida tanto local, como internacionalmente, con la publicación de El veneno y su antídoto. La curiosidad y la crítica en la revista Ulises (1927-1928) (El Colegio de San Luis, México, 2014) y Elogio del tedio, encomio del viaje. Ensayo sobre literatura mexicana 1920-1930 (Renacimiento, España, 2016), en coautoría con Juan Pascual Gay, así como del libro colectivo Camera nocturna. Ensayos sobre Salvador Elizondo (Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2013).

Con esta visión amplísima, el también Premio Regional de Literatura Infantil 2015, becario del Programa de Estímulos a la Creación Artística del estado de Guanajuato 2013 y Doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de San Luis, responde desde el mítico Cuévano a las preguntas de Suburbano Ediciones.

XG: Al nacer y crecer hasta tu adolescencia en la Ciudad de México y luego haberte avecindado en Guanajuato y San Luis Potosí, dos ciudades tradicionalistas mexicanas, y pensando el centralismo que se ha impuesto en el país desde su nacimiento, ¿tú consideras que hay aún una diferencia entre ser escritor de provincia y escritor del DF?

AJ: La Ciudad de México sigue siendo el centro de la cultura en México. Podría decir que si uno tiene la primaria terminada y pisa su suelo por arte de magia se vuelve uno poeta o tuitero. Es algo realmente maravilloso. Aunque creo que las distancias se han acortado y que muchos de los mejores escritores contemporáneos escriben desde la provincia.

XG: Has colaborado en revistas culturales como Tierra Adentro, Este País, Confabulario, Luna Zeta, en las que se demuestra que tu obra de creación se divide dos: una ensayística y otra de narrativa. Pero en lo que conozco, las dos se nutren de un humor ácido y una propensión al fracaso por parte de tus personajes e historias, ¿son tus dos asideros?, ¿cómo consideras y trabajas estos tópicos en tu obra?

AJ: Me considero una persona profundamente pesimista —acaso como vacuna contra la realidad— y eso se refleja en lo que escribo. Creo que el humor posee siempre una dosis de escepticismo y desencanto; si algo nos resulta gracioso es porque traiciona nuestras expectativas de cómo deben ser las cosas. En lo particular, creo que el humor es un asidero indispensable porque vivimos en un mundo de simulacros, de simulaciones, de mentiras grotescas, que la risa es capaz de desnudar. En el fondo un humorista es un moralista: yo, por ejemplo, no puedo pasar más de dos minutos viendo la televisión o caminando por la calle o escuchando a las personas platicar sin pensar “este mundo sí que está jodido”. Y desde esa postura de superioridad moral a uno le quedan dos alternativas: salir a gritar consignas o tratar de reírse de uno mismo.

XG: Llevas a cabo trabajo de promoción cultural por tu puesto como coordinador de la Compañía de Artes de la Universidad de Guanajuato. ¿Cuál crees que sea la función de la cultura en general y la literatura en particular en un país desangrado como México?, y en ese sentido, tú como creador e investigador literario ¿cómo te ubicas ante la realidad?

AJ: No estoy seguro de cuál sea la función social de la cultura o la literatura. Pienso como dice el famoso grabado de Goya que “el sueño de la razón produce monstruos” y que ni la educación, ni la cultura, ni el arte nos pueden “salvar” de la violencia, la injusticia, la corrupción. En todo caso haría falta otro tipo de ilustración, una más íntima, concentrada en nuestra primera infancia, una suerte de educación sentimental, moral, afectiva, que nos permitiera ser menos terribles como humanos, pero esto es más bien una utopía casi mística. De lo que sí estoy seguro es que la ignorancia nos suele conducir a errores, sufrimientos y crueldades gratuitos, y en ese sentido la cultura, en especial las artes y las humanidades, puede ofrecernos alternativas frente a la barbarie.

En consecuencia, como creador o investigador, procuro trabajar con la mayor libertad y honestidad posibles. ¿Qué significa eso? Que no trato de subordinar mi propia curiosidad, mis propias opiniones a una teoría, un discurso o un tema de moda, que es como parece funcionar la academia y “intelectualidad” mexicana. Por ejemplo, el otro día me llegó un cuestionario del Conacyt sobre las investigaciones que se desarrollan en México y una sección completa de la encuesta estaba dirigida a saber si la investigación incluía perspectiva de género y de qué modo lo hacía. Me parece muy bien que existan investigaciones con este enfoque pero no veo por qué el Conacyt supone que todas las investigaciones deberían tenerlo o por qué no incluye, en todo caso, secciones para saber si hay perspectivas historiográficas, hermenéuticas, alquímicas, etc. Creo que uno tiene que en el campo de las humanidades —donde es inevitable involucrarse con su objeto de estudio— lo mejor es ser honesto con uno mismo y evitar oportunismos, aunque eso hoy en día parezca pasado de moda.

XG: En el mismo enfoque, recomiéndanos tres escritores actuales mexicanos que creas imprescindibles leer.

AJ: Enrique Serna, Luis Humberto Crosthwaite y Julián Herbert.

XB: Señalas buenas plumas con quien has compartido charlas y vino. En esa línea, en México la relación entre la vida y el alcohol es íntima, creo que como en ningún otro pueblo latinoamericano. Esa misma relación se da entre escritores y cantinas. Tú eres un buen bebedor, ¿cómo percibes esa relación? ¿Se da dentro o fuera del papel?

AJ: Creo que durante mucho tiempo fue eso, una relación íntima la que hubo entre la escritura, el alcohol y sus espacios compartidos. Sin embargo, como sabemos, las generaciones literarias tienen sus temples y hay algunas apolíneas y otras dionisiacas. Yo estoy confundido con mi generación. Hace algunos años hubiera dicho, sin dudar, que era una generación bebedora; pero en el último encuentro de escritores jóvenes que estuve me topé con gente muy rara que actuaba como idiota sin la necesidad de beber; yo creo que los más jóvenes cambiaron el trago por las drogas y eso es ya una escisión generacional. No sé, tal vez en la Ciudad de México la cantina siga siendo un espacio donde se dan cita distintos gremios, pero en provincia son lugares cada vez más marginales y decadentes, que para mí no está mal pero no suelen congregar a muchos escritores que digamos.

XG: ¿Si pudieras elegir con quién echarte unos tragos a qué escritor, vivo o muerto, invitarías?

AJ: Si pudiera tomarme un último trago sería con mi amigo Luis Alberto Arellano, con él me gustaría sentarme nuevamente a la mesa.

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