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El último deseo de Vallejo

Cesar-vallejo-niza-1929Georgette se acercó al médico, preocupada ante el inminente fin. “Veo que este hombre se muere, pero no sé de qué”, le habría dicho el Dr. Lemière. La Clínica del Boulevard Arago se tiñe de gris, aquel lugar donde había llegado muy enfermo a los días de caer enfermo el 13 de marzo de 1938. Casi un mes después, Vallejo murió la mañana del viernes 15 de abril, a las 9:20 a. m., y al recordarlo, Georgette se confiesa: “cuando él murió, estuve ciega durante cuatro horas. Estuve loca”.

Tras este suceso, le cede su tumba en Montrouge, en el nicho de la familia Phillipart.

Veinte años después, el Estado procuró la repatriación del cuerpo de Vallejo. El 5 de diciembre de 1958, ante la posibilidad del retorno del poeta a su tierra natal, Georgette fue radical: “yo, Georgette Philippart, viuda de César Vallejo, me opongo formalmente, bajo cualquier pretexto que sea, a la apertura de la fosa donde reposan los restos de mi esposo, Sr. César Vallejo. Esta tumba me pertenece y nadie puede abrirla en mi ausencia y sin mi autorización”. El carácter visceral de Georgette se amparaba en un último deseo que su esposo le habría pedido: ser enterrado en París, en el cementerio de Montparnasse. Ante eso ya nada se pudo hacer para ir en contra del pedido de Vallejo, según Georgertte. Y es que en Montparnasse sus restos estarían al lado de otros grandes como Charles Baudelaire, Guy de Maupassant, y los importantes poetas que vendrían después.

Por ello, el 3 de abril de 1970, a pedido de Georgette se trasladaron los restos de Vallejo desde el cementerio de Montrouge al de Montparnasse (en la 12.a división, 4.a línea del norte, n.º 7). Hecho esto, Georgette firmó en la tumba el epitafio: “he nevado tanto, para que duermas”, y con esto cumplía el deseo de su esposo que, según manifestaba, tanto había exigido y por ello, tanto le había costado conseguir.

Sin embargo, hoy, 44 años después, una noticia cambia el panorama que hasta ahora creíamos indiscutible. En Perú ha llamado mucho la atención unos cablegramas de la época que se han dado a conocer por indagación de Reynaldo Naranjo, poeta e investigador de la obra de Vallejo. Naranjo logró conseguir estos documentos con el apoyo de Wagner de Reyna, embajador ante la UNESCO, y del cónsul Roberto Vizcarra, quien le dio acceso a una serie de archivos de la misma embajada en Francia. De esta manera, para su investigación emprendió la búsqueda de aquellos textos de 1938 hasta encontrar los cablegramas que se enviaron a Lima y también los que se recibieron en Francia.

De la investigación de Naranjo se rescatan tres cablegramas fundamentales:

El 21 de marzo de 1938, cuando Vallejo está enfermo, se envía a Lima:

“Dr. Arias Shereiber, pídeme trasmitir ministro de justicia siguiente cablegrama: César Vallejo hállase muy gravemente enfermo indispensable llevarlo a clínica. Ruégote obtener gobierno auxilios urgentes”.

El 25 de marzo de 1938, ante la gravedad de la enfermedad del poeta, se indica:

“Para Ministro Arias Shereiber. Atención Vallejo exige un mes de clínica. Mínimo ciento cincuenta francos diarios”.

El 15 de abril de 1938, a la muerte de Vallejo, se revela:

“Vallejo murió hoy nueve mañana. Clínica asistencia y entierro representan aproximadamente veinticinco mil francos que ruégole enviar cablegráficamente. Último deseo Vallejo fue ser enterrado en el Perú”.

Dos aspectos importantes sobre ello. Primero, los textos y la posterior indagación desbaratarían la idea de que el Estado peruano dejó en el abandono a Vallejo, pues se comprobó que se hizo efectivo el envío de los 25000 francos solicitados. Esto validado en un documento encontrado en la casa de Raúl Porras Barrenechea, en Francia, donde se detalla todos los gastos que cubrió el Estado ante el pedido por la enfermedad y la posterior muerte de vallejo: pagos a médicos, a clínicas, entierro, flores, apoyo a Georgette, entre otros.

El segundo punto es el que motiva este artículo. El último deseo de Vallejo habría sido ser enterrado en el Perú, según el último cablegrama. De ser así, las palabras de Georgette sobre el destino final de su esposo querían en discusión. Y entonces la historia cambia, y cambia también la visión de lo que ocurriría después de este suceso. La imagen de Georgette Philippart también cambiaría. El amor de Vallejo por su tierra quedó demostrado para siempre y este mensaje final antes de morir así lo confirma.

Ante esto, debemos tener en cuenta que la repatriación de Vallejo es un hecho que ya se ha discutido en el pasado. Y los resultados no han sido muy alentadores. Las condiciones que ofrece el Perú no son las mejores. Se trata de un país que carece de un lugar adecuado para guardar los restos de un poeta universal como Vallejo. Montparnasse, en cambio, sí tiene todas las condiciones que se necesitan. Fuera del sentimiento patriótico y nostálgico, Lima, Santiago de Chuco u otro lugar en Perú no resultarían idóneos para el nuevo descanso del poeta. Y todo esto, sin añadir el apoyo y la difusión a la cultura que tanto necesita el país en la actualidad.

La familia de Vallejo se pronunciará y el Estado actuará. Sin embargo, Vallejo y su literatura trascienden eso. Su importancia va más allá de frías discusiones. Los poetas deben ser enterrados donde se les rinda homenaje y no donde el olvido y la indiferencia se apropie de ellos. Es verdad. Hoy, en Francia, la tumba de Vallejo está llena de flores siempre. Alguien lo visita cada día y las romerías y homenajes se hacen constantes. Eso es lo gratificante de la universalidad. Lo demás resulta una cuestión burocrática y de antojo familiar si el cuerpo va a donde ellos quieran que vaya. Así como ocurrió con otros tantos poetas que fallecieron lejos de su país y fueron repatriados a su tierra natal, o casos muy particulares como el de Carlos Fuentes que habiendo muerto en México, sus restos fueron llevados a París porque sus hijos estaban en Francia.

Vallejo murió en París y quizá no importe mucho si su cuerpo se queda en Francia o retorna al Perú. Su literatura y su vida de constancia y superación son más que eso. Los poetas tienen una ventaja: cuando mueren, siguen viviendo en la eternidad de sus libros y en la memoria de sus lectores.

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