El telescopio de Conrado Nalé Roxlo

 

   “Si los que evocan su pasado confesaran con lealtad las fallas de su memoria, lo recordado tendría más valor», dice Azorín citado por Roxlo en Borrador de memorias. Azorín casi siempre tiene razón. Y Roxlo también. Tengo que reconocer que he olvidado más de lo que recuerdo. Sin embargo, el pasado golpea la puerta de mi conciencia. Hay una noche, una indescifrable noche de octubre, que quedó grabada y desplazó los miles de instantes que fueron tragados por el océano arrollador del olvido. Esa noche tiene que ver con mi amiga Alejandra Pultrone y también con Conrado Nalé Roxlo.

   En su “borrador” Roxlo sostiene burlonamente que casi son parientes con el gran polaco Joseph Conrad; compara su departamento en un quinto piso con un barco. Cuenta que el edificio en el que vive mira hacia el parque Rivadavia y que la calle se llama así por el poeta Florencio Balcarce. Esto lleva a un equívoco. Las cartas llegan a la Casa Rosada y desde presidencia las envían al domicilio del escritor. En el mismo barrio vive el entonces presidente Arturo Frondizi y con él mantiene un diálogo pletórico de timidez cuando Frondizi descubre que son vecinos. Conrado Nalé Roxlo tiene un telescopio que formó parte de un barco inglés: “es por haberlo mirado largamente al sentarme a escribir que mi cuarto adquirió las características náuticas”. Su amigo Armando Villar le regala el telescopio broncíneo. El obsequio no surge de la espontánea simpatía sino de la inopinada culpa. Ambos –Villar y Roxlo– conversan en casa de Oliverio Girondo y Villar le anuncia que ha comprado un telescopio por 350 pesos. Antes, Roxlo le había confesado que tener un telescopio es el sueño que lo persigue desde la infancia. Villar le promete el regalo, pero tarda dos meses en dárselo. Roxlo sospecha que la demora obedece menos al olvido que al arrepentimiento. Roxlo razona: Villar ha comprado el telescopio para él, pero al darle la noticia a Roxlo siente que lo ha traicionado. Roxlo fue el primero en contar que ha tenido la fantasía desde niño. Villar siente que debe enmendar el error y entonces se lo entrega con una demora sospechosa.

   Actualmente, el edificio de Roxlo tiene en la planta baja el bar El coleccionista. Muchas veces nos encontramos en ese bar con la poeta Alejandra Pultrone. Alejandra vive a unas pocas cuadras de la esquina y sospecho que escribió sus poemas en la estrecha mesa del bar. En no pocas ocasiones caminé por Caballito con ella. Al frente del bar, junto a los árboles sonrientes y los peatones menos sonrientes, grabamos las escenas del cortometraje El viento sopla. Pero el hecho imborrable ocurrió una única vez. Una noche cálida de octubre nos vimos una vez más con la poeta. Ella tenía en sus manos las risueñas memorias de Roxlo. Hablamos de múltiples asuntos y, hacia el final, alertados por la hora, salimos a la vereda. Un viento fresco mejoraba el aire espeso de la ciudad. Alejandra me entregó el libro (había prometido prestármelo), señaló hacia la altura, mirando el quinto piso de Roxlo, y me contó que el escritor se paraba cerca de la ventana y apuntaba con su telescopio hacia las múltiples opciones del mundo. Hermético y melancólico, Roxlo anota en su “Borrador de memorias”: “Lo que he visto en más de veinte años es otra historia, otras historias que no pienso contar”. ¿Por qué no contó lo que vio con el telescopio? ¿Qué habrá mirado Roxlo? ¿Queda en el aire el corazón de lo que vio? Creo que los borradores de la memoria no han podido eliminar el pasado. Aún el viento sopla en esa esquina luminosa de Caballito.

 

 

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