El discurso que el presidente Donald Trump dirigió a la nación el martes 9 de enero por la noche fue el primero que pronunció desde la Oficina Oval de la Casa Blanca. Pero esa fue su única novedad. En realidad, no dijo nada nuevo que cambiara su retórica habitual. Y como de costumbre, añadió a la alocución unas cuantas mentiras.
Trump dijo que en la frontera con México hay una “crisis humanitaria” que va en aumento. Dijo que en los Estados Unidos se estaba agotando el espacio para recibir inmigrantes, y que la solución era construir el muro fronterizo que se ha convertido en un ícono de su presidencia y de sus seguidores. Sin embargo, funcionarios, expertos y habitantes de zonas limítrofes opinan que no hay ninguna crisis. En el año fiscal 2018, la cantidad de arrestos en la frontera fue de 396.579, menos de la mitad del total de 2007. En general, la llegada de inmigrantes indocumentados ha estado disminuyendo en los últimos años.
¿De verdad Trump cree que el gigante norteamericano no puede acoger a unos pocos miles de inmigrantes acampados precariamente junto a la frontera? En 1980, unos 135.000 cubanos llegaron a la Florida en el éxodo marítimo del Mariel. Pese a que entre ellos venían unos 5.000 con antecedentes delictivos –enviados expresamente por el gobierno cubano– la Florida absorbió y asimiló rápidamente a ese grupo inmigrante.
Trump no titubea en tergiversar la realidad para ajustarla a su agenda. En el discurso del 9 de enero, volvió a calificar a los inmigrantes que llegan por la frontera sur de violadores, asesinos y delincuentes. Su propósito era pintar una nación –los Estados Unidos– asediada por una marea humana de viciosos y criminales que quieren irrumpir en el país para sembrar el caos.
Nada más lejos de la realidad: en los barrios poblados por inmigrantes –incluidos los inmigrantes latinoamericanos a los que Trump no cesa de insultar– el índice de delitos es menor que en otras zonas menos diversas.
En el caso de las drogas, es cierto –como dijo Trump en su discurso– que por la frontera sur entra una enorme cantidad de heroína. Pero al presidente se le olvidó mencionar que la heroína no entra por parajes apartados y desolados, sino por los puntos de control legales establecidos en las ciudades fronterizas.
Con tal de salirse con la suya y lograr que se construya el muro, Trump no deja que la realidad le estropee un discurso.
En el momento de escribir esta columna, se mantiene el cierre del gobierno federal, causado por la obstinación del presidente en que el Congreso asigne $5.000 millones para la construcción del muro. Los efectos del cierre son muy nocivos: interrupción de servicios federales al público; la posibilidad de interrupciones en la ayuda del gobierno que reciben personas de escasos recursos; menos agentes de seguridad en los aeropuertos, lo que ha causado el cierre de terminales; miles de empleados federales sin recibir pago por su labor, lo que ha causado que muchos de ellos hayan pedido ayuda por desempleo o estén buscando trabajos provisionales para poder llegar a fin de mes; cierre u operación limitada de los parques nacionales, etc.
La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, demócrata por California, opinó que con el cierre del gobierno, Trump tiene al pueblo norteamericano como “rehén”. Los demócratas también quieren seguridad en la frontera, afirmaron Pelosi y el líder de la minoría del Senado, Chuck Schumer, demócrata por Nueva York. Pero el muro es ineficaz, costoso e innecesario. Y Schumer expresó acertadamente una visión de la nación que muchos norteamericanos comparten: “el símbolo de los Estados Unidos debe ser la Estatua de la Libertad, no un muro de 30 pies”.