Cuando digo que nunca le van a faltar argumentos a la novela negra no estoy diciendo otra cosa que una obviedad. La novela negra ha existido siempre, desde el libro sagrado, La Biblia, que recoge el primer asesinato de la humanidad. Y desde entonces el hombre ha matado a sus semejantes de muy diversas maneras, haciendo gala de una cierta sofisticación o de una absoluta barbarie.
Los viajes siempre me resultan instructivos. De ellos saco muchas ideas que luego cristalizan, o no, en obras literarias. En mi reciente viaje de un mes por Centroeuropa, completando la lista de países que desconocía, la casualidad me ha llevado hasta Croacia, territorio de hermosos paisajes y ciudades sencillamente extraordinarias, pero no se me ha escapado que estaba en los Balcanes con toda esa aura terrible que la palabra conlleva hasta el punto de ser aceptada por todos el sustantivo balcanización como desastre político que conlleva una cruenta matanza. Me ha llamado la atención de Croacia que, pese a ser un país blanco (no he visto árabes por sus calles, y menos subsaharianos) el problema de la emigración, que no tienen, forma parte de su discurso político, más desde la crisis de los refugiados sirios en tránsito hacia Alemania. Ver el Mein Kampf junto a libros del fascista ustacha Ante Pavelic, más un número excesivo de cabezas rapadas por las calles de algunas de sus ciudades, ha sido la nota oscura de este viaje. La católica Croacia apoyó a la nazi Alemania en la Segunda Guerra Mundial y sanguinarios verdugos ustachas cometieron las más espantosas crueldades sobre los prisioneros serbios. Si los nazis utilizaron para el exterminio sistemático el gas Zyklon, los fascistas croatas degollaban a cuchillo a sus víctimas. El horror al que hacía referencia Josep Conrad en su magistral El corazón en las tinieblas, uno de mis libros de cabecera.
El terror acaba de golpear de forma certera el corazón de Europa, París, y una de sus excolonias en África, Mali, con el asalto de un hotel de lujo en la ciudad de Bamako. ISIS y Al Qaeda se han atribuido estas dos acciones terroristas que tienen por objetivo paralizar a la sociedad francesa y parecen estar teniendo la iniciativa en la administración del terror que busca, precisamente, socavar los valores europeos y que se implementen medidas que coarten la libertad de las personas. Con sus acciones, y las que vendrán, las organizaciones terroristas yihadistas están consiguiendo que se restrinjan las libertades de los europeos en aras de su seguridad, y en estos momentos de shock la ciudadanía acepta ese recorte de libertades como hicieron los norteamericanos tras el 11S, pero no los españoles después del 11M.
Lo que persiguen los terroristas que están golpeando a Francia por su implicación en Mali, en donde fue determinante para la derrota de las facciones de Al Qaeda que amenazaban con hacerse con el control de ese país africano, y los bombardeos en Siria, es volver al tolerante pueblo francés contra sus musulmanes, y es algo que quizá consigan si, como vaticinan las encuestas, el Frente Nacional dirigido por Marine Le Pen se hace con la presidencia de la nación en los próximos comicios presidenciales.
No existe una estrategia clara contra el terrorismo y, sobre todo, no ha habido una prevención y se ha permitido que se instale como un caballo de Troya en los banlieues franceses, esos guetos peligrosos en donde la policía no entra y reina la ley de la selva como muestran películas realistas que nos llegan del país vecino y hablan de este fenómeno. Francia integró a las primeras generaciones que llegaron a suelo galo de sus excolonias, principalmente colaboracionistas, pero ha descuidado las segundas y las terceras generaciones que se sienten excluidas social y económicamente y son el río en dónde pesca el radicalismo islamista. La izquierda, inexplicablemente, no ha sabido canalizar esa rabia social de los desheredados y se ha dejado ganar la partida por movimientos teocráticos totalitarios y fascistas que asesinan en nombre de Alá.
Me temo que las medidas militares implementadas no van a dar mucho resultado, más allá de saciar un afán de venganza, porque las bombas arrojadas desde aviones no distinguen terroristas de civiles, y todos los estrategas militares saben que una guerra, si estamos hablando de guerra contra ISIS, no se gana sólo desde el aire. Una caótica política internacional ha permitido que ISIS, que nace de la rama iraquí de Al Qaeda, haya ganado territorio en tres países fallidos (Irak, Libia y Siria) y que su propaganda, con secuencias snufs de sus brutales ejecuciones, haya servido de banderín de enganche a los desarraigados de los banlieues, los lumpemproletariados que ven en el Islam y su paraíso una salida a sus frustraciones y una forma de encauzar su rabia a Occidente.
ISIS, como Al Qaeda, son monstruos fruto de las torpes acciones de Occidente en Oriente Próximo, creaciones que, una vez puestas en marcha, son muy difíciles de controlar. Estamos hablando de ejércitos terroristas de unos cuantos miles de fanáticos luchadores que no aprecian su propia vida y menos la del oponente, y de una complejidad de factores sobre el terreno que hay que analizar, porque lo que se está produciendo en la zona es un combate feroz entre sunitas y chiitas, estos últimos apoyados por Irán y Líbano, que también ha recibido el zarpazo del terrorismo de ISIS, y los irreductibles kurdos, perseguidos por todos los países de la zona, que son los que están combatiendo de forma más eficaz al llamado Estado Islámico. Más que persistir en esa política de bombardeos, Occidente debería apostar por armar con todo el arsenal posible a los kurdos, pero eso supone enfrentarse a Turquía. La situación se ha vuelto más compleja desde que Rusia ha decidido sumarse en el conflicto en apoyo de Al Asad.
Tal como están las cosas nadie ve una solución a corto o medio plazo sino un recrudecimiento de las acciones terroristas que buscarán hacer el mayor daño posible a la población europea para que esta reaccione y pida a sus gobernantes un mayor endurecimiento de las leyes. ISIS es el fruto de la nefasta política belicista que implementó el trío de las Azores. Ellos declararon su guerra y nosotros estamos poniendo los muertos.
El género negro tiene un filón que deberá aprovechar y desde la literatura podremos acercarnos a la verdad de todo lo que está sucediendo, a esa conjunción de oscuros intereses que está detrás de los actos terroristas cuyos peones se mueven en el terreno de la ignorancia, instrumentalizados por quienes mueven los hilos, porque no hay que olvidar que la inseguridad es fuente de negocio. En todo relato policial despejar la incógnita del crimen es buscar quién se beneficia de él.
Nos seguimos matando, y así seguiremos hasta el fin de nuestra especie.